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El error pospopulista

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¡Qué penosa la decisión cortesana del Sr. Macri! Aclaro, por si hiciera falta, que no integro las delgadas huestes de sus simpatizantes y que tampoco integro el número de sus cada vez más circunstanciales aliados, pero que estaba dispuesto a soportar con estoicismo y, en gran medida, con diversión malsana, su gestión, que imaginaba dominada por la hiperkinesis y no por el subibaja emocional al que estuvimos condenados los últimos ocho años. Incluso (lo confieso no sin cierta culpa) hubiera festejado con sinceridad los asfaltos, las cloacas y las gasificaciones bonaerenses, porque suponía que podían llegar a beneficiar a mi pobre madre pobre, jubilada y cada vez con más dificultad para conectarse a Facebook para replicar allí hasta la náusea las melancolías por la felicidad perdida que dominan ese engendro que de a ratos se confunde con la esfera pública.

Ahora, ni una cosa ni la otra. La designación de dos supremísimos por decreto me obliga a reaccionar airado y el retroceso de la infraestructura hacia las zonas chacareras apaga en mí toda esperanza. El suburbio de mi madre seguirá hundiéndose en la miseria, y tendremos que salir a defender a la Sra. Gils Carbó (no a Sabbatella, no a 6,7,8) de un poder que se muestra cada día que pasa un poco más cómodo en la autocracia que pensábamos que era ya cosa del pasado.

El pospopulismo es así: te hace creer una cosa, el abandono total de los vicios pretéritos, pero en verdad lo único que hace es ponerlos en otra perspectiva. Un desasosiego profundo. Para colmo de males, el candidato al que le había cedido en comodato mi humilde adhesión me la devuelve prácticamente intacta, al rechazar una convocatoria al diálogo que le habría permitido no tanto dialogar (esa quimera comunicacional), sino significar: significamos el desacuerdo y la incomodidad. Significamos el bien. Ustedes representan el error.

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