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opinión

Dólares en el colchón y entre sus sábanas

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Anuncio. Juan Pazo, jefe de ARCA; el ministro Luis Caputo y Santiago Bausili, titular del BCRA. | MECON

¿Qué país es ese en el que la plata escondida es la que “está en el colchón”? ¿Qué indica del vínculo con el dinero de quienes pueden ahorrar? Es el mismo país en el que “nos hacen la cama” todo el tiempo. No en vano el Gobierno que habla de mandriles se refiere al dinero “negro”. Hay demasiado sexo, sexo poco sutil, como infantilizado, en la relación de la sociedad con la plata, con la riqueza: en el país del “billetera mata galán”, evadir es un gesto erótico.

Por eso, uno de los gestos políticos de la semana fue la pregunta del periodista Jon Heguier al ministro Luis Caputo. Fue lógico el enojo del ministro quien evitó la respuesta sobre si iba a invertir parte de su dinero en la Argentina. En el país del sexo- guita, se sintió desnudo. En la cultura de quién tiene el dinero oculto más grande, que se denote esa presencia fue invadir la intimidad. En el panorama (desolador) de la política, la plata, moverla, usarla, se transforma en lo único que le calienta a una parte de la sociedad.

Varoufakis: “¿Es la anarquía lo que se propone? ¿O estamos frente a la ley del más fuerte?

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Cabría preguntarse quién es el Presidente más lógico del país que describimos. Javier Milei es casi la respuesta que va de suyo. El Presidente quien afirma: “yo estoy entre sus sábanas”, el que seguramente esté más cerca del colchón del que hablamos.

Apenas se conocieron los anuncios del Gobierno, el que se expresó fue el exministro de Economía griego, Yanis Varoufakis. Sobre la idea del Gobierno (para Varoufakis, la idea de Javier Milei) de usar como reservas lo que la gente ahorró evadiendo, dijo que “ninguna economía puede funcionar sin un Banco Central que controle la oferta monetaria interna. Dejarlo en manos de la Reserva Federal y del azar (con la esperanza de que se inyecte suficiente dinero en la economía argentina en un momento de auge o de crisis) es provocar auge, crisis, baja inversión y estancamiento a largo plazo”. ¿Es la anarquía lo que se propone? ¿O estamos frente a la ley del más fuerte?

El economista griego escribió un libro que se llamó Tecnofeudalismo. Allí explica que “así fue como los financieros, desvinculados del mundo prosaico del capital físico, legitimados por la ideología del neoliberalismo, motivados por una nueva virtud llamada ‘codicia’, envueltos en la complejidad de sus computadoras, se reinventaron a sí mismos –no sin cierta justificación– como amos del universo. En ese universo, en el que los algoritmos ya se habían convertido en los sirvientes de los financieros, la internet original, basado en los bienes comunales, no tenía ninguna posibilidad. La aparición de unos nuevos cercamientos era cuestión de tiempo”. El país del dinero en los colchones, de murallas tecnológicas en el que gobierna Milei.

Como sucedía en los tiempos del feudalismo, como sucedía en la Edad Media, el afuera, lo que había más allá de las murallas de las ciudades feudales, era un misterio. Un misterio que daba miedo. Tal como explican autores como Georges Duby o Jacques Le Goff fue un tiempo en el que las sociedades tenían miedo: miedo a las pestes que llegaban por los mendicantes en los caminos (cualquier parecido con la última pandemia no es coincidencia), a la ira de dios, al fin del mundo. El afuera era un desierto de temer; en la mentalidad medieval era muchas cosas: el océano que llevaba al límite de la tierra, los bosques abigarrados, los hechizos de los pueblos de las estepas.

El desierto. En el programa Cabaret Voltaire, uno de los streamings más interesantes de la actualidad, sus conductores Tomás Trapé y Mauricio Vera plantearon una hipótesis interesante: a las distinciones izquierda/derecha o alto/bajo, hay que sumar una nueva categoría: dentro/fuera. Ese recorte, lo que algunos definen como “la Argentina para diez millones de personas” establece una nueva topología política. Hay un desierto afuera de los muros tecnológicos: y ese desierto aún no encuentra su voz.

Si hay una virtud que no tiene la serie Game of Thrones es la representación de la Edad Media. No quiere ni puede hablar del pasado. Pero sí quizás sirva para entender algo de la mentalidad del nuevo feudalismo. Lo que está afuera, lo incontrolable, lo que amenaza, es lo que escapa al control. Afuera está el peligro. Lo que no tiene nombre. Lo irrepresentado.

Es cierto que desierto se dice en muchos sentidos. Se podría caracterizar a la situación de la oposición como un enorme desierto.

En la cultura de quién tiene el dinero oculto más grande, (el ministro Caputo) se sintió desnudo.

Pero hay otro desierto, que se manifestó el último domingo. Uno que sí amenaza la solidez del poder: el silencio, el desierto que proviene de los que no fueron a votar. Son cada vez más. Y, en su gran mayoría, no tienen dólares (muchos, ni siquiera, tienen un colchón confortable). El periodista Martín Rodríguez lo definió así en su cuenta de Twitter, al día siguiente de las elecciones: “Qué hermoso vacío. Los que no votaron construyeron un gran acto anónimo y sin huella personal. Un gesto sin identidad, sin selfie, de ‘hacer vacío’, al que todos, obvio, por izquierda, derecha, arriba y abajo le irán a poner identidad, moñito, palabras. Y fracasarán. Es un afuera”.

La oposición política haría bien en leer al poeta Edmond Jabes quien escribió mucho sobre el desierto (el real y el espiritual). Jabes dijo en una entrevista: “En el desierto, uno se vuelve otro: aquel que conoce el peso del cielo y la sed de la tierra; aquel que ha aprendido a contar con su propia soledad. Lejos de excluirnos, el desierto nos envuelve. Nos volvemos inmensidad de arena al igual que, escribiendo, somos libro”. Jabes también, en la misma entrevista envió un mensaje: “Todo está por reescribirse”.

Quizás lo que avance sea algo que viene de afuera: lo incontrolable por algoritmos. Una forma de la libertad muy diferente de la anarcocapitalista.

* Periodista/ Productor General de Bravo TV