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El ecologismo de Milei

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Método. Así como Greta Thunberg, Milei reclama que hay que actuar ahora para salvar el futuro. | cedoc

A pesar de negar activamente el cambio climático y de calificar los reclamos del ambientalismo como una herencia tardía de una izquierda con necesidad de reinvención, Milei ha logrado copiar algunas de las estrategias de comunicación de los especialistas en descripciones sobre problemáticas ecológicas para argumentar urgencias en las decisiones económicas.

Entre quienes advierten sobre problemáticas ambientales, el tiempo es especialmente urgente. Las decisiones son aquellas que se necesitan ya, ahora, como un último llamado antes de un final en forma de extinción, y el futuro es lo que se observa como la consecuencia trágica o redentora de las decisiones en un presente siempre apurado; incluso, como un presente que puede perdonar incertidumbre o desconocimiento completo, pero compensado por la urgencia que debe ser creída en la transmisión de un conocimiento de expertos que la sociedad solo observa en forma de audiencia.

Milei y sus rivales, todos ellos, logran desplegar un debate que puede ser descripto como propio de la era moderna, en la que el tiempo es una combinación de acción y consecuencias, y que justamente puede ser diferenciado de momentos previos del desarrollo social. El rol de los adivinos en culturas ya extintas (o actualmente muy marginales), como aquellos que podrían describir el devenir, que sería este uno con consecuencias independientes de las voluntades de los actores, o ciertas trayectorias de vida solo ancladas en las condiciones sociales de nacimiento, propias de sociedades estratificadas precapitalistas, son fácilmente diferenciables del modo en que se piensa actualmente la vida cotidiana. Colocaban el tiempo futuro, o bien en una suerte de punto fijo haciendo que se pareciera demasiado a cualquier presente, o como un mero sitio de llegada inalterado a la voluntad de agencia de cualquiera que lo intentara hacer diferente. En el tiempo que nos toca, el futuro es bastante protagonista, en especial como duda intensa sobre su forma, y el debate sobre qué hacer con él se convierte en problema intenso.

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En el tratamiento sobre el futuro, la mirada ecológica ha sido exitosa en incorporar no solo la idea de ser consecuencia producto de una transformación en este presente, ya que en eso copia al discurso del tiempo que le da nacimiento, sino en establecer el escenario de la urgencia como aquella que incluso pone en duda al futuro como futuro. Si la extinción del planeta fuera una realidad, el futuro sería ya la imposibilidad completa de otro presente. Con ellos, la sociedad debate así la hipótesis de su final, y su planteo trágico coloca en el presente una presión abundante en exceso. Milei, de espaldas al Congreso, como alguien que observa el futuro, lanza valores de inflación como una amenaza de extinción de la economía argentina en formato replicado de quien advierte sobre el calentamiento global, y el peronismo se prepara en formato de adaptación a ese esquema de descripción, como quien niega las evidencias de una temperatura económica en condiciones de amenazar todo lo conocido. Milei y sus funcionarios trazan, de ese modo, su ensayo de último llamado, igual que Greta Thunberg, con gestos de horror.

El establecer un discurso bajo estas condiciones permite rendimientos en la comunicación alternativos y hasta menos cuidados. Quien logra determinar un marco de gravedad ubicado en el aquí y ahora, aunque base sus descripciones en conocimientos científicos y académicos, puede al mismo tiempo perdonar algunas posibles necesidades de profundizar en descripciones económicas teóricas, justamente porque ya no hay tiempo. Podría otro economista, con teorías alternativas, señalar que la inflación no sería un fenómeno monetario o incluso recientes funcionarios querer desplegar criterios teóricos complementarios, pero en realidad, quien logra trasladar la urgencia como un presente que no puede detenerse a ser pensado puede permitirse ahorrar en tiempo de conocimiento y reflexión, y transportar así toda la presión en las decisiones que ya deben hacerse, porque nada puede esperar. Milei comprendió que con la idea de urgencia, crisis y de gravedad, sus decisiones como gobernante pueden ser tomadas, y en especial, por ahora, casi no discutidas.

Esta condición resultante de un terreno ausente para el cuestionamiento, y un aseguramiento pleno para la decisión, abre la necesidad de una ayuda complementaria. En el ambientalismo se utiliza fuertemente el recurso de la moralización del discurso, en tanto quienes estarían de acuerdo con atender sus anuncios de fin del mundo serían los “buenos” y merecerían respeto; y quienes no lo harían serían en oposición esencialmente “malos” y cooperadores de un asesinato masivo. El mundo quedaría así constituido como una forma con dos lados, en los que unos serían buenos y recibirían la estima de los iguales, y otros serían los malos, y recibirían por eso el rechazo. Quien se puede perdonar la profundización en el conocimiento, producto de la urgencia, va en búsqueda, como afirma Niklas Luhmann, de recursos de moralización como forma de compensar la ignorancia que el apremio del riesgo deja sin resolver.

Las conferencias de prensa de Manuel Adorni son la forma diaria en que este derrotero de composición del mundo puede ser observado. Casi como un regalo para su estudio, se presenta como un ejemplo atractivo de corporización efectiva de esta cadena de mecanismos que unen urgencia, irreflexión y moralización. Podría expresarse como quien anuncia la agenda del día, repasa decisiones y aclara dudas sobre medidas; pero su entretenimiento requiere de agregados valorativos sobre desastres, acusaciones a la oposición, opiniones personales y comentarios especialmente intensos sobre el estado del país, tal como si estuviera todavía en un programa periodístico para “analizar” la realidad política que lo rodea. Con él, el gobierno nacional puede terminar el ciclo necesario para la toma de decisiones de Caputo, con la personificación de comentarista de Adorni que reflexiona casi en cadena nacional sobre las barbaridades del anterior gobierno y los declara justamente como los malos, porque ellos son los buenos. El ciclo se completa fantásticamente.

Los beneficios para el encadenamiento de la comunicación son notables. Las decisiones solo podrían ser cuestionadas por cínicos que no podrían aceptar la realidad, las referencias de teoría económica solo serían recibidas como verdades de Milei, y el lugar para los indicados como “malos” sería solo el del silencio y el desprestigio. El peronismo es hoy algo parecido, para mucha gente, al terraplanismo, porque parece decir solo cosas para negar una supuesta realidad evidente. En toda comunicación, en toda propuesta de diálogo, puede haber como respuesta un “sí” o un “no”; y Milei con esto que construye, se llena, por ahora, de “síes” sin necesidad de aclaraciones adicionales; mientras el peronismo se abunda en “noes”, porque de ellos se piensa igual que sobre contaminadores.

El resultado es que el presidente Milei casi no habla. Esta conformación de escena hace no necesaria la comunicación en quien se especializó en publicitarse en todo programa de televisión posible, pero cuya necesidad ahora se ha reducido al mínimo. Esto mismo, por ahora, puede observarse como un logro. En la televisión hay que llamar la atención, pero en el poder hay que hacer que sigan órdenes, y estas en este instante, parecen ser cumplidas, incluso con la gente aceptándolas, porque ya se sabe que del otro lado están los “malos”, y parece que de eso no habría dudas, y Milei no necesita aclarar nada.

* Sociólogo.