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música extremada

El bolero ha sido declarado patrimonio intangible de la humanidad por la Unesco

Impulsada en México por el Instituto Bolero México y en Cuba por el Ministerio de Cultura, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura acordó el lunes pasado sumar al bolero a la Lista Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial. Una decisión más que justa, dado que se trata, en palabras de Guillermo Cabrera Infante, de “la única expresión musical verdaderamente poética”. Una breve historia y momentos cumbre.

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Boleros. 1. Luis Alberto. 2. Luis Chitarroni. 3. Pirela. 4. Borges. 5. Chico Novarro. 6. Guillermo Cabrera Infante. | cedoc

“Este 4 de diciembre de 2023, el Comité Intergubernamental para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) aprobó durante su 18ª sesión, celebrada en Kasane, Botsuana, la inscripción de la práctica cultural del Bolero en la Lista Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial (PCI) de la humanidad”.

“La candidatura del Bolero como PCI fue impulsada en México por el Instituto Bolero México (IBM), con el apoyo de la Secretaría de Cultura Federal, a través de sus direcciones generales de Culturas Populares, Indígenas y Urbanas, así como de Asuntos Internacionales. En Cuba, por el Ministerio de Cultura. En el proceso participaron personas portadoras de ambos países entre las que se cuentan autoras, compositoras, arreglistas, músicos, intérpretes y ejecutantes, académicas, promotoras culturales y seguidoras de esta práctica cultural”.

De esta manera comunicó la Unesco que el Bolero es Patrimonio Cultural Inmaterial, algo así como que fue “patentado”, en complicidad, por el gobierno de López Obrador y el régimen totalitario poscastrista de Cuba. En dicho texto se comete un horror histórico: “El bolero nació en Cuba en 1883 y se extendió por México y otros países de América Latina”. Género popular de raíces pobres y africanas (ah, la esclavitud…), su origen (y propagación aún mayor), es anterior, como bien señala Miguel Ángel de Lima en su artículo “Del bolero considerado como una de las bellas artes”: “El bolero ya se venía escuchando, sin letra, desde mediados del siglo XIX, con controvertidas raíces españolas (algunos hablan de un supuesto bolero gitano, por ser típico de sus bailes, movimientos que imitan el vuelo de las aves), elementos de la contradanza del siglo XVIII, y de la habanera de inicios del XIX (con su propia historia a partir de la aparición de El amor en el baile, la primera habanera, en 1842). Otros suman elementos del vals, del son y del danzón. Posteriormente, ya entrado el siglo XX, el bolero funcionó como verdadera aspiradora de otros géneros, absorbiendo contenidos y melodías de diversas fuentes, abriendo el paso al bolero son, al bolero ranchero, al bolero mambo, al bolero urbano y al filin, sin olvidar el abundante trasiego de tangos al mundo del bolero, sin ningún reparo”.

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Pero más llaman la atención las omisiones. Por ejemplo, la del mayor defensor del bolero como género, tanto poético como musical: Guillermo Cabrera Infante. En su novela Tres tristes tigres, incluye la titulada Ella cantaba boleros, retrato de una cantante negra del género y la noche habanera con su marea social en torno al mal de amores, con una prosa que hace honor al ritmo fusionado con las palabras. También fue autor de artículos sobre géneros musicales, muchos de ellos prologados por versos de boleros, compilados bajo el título Mi música más extremada.

María Kodama refería a una anécdota de cuando viajaba con Jorge Luis Borges a Londres. “Vamos a la casa de Cabrera Infante para visitar al tigre”. Era la excusa para encontrarse con la mascota del cubano, un gato que se recostaba sobre las piernas del escritor argentino reclamando y ofreciendo cariño. En una de esas oportunidades, ambos compitieron con citas: versos de boleros, por un lado, y versos de milongas, por el otro. Especie de payada cubano-argentina y además erudita. Recuerda Roberto D’Amico que Borges señalaba: “El tango es de la noche, porque apela a las pasiones primitivas; el bolero es del atardecer, porque apela a sentimientos mucho más refinados”.

Y sí, el bolero trata sobre el mal y el bien de amores, con sus consecuencias que resultan tan insondables como variadas. Algo que atraviesa clases, preferencias y tradiciones. Fernando Noy recuerda a Rosamel Araya: Para que sepan todos a quien tú perteneces/ con sangre de mis venas te marcaré en la frente”. La posesión del otro y dejarse poseer, qué desafíos. O como escribió el venezolano Felipe Pirela en Injusto despecho: “Y aunque parezca mentira/ Los dos vivimos un sueño/ En el que puse mi empeño/ Llegar a la eternidad”. Aspiración que invoca al Dante. Pirela, apodado el bolerista de América, aporta aquí su tragedia: murió a los 31 años en San Juan de Puerto Rico, tiroteado por un traficante de drogas que se decía su acreedor.

Otros aportes poéticos: “Muñequita linda/ de cabellos de oro/ dientes de perlas/ labios de rubí”, del paraguayo Luis Alberto del Paraná, bolerista que en 1963, en la Royal Variety Performance de Londres, compartió escenario junto a otros músicos como The Beatles. Pirela y Luis Alberto tampoco los consideró la Unesco, y lo mismo ocurrió con otro gran músico, esta vez argentino,  compositor de boleros que falleció el pasado mes de agosto: Chico Novarro.

Hijo de inmigrantes judíos, padre ucraniano y madre rumana, Bernardo Mitnik, más conocido como Chico Novarro, compuso célebres boleros como Algo contigo, luego reclasificados como temas románticos por el mercado discográfico. En dichas arenas movedizas, trascendió Carta de un león a otro, letra que hoy luce profética en este flujo cultural tan nuestro como sorprendente: “Tú tienes que entender, hermano/ Que el alma tiene de villano/ Al no poder mandar a quien quisieran/ Descargan su poder contra las fieras”.

A la manera de Luis Chitarroni, oído absoluto como Cabrera Infante, debemos señalar la influencia del bolero en Rainer W. Fassbinder, cineasta alemán que en 1976 estrenó Solo quiero que me amen (Ich will doch nur, daß ihr mich liebt), verdad poética que, sin dudas, resuena en los consultorios de los psicoanalistas argentinos, en todas sus variantes.