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El desierto y su semilla

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| Cedoc

En 1870 el Coronel Lucio V. Mansilla era comandante de las fuerzas  del ejército nacional. En ese entonces el gobierno celebró con Mariano Rosas –cacique de los indios ranqueles– un tratado de paz que debía ser ratificado por los jefes indios antes de ser sometido a la aprovación del Congreso. Mansilla decidió entrar en el desierto para tratar personalmente con Mariano Rosas y de ese viaje y ese encuentro salió uno de los libros más extraordinarios de la literatura latinoamericana: Una excursión a los indios Ranqueles. 

Tanto Saer, como Di Benedetto o César Aira, cada uno a su manera, han intentado narrar las épocas de la formación de nuestro país. Algunos utilizando un riguroso realismo histórico y otros –Aira– inventándose un verosímil donde los indios podían, por ejemplo, hablar de Mao o psicoanálisis. 

El Coronel Mansilla es un escritor genial. El libro tiene el registro del realismo, pero eso mismo lo vuelve disparatado, casi posmoderno. Mansilla es escuchón, como pedía Ricardo Zelarayán: así que trasmite en directo esos momentos en que el lenguaje está vivo y va modificando su estructura a medida que suceden nuevos hechos. Los indios de Mansilla, a diferencia de los de Aira, están dementes: tienen un lenguaje declinativo, piden ropa, calzoncillos, tabaco, pero sobre todo aguardiente. Y festejan bacanales que podrían servir de modelo a las Fiestas Galantes de Paul Verlaine. 

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Hay una escena que me hizo llorar de risa. Cuando Mansilla finalmente logra llegar a los toldos de Mariano Rosas, se tiene que bajar del caballo y abrazar a cada uno de los indios de la corte –son como 30–  y levantarlos del suelo a modo de amistad a la par que pegar un grito como de karateca. Los indios lo levantaban a él y gritaban y él tenía que hacer lo mismo con ellos. Hasta que le toca uno muy gordo, alto, difícil de asir. Pero Mansilla sabe que no puede fallar porque cualquier cosa puede malquistar a los indios –los Ranqueles parecen niños siempre dispuestos a encapricharse–, entonces se concentra para levantar a ese indio  y lo consigue después de un supremo esfuerzo y un grito de dolor. 

Mansilla es un maestro para intercalar historias de gente que conoce a medida que viaja, sin dejar de lado el relato principal y la descripción del lugar donde suceden los hechos. A través de su pluma vemos el desierto, en una road movie alucinatoria: “La tierra se estremecía como cuando la sacude el trueno, oíanse alaridos en todas direcciones, sentíase un ruido sordo… la masa enorme de guanacos, rompiendo la resistencia del aire, pasó como un torbellino, dejándonos envueltos en tinieblas de arena. Detrás pasaron los indios revoleando la boleadoras, convergiendo todos hacia el mismo punto, que parecía ser una planicie que quedaba a nuestra derecha”.