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Después premia cualquiera

16-4-2023-Logo Perfil
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En una tira de Mafalda se veía a Miguelito recorriendo el barrio, deteniéndose en cada esquina para leer el nombre de las calles. En determinado momento, harto ya de buscar, decía algo así como: “¿Ven cómo lo desalientan a uno? Ninguna calle con mi nombre”. Y es que los reconocimientos siempre llegan tarde, y a veces demasiado tarde. Cosa que en muchos casos debería alegrarnos: muchos mueren sin que nos hayamos percatado de su existencia, de modo que ese reconocimiento ni siquiera llega. Es la banda de los “injustamente olvidados”, apelativo erróneo, ya que nadie es olvidado sin justicia. Justamente de lo que se trata es de contrarrestar esa justicia, la del olvido siempre justo y justificado, por otra, que consiste en darle el merecido lugar en otra época, que lo recuerda y reconoce con justicia. La poeta Louise Glück, a los 80 años, murió el 13 de octubre pasado; le habían otorgado el Premio Nobel de Literatura casi exactamente tres años antes, el 8 de octubre de 2020. Es decir que, suponiendo que le hubiese hecho falta, disfrutó del dinero del premio solamente tres años. Distinta hubiese sido su existencia si le hubiesen otorgado el premio a los 25, cuando publicó Primogénito, su primer libro de poesía. Se me dirá que los Premios Nobel reconocen la obra de determinado sujeto, y que es difícil saber al comienzo de una carrera literaria quién logrará concretar algo perdurable, y yo digo que en primer lugar no es algo tan difícil de anticipar, y en segundo lugar que dado que se equivocan premiando obras ridículas e intrascendentes, bien podrían probar a premiar a un autor en ciernes, aunque luego su obra se volviera ridícula e intrascendente. Si esa obra, en cambio, llegara un buen día a producir algún eco vital, el jurado se sentiría en parte responsable y parete del éxito. Otorgando el premio al final de la existencia, su papel se reduce al de un grupo de evaluadores sin más aspiración trascendental que la de alivianarles los últimos años de existencia a esos pobres escritores que cuando requirieron dinero y reconocimiento no tenían a nadie que les diera una mano.

La propuesta, dado que conozco el valor que tiene para los burócratas de la Academia Sueca esta columna, dado que resulta demasiado trabajoso e impreciso otorgarle el anhelado premio a un autor principiante, es que al menos tengan en cuenta la edad y apunten a los más jóvenes. Desconozco qué es la juventud para un sueco, pero para ampliar la idea: sería propiciatorio que el próximo Premio Nobel de Literatura se lo llevara un autor al que le quedaran muchos años de vida. Claro que eso no garantiza nada, como aprendió el mismo jurado sueco cuando le dieron el Premio Nobel a Albert Camus en 1957, sin saber que tres años después el tipo se estrolaría contra un árbol. En realidad el que fue a dar contra el árbol fue el conductor del auto, Michel Gallimard; Camus viajaba a su lado, un neumático reventó y el choque fue tan violento que el auto se partió en tres pedazos. Camus apareció en el asiento trasero. Cuando recibió el Premio Nobel, Camus contaba con solamente 44 años. Dejando de lado las teorías que hablan de un asesinato premeditado, víctima de una KGB malhumorada y saboteadora. Pero el premio a alguien joven no volvió a repetirse desde entonces. Y pasaron 63 años. 

Harold Pinter lo recibió en 2005 y espichó tres años después, en 2008. Parece que hay algo con el número tres. El que recibe el Nobel de Literatura debe esforzarse por pasar ese umbral de los tres años. Muchos lo lograron, por suerte. Imre Kertész tiró como diez. Naipaul, diecisiete. Octavio Paz lo disfrutó ocho años. Naturalmente, muchos otros viven aún. Pero por mucho que vivan después de haber recibido el Premio, siempre es poco. Diez, doce, quince años. Demasiado pocos. No desalienten a los escritores, prémienlos antes de que hayan hecho algo perdurable. Después premia cualquiera.

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