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Desiguales

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TV Pública. Un programa como símbolo de conceptos que no son tan opuestos. | cedoc

Quien tenga intención de llevar adelante una denuncia del moderno sistema económico mundial podría hacerlo a través del señalamiento de las desigualdades que ese mismo sistema genera. Desde esa óptica, lo diferente y desigual debe ser indicado como algo claramente negativo, siendo las diferencias económicas aquellas que mejor resultan para dar charlas, expresarse en los medios o conseguir financiamiento para sus análisis en proyectos con el Estado o Bancos internacionales. De todo esto se espera como resultado, un llamado colectivo hacia una mayor igualdad.

Los análisis sobre la desigualdad son materia para expertos, de modo que deben ingresar en una suerte de paradoja muy interesante. No todos pueden hablar de igual manera sobre las desigualdades, ya que algunos saben más que otros y no son todos iguales frente al posible financiamiento para su estudio. Quien mejor nombre se hace al respecto, puede acceder a mejores proyectos y por lo tanto ganar recursos en una competencia frente a otros posibles analistas, haciendo de esa competencia un campo claramente desigual, entre ese que todo lo denuncia, y el otro que quiere recursos para también tener la chance de denunciarlo, aunque con menor acceso a ese dinero. Esto producirá famosos en desigualdad y expertos para invitar a la televisión, produciendo justamente, desigualdad en quién se puede consultar y quién no.

En la Televisión Pública se puede ver un programa dedicado exclusivamente al tratamiento de lo que ellos determinan como desigualdades que merecen ser denunciadas. Se debate el acceso a la vivienda, la deuda externa, la democracia, problemáticas de género o las noticias verdaderas o falsas, entre tantos otros temas, pero siempre dejando una desigualdad sin tratar. ¿Cómo podría ese programa tratar las desigualdades que ellos mismos generan? El programa podría preguntarse sobre por qué son siempre los mismos conductores, cuando podrían justamente rotarlos para generar mayor igualdad de acceso a periodistas. También podría tener diferentes filósofos para no monopolizar todos los análisis en el mismo profesional y permitir otras miradas posibles, o incluso tener más de dos o tres invitados o más emisiones por semana para dar igualdad en el acceso a todos los que quieren opinar. Quien lleve esto al extremo, se podrá dar cuenta que la igualdad y la desigualdad, en el mundo moderno, recorren caminos de extrema cercanía.

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Algunos debates suelen tener un tratamiento en sentido inverso. Las discusiones alrededor de las temáticas de género hacen llamados fundamentales a permitir modelos estéticos no hegemónicos, nuevas masculinidades y una amplitud en la diversidad sexual pidiendo que esas alternativas tengan justamente igualdad para expresarse en sus vidas cotidianas. En estos casos la igualdad se presenta como la garantía de la aceptación de las diferencias y del acceso de esas diferencias a espacios donde el monopolio de lo aceptable necesita ser revisado. Quienes se especializan en estas temáticas podrán a su vez acceder a financiamiento para estudiar las garantías del cumplimiento de esas diversidades y producir información relevante que establezca mejor visibilidad en los casos que la garantía de la variabilidad (que es una forma de ser también desiguales) sea cumplida. Como en el caso anterior, quienes mejor se especialicen en estos temas, podrán acceder a mayores niveles de recursos.

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El sistema político suele plegarse a estos debates de manera intercambiable. Dependiendo de lo que se trate, podrá la dinámica gobierno versus oposición, seleccionar el lado de ambas opciones para establecer un combate con su contrincante. Con la pandemia, las medidas de restricciones del gobierno se harían en nombre de todos, mientras la oposición reclamaría atender a las diferentes situaciones particulares del mercado. Al mismo tiempo se señala que los límites a la circulación afectarían las libertades individuales, mientras el gobierno ofrece la clásica visión del konsomol de que nada más que el destino colectivo importaría frente a la amenaza global del virus. Todo depende del punto de vista, incluso lo igual y lo diferente.

Los cortes para la exportación de carne, la reforma en el sistema de salud o los puestos en las listas de candidatos y candidatas de las próximas elecciones, ofrecen más y más ejemplos del modo en que la unidad y lo desigual son tratados de manera conjunta en cada nuevo paso. El peronismo sabe que debe ir unido, pero al mismo tiempo definir quién va en el primer lugar; el gobierno necesita dólares de las exportaciones pero imagina maneras de controlar los precios; los intelectuales del oficialismo imaginan reformas del sistema de salud mientras la familia de la vice presidenta recurre al sistema privado para atender sus urgencias médicas.

La sociedad moderna es quien ofrece tanta simultaneidad y complejidad. Sobre ella se despliegan los problemas, siempre nuevos, en que lo desigual es requerido para poder llevar adelante la siguiente operación, y nadie sabe si deberá recurrir a intentar igualar o diferenciar, en cada nueva necesidad de próximo paso.

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Quien decide en el gobierno elige una decisión, marca un lado, una posición, algo para hacer, dejando de lado otras opciones; quien decide comprar algo en el mercado lo hace dejando de comprar otra alternativa; quien ofrece el rol de conductor o conductora de un programa de televisión lo hace dejando fuera a otros u otras candidatas. Quien en una conversación expresa algo ofrece un condicionamiento para la respuesta que recibirá, quien hace o no hace algo, lo que sea, condiciona con esa distinción, todo lo que a partir de allí podría suceder. Una diferencia, incluso para intentar igualar las cosas, es igualmente una diferencia.

Existe en esto un problema agregado y se vincula a la moralización de estas operaciones sociales. En lugar de comprenderlo como el resultado inevitable al que la sociedad empuja a cada nueva acción social, las diferencias y sus intentos de anulación, se combinan con acusaciones alternativas de intenciones por mantenerlas o eliminarlas. Serían buenos los que las quieren quitar, y malos los que las quieren sostener. Lo que pocos terminan de ver es que siempre habrá un paso próximo en que la acusación lanzada contra los enemigos, será dispuesta contra ellos mismos, cuando se encuentren haciendo lo contrario.  Si lo sabrán los pibes y pibas de La Cámpora con La Triple A, ¿no es cierto?

*Sociólogo.