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Derechos fuertes y claros

En La noble igualdad (Editorial Sudamericana), Ignacio Mazzocco traduce para todos el sistema legal argentino (hasta hoy oscuro, encriptado y accesible sólo para unos pocos) y explica con lenguaje “de barrio” los derechos que la Constitución Nacional nos da a todos los habitantes de modo tal que los pueda comprender tanto un joven de 12 años como sus abuelos, y desde una persona con paupérrima educación hasta un ingeniero.

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Todo lo que ocurre en el país tiene un costado legal que no todos conocen ni comprenden. Por ejemplo, en los diarios, la televisión e internet se discute si es justo que un chico de 14 años que mata al robar vaya preso (recordemos que por ley la edad mínima para ir preso por cometer un delito es 16 años). Como el tema se instala en los medios, la gente toma una postura sin saber qué dicen la Constitución y las leyes al respecto. Luego, en los bares y en las casas de familia se escuchan opiniones de ambos bandos.

Bando 1: “¡El que mata a otro en un robo tiene que ir preso! No importa si es un adulto de 40 o un pibe de 14. Para terminar con la inseguridad hay que meter presos a todos los delincuentes…”
Bando 2: “¿Cómo puede ser que quieran meter preso a un pibe de 14 años? ‘¡Es casi un niño…! Un chico de 14 años que comete un delito lo hace porque no tiene educación ni contención afectiva (o porque está bajo el efecto de la droga que le dan los adultos).”

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Estas discusiones son importantes para todos porque afectan nuestra vida cotidiana y nos definen como personas. Y son tan importantes que es necesario que comprendamos qué dicen las leyes al respecto y cuáles son los valores que están detrás de esta discusión. La gente, entonces, tiene acceso a lo que sucede en el país, pero nunca será verdaderamente libre hasta que comprenda lo que ocurre y por qué ocurre. Sólo así podrá pensar, tomar una buena decisión y reaccionar al respecto. También es cierto que los medios no se esfuerzan demasiado para que la gente comprenda los problemas. Sólo exhiben su “cara policial” y prefieren mostrar cómo se cometió un asesinato o un robo antes que explicar qué dice el Código Penal sobre lo que pasó, si el acusado está “justa o injustamente” detenido, qué dice la Constitución Nacional sobre los derechos que tienen los acusados de un delito y muchas otras cosas importantes.

El problema de todo esto es que la gente queda enredada en las noticias policiales y nunca llega a entender los problemas de fondo. Esta es una buena oportunidad para comenzar a explicar cómo funcionan las leyes, cuáles son nuestros derechos y cómo podemos defendernos de actos arbitrarios, injustos e ilegales.

La ley no es física cuántica, no es compleja. Todo lo contrario. La ley es un invento creado por el ser humano para poder vivir pacíficamente en sociedad. El hombre creó la ley para no resolver todas las discusiones por la fuerza y para solucionar problemas y preguntas tremendamente importantes para su vida. Por ejemplo, el hombre inventó las leyes que crearon el Estado (o sea, estas leyes fueron las que inventaron la idea de un país con fronteras, un ejército para defenderlas, un idioma, un presidente y con muchas otras características que hacen que exista ese Estado). El ser humano inventó esta ley que creó el Estado simplemente para responder la siguiente pregunta: ¿quién nos protegerá de un ladrón en mi barrio o de una invasión de un país extranjero que quiera matarnos a todos y quedarse con nuestra tierra? Así fue como el hombre inventó las leyes que crean un Estado con el poder de tener una policía armada que cuide las calles y un ejército armado que cuide las fronteras de un posible invasor.

Así fueron surgiendo otras preguntas. Por ejemplo: ¿cómo hacemos para que el Estado pueda comprar armas para dárselas a la policía y al ejército? (no tiene sentido tener una policía y un ejército que nos defiendan con gomeras, ¿verdad?). Así fue como el hombre inventó la ley que creó los impuestos que todos los ciudadanos están obligados a pagar al Estado para que éste tenga dinero y pueda mantener a su policía y a su ejército.

Como se ve, el hombre se fue haciendo preguntas e inventando reglas para responder y resolver los desafíos que esas preguntas y necesidades le presentaban. El derecho es intuitivo y simple. En contadas ocasiones puede volverse complejo, pero nunca debería volverse oscuro. Si los abogados construimos argumentos o explicaciones legales que el común de la gente no puede comprender fácilmente, entonces esas explicaciones están mal construidas. Las explicaciones pueden estar llenas de hermosos y sofisticados adornos literarios, pero si su contenido es oscuro, entonces poseen una idea imposible de comprender, una idea vacía, una no-idea.

El ciudadano es rehén del abogado (y de todos aquellos que comprenden y dominan la ley). Esto no puede continuar así. El derecho y la Justicia son importantísimos para la vida de cualquier ciudadano. Por eso las reglas sobre cómo funcionan el derecho y la Justicia no pueden ser oscuras ni quedar en manos de unos pocos “especialistas”. La gente no puede depender de este pequeñísimo grupo de personas. La importancia práctica que el derecho tiene en la vida de la gente implica que: a) el sistema legal debería ser claro; b) los jugadores del sistema (abogados, jueces, fiscales, legisladores) deberían escribir y hablar en términos claros y comprensibles para toda la gente; y c) deberían existir críticos (académicos, especialistas de otras disciplinas) que puedan comprender un escrito judicial o una sentencia y criticarla para “empujar” al sistema a mejorar.

La gente tiene derechos, pero muchas veces no logra hacerlos valer o son violados groseramente. La república nos necesita a todos conscientes. Debemos comprender y participar para convertirla en un lugar más equitativo. Uno de los sentimientos que me impulsaron a escribir este libro es la necesidad de devolver y de compartir un conocimiento al que tuve acceso y que considero fundamental para la vida de la gente. La mayoría de los habitantes de la república sufre alguno de estos dos problemas: i) no conocen sus derechos y por ende no logran hacerlos respetar porque ni siquiera saben que existen, ii) conocen sus derechos pero no logran ejecutarlos o hacerlos respetar.

No entender es no saber. No saber implica no poder hacer respetar un derecho propio. Gozar de un derecho que no se puede hacer respetar es tener un “derecho vacío”. Todos necesitan derechos para vivir decentemente (y sobrevivir) en sociedad. Sin embargo, los derechos son especialmente importantes para la gente “más débil” del sistema. Los “derechos vacíos” (que están reconocidos por la ley pero que la gente no puede hacer valer por falta de recursos) no sirven para lo que fueron creados. En realidad, los “derechos vacíos” son un chiste de mal gusto. Lo cínico de todo esto es que la gente está peor con “derechos vacíos” que sin derechos en absoluto. En otras palabras, un sistema con “derechos vacíos” perjudica más a la gente que un sistema donde no hay ninguna ley porque, por lo menos, en un sistema donde no hay leyes una persona que sufre un acto injusto puede tomar un palo y pelear para defenderse. En cambio, en un sistema donde hay leyes pero en el que la gente posee “derechos vacíos”, si una persona no puede hacer respetar su derecho por falta de conocimiento o de recursos para pagar un abogado, y luego toma un palo y se defiende por la fuerza, termina en la cárcel. Honestamente, me parece que cierta gente está peor en un sistema con “derechos vacíos” que en uno donde no existen leyes ni derechos.

Es hora de discutir el alcance de los derechos con claridad. Como dije antes, la gente tiene que poder comprender y juzgar un acto de gobierno o un acto de otro ciudadano. Por eso es importante comenzar a explicar y discutir con claridad los derechos en juego en debates sobre política, economía y otros hechos importantes para el país y para la gente. La televisión y los diarios son desfiles de funcionarios públicos y periodistas que ofrecen argumentos políticos y económicos para defender uno y otro bando, pero nadie explica si lo que están sosteniendo es legalmente válido o si cumple lo que dice la Constitución Nacional. Tampoco explican con claridad cómo se verían afectados los derechos de la gente si se pusiera en práctica lo que ellos defienden o proponen.

Los derechos como un privilegio y la ciudadanía como un deber. Hasta aquí he hablado de la importancia de tener y comprender los derechos. En este último punto quiero destacar la tremenda importancia de asumir nuestra responsabilidad de hacer respetar nuestros propios derechos y los derechos de los demás. Nuestra identidad de ciudadanos nos obliga a actuar para proteger esos derechos. Con esto quiero decir que no basta con recibir este libro, leerlo y sentir que uno entiende un poco más que antes. Si uno se siente ciudadano, recibirá este libro, lo leerá, comprenderá cosas que antes no entendía y, por último, reclamará por sus derechos y los de sus conciudadanos.

*Abogado, periodista y escritor.