“No cubrió las expectativas.” Con esta frase, una voz gubernamental que conoce el pensamiento del matrimonio presidencial se refería al porcentaje del 45% de aceptación que tuvo la zarandeada nueva propuesta que el Gobierno argentino hizo a los tenedores de deuda que habían quedado fuera del canje del año 2005. “Para la interna de Boudou, esto no es bueno”, expresaba esta misma voz, describiendo los avatares que el posicionamiento del ministro de Economía va generando dentro del universo K. A esto hay que agregar cosas poco claras y sospechosas que todo este proceso de reapertura del canje de deuda ha generado: la participación de la consultora Arcadia, el manejo de información privilegiada que tuvieron entidades y fondos que pudieron así comprarles a los desprevenidos acreedores bonos a un precio vil, para después canjeárselos al Estado argentino por el doble o el triple del valor pagado. A esto hay que agregarle la derogación de la llamada ley cerrojo, de la que también participó la oposición, alternativa que afectó fuertemente la ya de por sí escuálida credibilidad de la Argentina en los mercados.
Al poco éxito de esta iniciativa contribuyeron varios factores: uno no menor fue la crisis financiera desatada en Europa; el otro, la poca envergadura técnica de la propuesta nacida en el Ministerio de Economía. Hay que agregar, además, que sobre el ministro se extienden varias sospechas. Una de ellas tiene que ver con el episodio del “intruso”, Roberto Larosa, que con gran aspaviento denunció Amado Boudou. Quienes están al tanto de este hecho dicen tener sospechas y evidencias de una operación montada con el fin de neutralizar las denuncias que sobre la reapertura del canje y la participación de la consultora Arcadia vino haciendo el diputado Claudio Lozano. Todos estos factores alejan la posibilidad inmediata de acceso a los mercados de financiamiento internacional que el Gobierno está buscando. Esto dificulta muchas cosas. Una de ellas es la posibilidad de enfrentar el fenómeno de la inflación atacando el problema desde su origen. Esto se da en un momento particularmente bueno para la economía argentina, en la que se verifica un indiscutible crecimiento. Es un crecimiento basado en el consumo y en la idea de que la inflación se come el valor del dinero. Por lo tanto, es un proceso generador de inflación. Falta la inversión. Y sin inversión va a ser muy difícil detener el aumento de precios que hoy carcome principalmente los bolsillos de los que menos tienen. De eso, precisamente, estuvo hablando en la noche del martes último un grupo de dirigentes empresariales con algunos líderes sindicales. Es que el tema se disparó con mucha fuerza tras el acuerdo de recomposición salarial que alcanzó el gremio de la alimentación. La cifra, 35%, produjo un sacudón tanto dentro de las fuerzas del trabajo como del capital.
El panorama sindical es bien complejo. Hugo Moyano, que enfrenta una situación delicada debido a las investigaciones que se están llevando adelante en la causa por adulteración de medicamentos, es una fuente de poder imprescindible para el Gobierno nacional. El líder de los camioneros lo sabe y es por eso que hace pedidos que incomodan al Gobierno. El del aumento del piso para el impuesto a las ganancias es uno de ellos, y el matrimonio presidencial le viene escapando. El salarial es otro.
A pesar de esta realidad compleja, la Presidenta no se privó de pasearse por la cumbre del Mercosur y la Unión Europea con su habitual discurso con aire de sermón a propósito de la crisis financiera que tiene en vilo a toda Europa. Está claro que se padecen allí las consecuencias de una burbuja económica producto de una fiebre de consumo y descontrol casi ilimitado en el manejo del gasto público. La Dra. Cristina Fernández de Kirchner habló desde el púlpito contra las políticas de ajuste. Lo que dijo fue correcto desde el punto de vista de la visión crítica de los efectos de las políticas neoliberales. Lo que no dijo es que algún día el ajuste será otra vez una realidad de la economía argentina si es que nada cambia en la política de adulteración de los índices que proporciona el Indek, el dibujo del presupuesto nacional y una política de subsidios enmarañados y poco controlados que aplica su gobierno. La actitud de la Presidenta no cayó bien a su auditorio y el protagonismo que le atribuyeron los obsecuentes de siempre no fue tal. Eso sí, a su paso por España tuvo la necesidad de desmentir lo que los hechos confirman: la restricción dispuesta a la importación de productos extranjeros que compiten con los que se fabrican en la Argentina, sobre todo en el rubro alimentario.
En la Ciudad de Buenos Aires, en tanto, la situación política de Mauricio Macri dista de ser simple. Nadie en el mismo oficialismo puede explicar por qué el jefe de Gobierno se empecinó en sostener al comisario Jorge Palacios en la forma en que lo hizo. Como indica la encuesta de Management & Fit que ayer publicó PERFIL, la mayoría de los consultados desaprueba su gestión pero lo cree inocente de haber ordenado las escuchas ilegales. Nada de ello lo excusa de su torpeza producto de una necedad sorprendente y de una escasa predisposición y capacidad para escuchar la opinión crítica de sus colaboradores. La suerte del jefe de Gobierno porteño dependerá, ahora, de lo que resuelva la Cámara de Apelaciones.
En este contexto, hemos llegado a la celebración del Bicentenario de la Revolución de Mayo, en la que la fotografía que nos muestra gran parte de la dirigencia política es patética. La Presidenta, que organiza una cena de gala a la que no invita ni al vicepresidente ni a los ex presidentes constitucionales; Macri, que con desatino arremete contra el matrimonio presidencial a propósito del esfuerzo que le hubiera demandado estar sentado al lado de ellos durante la función de gala de reapertura del Teatro Colón; la Dra. Fernández de Kirchner, igualmente mal, agraviándose por cosas personales y anteponiéndolas a su rol institucional al anunciar su no ida al Colón, encontrando así la excusa para no asistir a un acto en el que temía una recepción fría por parte de los asistentes.
La Primera Junta de Gobierno nacida el 25 de mayo de 1810 fue cruzada por el signo de la división y la incomprensión entre los pensamientos de Cornelio Saavedra y Mariano Moreno. Doscientos años después, buena parte de la dirigencia argentina sigue padeciendo de aquel mal.
Producción periodística: Guido Baistrocchi.