Raro país: en casi todo el territorio, los gobernadores –inclusive los intendentes– se pueden hacer reelegir, gozan de cierta paz y respaldo a sus gestiones, mientras en el orden nacional los dos grandes bloques políticos están en crisis, prometiendo más guerra que en Ucrania, navegando en una tempestad económica. Por supuesto, ninguno tiene asegurada la Presidencia, menos la candidatura. No convencen.
Sean Cristina y Alberto, quienes han juramentado destrozarse entre ellos, o el trío Macri, Bullrich, Rodríguez Larreta, que van en el mismo sentido de odio y colisión. Singular el fenómeno federal: en general ganan todos los oficialismos del interior, sin distinciones partidarias, hasta los que por ley no se pueden presentar (caso Schiaretti en Córdoba o Morales en Jujuy).
Sin conflictos ni acampes, con cierto confort suizo, evitando pelearse con sus respectivas Cortes Supremas u otros fantasmas, los gobernadores proceden como si no fueran representantes del infierno político y económico centrado en Capital y Buenos Aires. Tanta comodidad en sus terruños o feudos los persuade para permanecer en esos cercos escriturados, no los estimula siquiera para atreverse a una postulación fuera de sus límites.
También sorprende esa falta de ambición, recortada en todo caso a propósitos personales y de alcance limitado: lanzan, como Schiaretti y Morales, candidaturas para negociar alternativas menores, de segundo nivel. Ninguno es como Carlos Menem, quien se negó a pactar en su momento como vice de Antonio Cafiero para cuidar su cuerpito, como le recomendaban amigos y familiares.
La rabia de Cristina contra Alberto y el agradecimiento a Massa
Tamaña tranquilidad provincial se exceptúa en la inseguridad bonaerense y, en particular, en Rosario, donde los narcos –si es que fueron los narcos y no, como cree la Casa Rosada, desavenencias partidarias locales– no sólo asesinan como rutina sino que han tiroteado un supermercado vinculado a Messi en un operativo de impresionante marketing, semejante al que ejercía la guerrilla en los 70 para que la población advirtiera su poder. Es una mancha en todo el territorio, en expansión e incorregible.
Pero, al revés de otros años, en el resto domina el sosiego. Comenzaron los colegios sin inconvenientes ni paros, hasta en Buenos Aires: la prima donna Baradel ni apareció en los medios. Aunque en la tierra alquilada por Kicillof cada vez se suspenden más las clases. Ni hablar del pago de salarios: casi todo el interior está al día, contrario a la costumbre de viejas administraciones que no cumplían con los haberes hasta con dos o tres meses de atrasos. Por lo tanto, en una deducción obvia y simplista, la responsabilidad del caótico fracaso argentino aparece en la insolvencia de los principales líderes nacionales.
Empezando por la cabeza. Uno, de alegre divertimento europeo, social, deportivo, lúdico: Mauricio Macri. Manda señales de interés por la situación del país, participa en la interna del PRO, fulmina gente y comenta: tal vez ahora Carlos Melconian –estima– se atreva a iniciar los cambios desde la cartera económica, cuando en su gobierno pensó que le convenía ocupar ese cargo luego de una primera etapa. Si es cierta su versión, Alfonso Prat Gay gastó muchísimo y dejó una herencia más costosa que la recibida.
Tampoco se sabe que Melconian reconozca que debe hacerse lo mismo que en tiempos de Macri, aunque en forma más rápida. Como si hubiera una estética de la velocidad para la economía. Tal vez debe pensar que Lacunza con Rodríguez Larreta y Laspina con Bullrich se pueden neutralizar en la interna. El ingeniero está más para tachar que para inventar. Como dice un amigo, se siente un acreedor del país: le costará cobrar si se presenta a la boletería.
El otro encabezado, Cristina, se repite con una previsibilidad exasperante, también en la misma línea de acreedora que su rival en la misma categoría: se alimenta con un elenco de apasionados del espionaje (Tailhade, Mena, Parrilli, Moreau, De Pedro, los Ustarroz, etc.) que le aportan sospechas, confabulaciones y un discurso que todos conocen de antemano sobre la Justicia. Como si sus problemas en tribunales fueran un acontecimiento cotidiano en la vida ciudadana.
La lucha de Larreta: la creciente y odiosa porfía con Mauricio Macri
Supone que atacar a la Corte Suprema es un nutriente colectivo, funciona como émula de Eduardo Duhalde, que pretendió apartar a todos los ministros de un saque. No aprendió de su esposo, Néstor, quien los fue desplazando de a uno. Acaba de consumar “Mami” –como la llaman cariñosamente en el Instituto Patria– un episodio repetido, el discurso del último viernes para repudiar los considerandos de un fallo que la perjudica que se aplicara en las calendas griegas. O sea, nunca, ya que las calendas no existían en Grecia.
Aunque la vice parece saber de los avances de la tecnología en el universo de la comunicación, ataca a ciertos medios que no le son propios y enarbola su índice de directora de escuela: todavía no le contaron que en internet el interés de los curiosos por el juicio político a la Corte ha disminuido en forma sensible. Era exigua la atención cuando empezó, apenas 5.000 curiosos, lamentable ahora el descenso a 450. Un dislate de la dama en una Argentina que se acerca a los 50 millones de almas, si el censo oficial dice la verdad.
Uno por prescindencia e inquietud en otro rubro (la FIFA, por ejemplo, que hasta le sirve para una foto con los campeones del mundo en oposición a la nula diplomacia de Alberto, De Pedro y Cafiero). La otra, por obcecación interesada en su drama tribunalicio, explican quizás la distinción entre un escenario bucólico del interior del país frente a la incompetencia de quienes han protagonizado el poder en la última década.
Si hasta Daniel Scioli (como si nada hubiera tenido que ver) se empezó a dar cuenta de las fisuras: jura que va por la Presidencia, cuando otros señalan que lo máximo a cobrar será la vice en el oficialismo. Nadie sabe si aspirante para acompañar a Alberto o a la mismísima Cristina. Ni él podría descubrir este enigma con ella: siempre sus amigos le recomendaban “llamala, llamala”. Y él replicaba: “Yo llamo, pero ella no contesta”.