No importa donde uno haya estado, volver a Buenos Aires después de un mes de ausencia es como llegar a una realidad alternativa, un mundo bizarro donde todo es siempre mucho más horrible que como lo recordábamos: Buenos Aires es la más fea de las ciudades caras del mundo (o la más cara de las ciudades feas del mundo).
Fíjense: en Córdoba, el Museo de Bellas Artes Emilio Caraffa (fundado en 1916 en Plaza España y remodelado en 1962, en ocasión de I Bienal Americana de Arte) hoy ha triplicado sus espacios de exposición y actividades a partir del proceso de ampliación comenzado por el gobierno de la Provincia a comienzos de 2007 (ayer nomás). Más cerca, el MACRO, que acaba de cumplir cinco años desde su inauguración en un viejo silo portuario cedido por la municipalidad de Rosario, se ha convertido en el museo de arte contemporáneo más importante del país. Y Mar del Plata ha anunciado la inauguración de su propio museo para 2010. Mientras tanto, sigue sin saberse cuándo se terminarán las obras de remodelación del Museo de Arte Moderno de la Ciudad de Buenos Aires, que está cerrado a cal y canto desde hace años.
Eso sí, el Teatro Colón será inaugurado el 25 de mayo de 2010 con una gala bicentenaria que se completará con una temporada de.... ¡seis funciones de ópera! ¿Con qué puede compararse un anuncio semejante, tan módico que mueve a la pena antes que a la indignación? Casi con nada: el MET de Nueva York presenta más de veinte óperas en su actual temporada. La Scala de Milán, 18. Bueno, pero es que ellos...
A ver... El Teatro Municipal de Santiago de Chile programa 6 funciones de ópera para el 2010. Programación sudaca, de acuerdo. Veamos los precios.
En el MET, una platea cuesta cien dólares por función. En Santiago de Chile, el abono para la temporada 2010 se vende a 1.052 dólares (US$ 175 por función). El Colón pretende que por sus seis producciones (una de las cuales viene de Santiago de Chile) se pague por un abono nocturno en platea 875 dólares (US$ 146 por función, “estos precios incluyen el diez por ciento de descuento”). Más barato que en Santiago, pero mucho más caro que en Nueva York, donde cualquier grasada (como es el caso de Turandot, en la puesta de Zefirelli) quita el aliento.
Se dirá que estos indicadores son totalmente insignificantes en países como el nuestro. Yo no estoy de acuerdo. En un caso y en otro (museos, teatros líricos) se trata de indicadores que los historiadores utilizan para dar cuenta, precisamente, de la expansión de la cultura de la burguesía (y allí están el Teatro Amazonas, de Manaus, y la película Fitzcarrarldo de Werner Herzog para probarlo).
La cultura burguesa, mal que nos pese, será siempre preferible a la barbarie. Incluso el gesto vanguardista de destruirla (con el que todavía simpatizo) supone que ésta exista. Hoy, nada en las acciones de Gobierno (nacional o municipal) hace suponer que el hundimiento o el abandono de la cultura burguesa vaya a ser aprovechado para la distribución de formas culturales de otro signo (o de otra significación).
Lo prueba la recién anunciada “agenda del Bicentenario”, “que incluye la realización de festivales, fiestas populares, concursos, desfiles de moda, certámenes literarios, congresos, encuentros deportivos y otras acciones para festejar los 200 años de la Patria” (según señala la página oficial de la celebración). “Entre las acciones que se llevarán adelante en 2010 se destaca”, afirma el sitio con sintaxis defectuosa, “la realización del 50º Festival Nacional de Fol-klore de Cosquín; la Bienal Internacional de Escultura en la provincia del Chaco; la 20º Fiesta Nacional del Chamamé en Corrientes; y la 36º Feria Internacional del Libro en Buenos Aires”.
Más allá del divino escudito federal que cada provincia imprimirá para la ocasión, no se entiende que se consideren “acciones que se llevarán adelante” a eventos que existen, todos ellos, desde hace más de veinte años. Tal vez sean esos los años que el país atrasa: 20, 36 o 50, según el Festival que se considere.
Buenos Aires, aquella dama burguesa de otros tiempos, hoy aparece dominada por rencores incomprensibles y oligofrenias asfálticas que se aplican sin desmayo como única forma de resistencia al trosko-leninismo-nacional-socialista (¿para qué limitar la disparatología?) al que se condena a nuestros párvulos.
De impulsos utópicos (burgueses) ni hablar. De la posibilidad de salvar el álamo por el cual la semana pasada Rafael Spregelburd elevó al cielo un sentido réquiem, tampoco. Sí: Buenos Aires, esta pesadilla.