Es triste que suene trillado decir que la violencia volvió a ganar. Ayer no fue la lluvia. No puedo ser injusta y echarle la culpa a toda la gente por un puñado de inconscientes e incivilizados. Delincuentes comunes que tiran una piedra con la impunidad digna de no importar dónde impactará, si caerá en el asfalto o en una cabeza. El descontrol que muchas veces se quiere disfrazar de pasión, cuando ya ha dado varias muestras de ser simplemente un atropello al sentido común y a cualquier tipo de norma de convivencia. No me entra en la cabeza la idea de creerse tan importante como para posicionarse por encima del fútbol, el verdadero protagonista de la tarde, y accionar con actitudes dignas de un criminal que no tiene ningún respeto por la vida ajena. ¿Qué se le cruza por la mente a alguien que revolea una botella de vidrio contra un micro sólo porque va el equipo rival?
El trayecto del micro de los jugadores de Boca es otro punto que estuvo mal planteado desde el vamos. Que el plantel visitante entre por Libertador y Monroe sólo era viable si los alrededores se cerraban para que el público local no pueda estar en esas cercanías. La inoperancia de un sistema de seguridad totalmente flaco, sin recursos de anticipación ni planificación, ignorando por completo cómo se vive un partido y mucho menos uno de esta magnitud. A primer golpe de vista, mientras ocurrían todos estos hechos lamentables, se me vino a la cabeza la insólita secuencia protagonizada por Mauricio Macri, presidente de la Nación, proponiendo que esta final se juegue con visitantes. Sin necesidad de leer el "diario del lunes", una ya era lo suficientemente sagaz como para saber que era un delirio infundado en vaya uno a saber qué clase de idea.
El tiempo le dio la razón a la sensatez y no hubo visitantes por decisión de los clubes que no aceptaron hacerse cargo de este disparate. Con ese escenario, la tarea más importante que tenía la policía era que el micro de Boca llegue sano y salvo al Monumental. Y no. Fallaron. De forma grosera y dejando en evidencia niveles increíbles de ineficacia. También recuerdo a la ministra de Seguridad afirmando que si tenemos las herramientas para hacernos cargo de un G-20, un Superclásico sería "algo menor". La cumbre del G-20 es la semana que viene. Esperemos que Patricia Bullrich se acerque un poco más a la realidad que vivimos todos y todas, con los pies más cerca de la tierra.
Los jugadores de Boca lograron entrar al vestuario. Entre insultos, arcadas y ojos llorosos, el plantel xeneize mostraba las consecuencias de la ya mencionada inoperancia policial y la animalada de un grupo de hinchas. De a poco, con los minutos corriendo, el panorama fue cambiando y empezó a tornarse aún más oscuro. Los futbolistas visitantes no estaban en condiciones de disputar el partido. Arrancó la danza de la indecisión: que sí, que no, que más tarde, que no, que sí. Cuando aparecían las certezas, un aire viciado te hacía dudar de todo. Los interrogantes sobre quién reemplazaba a Scocco o quién jugaba por Pavón en Boca, parecían chistes de niños al lado de los asuntos que se empezaron a tratar. Trascendidos, suposiciones, miradas a cara de perro. Parecía una película de suspenso. O de terror.
Las redes sociales iniciaron su partido. Las fotos y vídeos de los jugadores siendo tratados por los médicos se viralizaron y sumaron dudas. A los coherentes, certidumbre: era imposible jugarlo. Pablo Pérez es trasladado para que lo revisen por una lesión en los ojos. Al rato de verlo llegar a la clínica, aparece una foto del mediocampista con un ojo emparchado. El tiempo avanzaba y Conmebol saca un comunicado informando que los médicos del comité no pudieron constatar las heridas oculares de los jugadores de Boca, por lo que no había motivos para suspender el encuentro. Luego, el siguiente informe confirma que el partido se postergaba hasta las 19:15.
Una decisión que no se comprendía por ningún lado. El desmadre era generalizado, el clima de final se había evaporado y nada era igual.
Otro rapto de sensatez ocurre cuando salen a hablar Carlos Tévez y Fernando Gago. Ambos jugadores coinciden en que las condiciones no estaban dadas. “Nos están obligando a jugar”, confesó el delantero. Pero esas palabras parecían ser ignoradas, porque seguía manteniéndose la misma postura de la Conmebol. Los preparadores de Boca salieron al campo de juego para iniciar el calentamiento. Los árbitros hicieron lo propio.
El núcleo principal de esta final fue la incertidumbre. Y nos tenía un giro más. Cuando todo indicaba que el partido se jugaba ayer, Angelici, Alejandro Domínguez, D’Onofrío y Tapia tuvieron una reunión final y la cordura se impuso al final. Tarde, cinco horas tarde, pero se impuso. La final se juega hoy a las 17 y habrá un campeón.