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BORGHI, CARUSO, GARNERO, TROGLIO, RIVOIRA SIN LUGAR PARA LOS DEBILES!

El asesino de la moneda

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—¡Usted no tiene que hacer esto!

—La gente me dice siempre lo mismo… (sonríe).

—¿Qué le dicen?

—Me dicen: no tiene que hacer esto.

—¡Pero no debe hacerlo! (llora).

—¡Okay! (lanza una moneda al aire y la cubre con la mano) Elija: ¿cara o ceca?

Javier Bardem como Antón Chigurh en “Sin lugar para los débiles” (2007), de Joel y Ethan Coen.

 

Lo que primero me llamó la atención fue el tubo delgado que colgaba de su mano derecha, con un cable, un extremo de metal y el percutor. El hombretón deambulaba por la redacción con su espantoso peinado a dos aguas, pómulos tallados a hachazos, mirada de hielo, rostro inexpresivo, dos árboles como brazos, una camisa de leñador y borceguíes. ¿Qué traía? ¿Oxígeno? ¿Era un enfermero, o algo así? ¿Con esa cara? ¡Ops! De pronto, encaró hacia mi escritorio. Maldito sea. ¿De donde conocía yo a esa bestia?

—Perdón. ¿Necesita algo?

—Sí. Tu agenda, Asch. Quiero teléfonos, direcciones. Datos.

—Oiga, ¿qué le pasa, está loco o…?

La moneda brillaba en su manota mientras ofrecía: ¿cara o ceca? Entonces lo reconocí. Era mi amigo Bardem, el asesino de la película de los Coen.

—¡Qué hacés Javier! Sentate. Y no jodas con el jueguito macabro de la moneda que sé bien como termina. ¿Viniste con Penélope Cruz? ¿Cómo anda? ¿Siempre vendiendo champúes?

—Chigurh. ¡Soy Antón Chigurh! –chilló–, pero aquí, en confianza, puedes llamarme Bardem. ¿No quieres jugar? Lástima. El aire comprimido es divertido, silencioso, limpio. No mancha, casi. Ando solo, tío. Joder, ¡si Penélope me llega a ver con este pelo seguro se vuelve con el Tom Cruise!

—Contame. ¿Qué te trae por acá? ¿Venís a reventar a alguien?

—Sí, claro. A varios. Tengo una larga lista de técnicos.

—¿Y políticos no? Si querés, te hago un par de sugerencias desinteresadas. Dirigentes de fútbol hay muchos, también. Figurettis que arman desastres y después, nadie sabe cómo, quedan impunes. ¿A De Tomaso lo tenés? ¿Aguilar? ¿López? ¿Miele, quizá?

Barden cerró los ojos y negó con la cabeza. Estaba tan molesto que se iba de personaje.

—Oye, ¿quieres que me quede sin clientes? ¿O no te enteras de quién me paga? ¡Venga hombre! Dime lo que sepas de Borghi.

—¿Bichi? Un fenómeno. Buen tipo, trabajador, honesto, sincero, capaz…

—Bien : un débil. Nada personal, pero ya está condenado. ¿O acaso no le han ratificado la confianza? Esa es la señal que suelen darme.

—Oh, no. Es cierto... Pero, ¿y si hoy le gana a Vélez? Quizá las cosas cambien, el equipo reaccione y los tarados que gritan por la tele que por historia Boca no puede defender con línea de tres se callen de una vez. Además, cuando vuelva Riquelme, tal vez…

—Sí, puede ser. Aunque a mí no me importaría esperar. En mi oficio hay que armarse de paciencia. De todos modos, estaré ocupado. Me hablaron por un bocón de barbita que sale mucho en los medios. ¿Lo conoces?

—Claro. Ricardo...

—¿Fort? ¡Nooo! El trabaja con otra clase de profesionales. Y tiene ciertas exigencias que yo, la verdad, Asch, a esta altura de mi vida…

—No, qué Fort... ¡Carusito! Ricardo Caruso Lombardi.

—Oh sí, ese. El pobre iluso nos pidió un canje para liquidar a varios referís que no lo pueden ni ver. Imposible. Ya sabes: nosotros nos manejamos cash y en euros. Tiene las horas contadas. Será un milagro que se salve.

—Con ese promedio… En fin. ¿Tenés más candidatos?

—Por cierto. Un tal Chulo Rivoira: Y un chaval parecido a Marty Feldman. Su nombre es…

—Pedrito Troglio. ¡Un muchacho muy trabajador! Vamos amigo, vos no…

—No tengo que hacerlo, ¿no es cierto? ¡Vamos, dilo! (se ríe).

Bardem empezó a fanfarronear. Describió lo que él llama “la segunda masacre de Ezeiza”, con sus víctimas estrella: la armada maradoniana y los candidatos para la Selección que Grondona iba tachando de la lista. Batista por ahora está a salvo, dijo, pero si pierde con España… ¡Monedita para él!

—Hablame de Independiente y Gallego. Ese fuiste vos, ¿verdad?

—Claro. Una emboscada. No la esperaba, claro. A veces se gana y a veces… Ahora lo tengo en la mira a Garnero, que arrancó mal. Pero lo estoy negociando. Hay un precio para atenderlo a él, solo, y otro más importante que me llegó de muy arriba para hacer un paquete con César, el señor mayor que los asesora, y el presidente, un muchacho con look de galán de telenovela. Ah… estoy exhausto. ¡Demasiado trabajo!

—No te quejes. En cuanto lleguen las internas de los partidos políticos será mucho peor. ¿Pensás liquidar a muchos candidatos?

Era Antón Chigurh y no Bardem el que se quedó mirándome, incrédulo. Suspiró largamente antes de responderme, mordiendo cada sílaba.

—Ay Asch, qué ingenuo eres… Nadie necesita a un maldito asesino como yo en una ambiente de suicidas y autodestructivos. Olvídalo. Si fuese por esa gentuza me moriría de hambre…

Con un tono amable hasta el ridículo, me pidió prestado el diario, mi celular, un Biznike Nevado mordido, la copia de mi equipo del Gran DT y las llaves del auto. No pude negarme. Saludó con un gruñido y antes de irse prometió: “¡El fin de semana te acordarás de mí!”.

A que sí, murmuré sin que me escuchara. La moneda quedó, brillante, apoyada sobre el escritorio. Tengo más, dijo él.