—¡Soy el jefe: deben obedecer! Marcharemos por un camino cubierto de sudor, lágrimas y sangre. ¿Están prontos para eso? –(responden todos): Ta.
—¡Tendremos riquezas, castillos y mujeres de grandes pechos!
¡Taccone, levante las banderas!
—No tengo...
—¡Bien! ¡Levántelas bien alto!
Vittorio Gassman (1922-2000) en “La Armada Brancaleone” (1966), dirigida por Mario Monicelli.
Si hay algo arrojado al mundo es una pelota saltarina con veintidós dasein corriendo detrás de ella, afirmaba en sus charlas técnicas el gran estratega alemán Martin Heidegger. El fútbol, entonces, también se entrega a sus posibilidades, en tanto proyecto existencial. Ganar, golear y gustar como situación ideal; embocarla y zafar, lo que no está tan mal; empatar, que será drama o comedia según la circunstancia fenomenológica, y perder, un desastre total provocado por la mala fortuna o los malditos referís. Así son las cosas. La vieja historia. Nada tan grave ni tan irremediable como para quitarnos el sueño, muchachos.
Más difícil que eso es regresar del ridículo. Del posgrado en mezquindad, egoísmo, banalidad, estupidez, necedad, ineptitud y pedantería que ha exhibido sin pudores la insólita estructura que dirige, digamos, los destinos de nuestra Selección nacional. Cuando uno ya cree que nada podría superar el último conventillo, sucede otro episodio aún más bizarro que nos vuelve a dejar con la boca abierta. Un sinfín de sketches de vodevil de cuarta al que sólo le faltan personajes como Zulma Lobato y Ricky Fort. Esto sí da vergüenza. Bastante más que perder 6 a 1 con Bolivia en la altura de La Paz.
Viendo hoy a Bilardo, cuesta recordarlo como aquel teórico obsesivo, audaz y adelantado a su época que fue. Casi nada queda de ese técnico brillante en este burócrata balbuceante y sediento de poder que apenas sobrevive gracias al bronce. Su equipo también perdía y jugaba horrible antes de los mundiales, pero uno podía imaginar que, gracias a sus incomprendidos ensayos sin punteros pero atestados de centrales y volantes, “algo” podía gestarse. Y fue así. El tipo lo hizo, con su as bajo la manga: el mejor de todos en su momento ideal. Dos mundiales, dos finales. Chapeaux.
Este año de Maradona en la Selección fue tan intenso como su vida de película. Nadie esperaba otra cosa. Trajo a un coro de monjes para hacer canto gregoriano a su lado: todos en la misma voz y con una sola frase: “Sí, Diego”. Por infieles, su Inquisición mandó ejecutar a Batista y Brown, mientras Bilardo, su primer suplente, fue ninguneado. En medio del incendio, no tuvo mejor idea que pedir a Oscar Ruggeri, ex enemigo y piromaníaco de vocación. Nones, dijo el papa Julio I. Lío, discusiones, peleas. Seis partidos perdidos. Clasificación agónica: sexo oral para todos. Chau Lemme, por botón. Boleta de España, goleada módica de Catalunya y ahora sí Bilardo “lo mata” a Mancuso, chirolita de Maradona. Eso sí: jura que “con Diego no pasa nada”. Uf. Creo que voy a vomitar.
¿Nos tomarán por idiotas? Durante un tiempo pensé que sí. Ahora ya no. Creo que todo les sale naturalmente, con una pasión digna de mejor causa. Es increíble, pero son así, nomás. El triángulo Maradona-Bilardo-Grondona, por ejemplo, es una obra maestra de la hipocresía nacional. Su foto nada tiene que envidiarles a las de los sonrientes Stalin, Churchill y Roosevelt en Yalta; aunque esos tres, que sí venían de ganar el Mundial, tenían un poquito más para repartir.
Maradona, fuera de la cancha, nunca estuvo en condiciones de conducir nada. Esto no es una novedad para nadie, y atención, que al menos yo no mezclo sus adicciones con esta afirmación. Su problema, creo, va más allá. Maradona continúa funcionando como una droga para las multitudes y –lo escribiré una vez más– esa adicción supera en mucho a la suya con la cocaína. Que haya sobrevivido a esa tortura ya es un mérito extraordinario. Pero haberle dado la Selección... fue una crueldad innecesaria. Un brillante negocio, seguro. Pero más una crueldad.
Maradona probó una multitud de jugadores. Se ve que a nadie le niega la oportunidad de verlo, tocarlo y entrar en éxtasis. Humanamente es loable, pero en la práctica ha sido un desastre. Sólo a Macri le fue peor con sus listas de nombramientos. De su selección y en pocas semanas, se le han ido el Fino Palacios, suspendido por el tribunal de penas, el experto espía de rivales Osvaldo Chamorro y su media punta C. James, que no es Rodríguez, al menos por ahora. Ah, también Abel Posse, veterano DT de métodos conservadores y planteos con pierna fuerte.
¿Seremos candidatos así, en Sudáfrica? Mmm... Si para 2011 suenan Duhalde, Kirchner, Cobos y... ¡De Narváez! ¿Por qué no? ¿Cómo no ser candidatos, aun con la desopilante Armada Brancaleone en funciones? Recuerden: ¡this is Argentina, compatriotas! Acá, cualquier cosa es posible. Y más con lo que existe debajo de la sabia pelada de Verón y con el pobre de Messi, que deberá ser Maradona, Perón, Gardel, Patoruzú, el Che Guevara y el mago Mandrake, todo junto, para que lo dejemos vivo. En fin...
Yo, muchachos, la verdad, con dejar de hacer el ridículo ya me conformo.