Las reformas que propone el gobierno de Mauricio Macri para la segunda mitad de su gestión actualizan un debate permanente: ¿cuál es el lugar del Estado?
Miradas encontradas. El rol del Estado es controversial y está teñido de principios ideológicos, muchas veces alejados de la realidad histórica.
Una mirada clásica del tema se encuentra en Hobbes, en la idea de que es fundamental un pacto entre los hombres para evitar su autodestrucción creando “un poder común sobre ambos contratantes, con derecho y fuerza suficiente para obligar al cumplimiento”, como dice en su Leviatán (1651). Su característica esencial será la neutralidad, el Estado árbitro frente al conflicto. Esa noción sigue siendo válida, la falta de neutralidad es expresada hoy como “conflicto de intereses”. La visión desde el marxismo es completamente opuesta. Allí el Estado expresa las contradicciones de clase, y su función será la de asegurar el dominio de una clase sobre las demás, por eso para Lenin el Estado debería desaparecer en una futura sociedad sin clases (lo contrario de lo que pasaría finalmente en la URSS).
Una postura de actualidad puede encontrarse en los trabajos de Ayn Rand. Rusa de nacimiento, abandona su país en medio de la Revolución soviética hacia Estados Unidos pasando a defender a ultranza las cualidades del libre mercado. Su obra más famosa es una novela: La rebelión de Atlas. Allí denomina a los políticos y a la burocracia como los “saqueadores”, mientras que los “no saqueadores” son los emprendedores, empresarios e intelectuales. Sin embargo, Rand creía (a diferencia de muchos de sus admiradores) que la libertad debía ser absoluta, incluyendo la libertad de la expresión, el aborto, la eutanasia y otros temas.
Cuestión de escala. En Argentina, el dilema de la pertinencia de la escala derecha-izquierda tiene una traducción posible en los niveles deseados de intervención del Estado en la economía. Simplificando, en una escala del 1 a 10, donde 1 es laissez faire absoluto y 10 una suerte de capitalismo de Estado (o socialismo), al principio se encuentra la clásica versión del Estado mínimo, sólo ocupado de la seguridad, la defensa y la justicia como los elementos centrales de la conservación del orden social. También se pregona un país abierto al mundo con nulos aranceles. Quienes sostienen esto en Argentina tienen en mente ese país mítico anterior al voto universal y al granero séptimo país de la tierra. En el mundo (y en la Argentina) de hoy, de grandes corporaciones monopólicas, complejidad social, desigualdad y pobreza, la visión de mercados perfectos sólo se puede encontrar en modelos teóricos.
En el otro lado de la escala se encuentran quienes sostienen que deben estatizarse las grandes empresas de servicios públicos, controlar el mercado exterior, colocar fuertes aranceles a la importación de productos y gravar fuertemente las grandes fortunas, como intentó imponer François Hollande en su gestión en Francia, y se encontró frente a la renuncia a la nacionalidad por parte de Gérard Depardieu. Quedan pocos ejemplos de intervención estatal total tras la caída de los regímenes soviéticos, con la discutible excepción de China. Sin embargo, el auge de los neonacionalismos, como el de Donald Trump, vuelve a poner el proteccionismo sobre la mesa.
En el medio de nuestra escala de intervención estatal deseada existe una multitud de combinaciones, que incluyen contradicciones entre quienes desean algunas políticas pero rechazan sus efectos (como pasa con la represión policial). Pero la mayoría de los argentinos reclama cierto arbitraje del Estado sobre el mercado. En este sentido, en el bloque de votantes de Cambiemos conviven posiciones diversas en nuestra escala, con un promedio más bien alto. Por eso el Gobierno, conocedor de las preferencias de sus votantes, elige ir con pies de plomo.
El precio de la historia. En medio de la discusión sobre el gradualismo de las políticas en curso, el oficialismo tiene muy presente el experimento de López Murphy para evaluar el efecto de los mecanismos de ajuste. Ricardo López Murphy asume como ministro de Economía el 5 de marzo de 2001 y plantea un programa radical para reducir el gasto público en unos 2.000 millones de pesos/dólares con un fuerte recorte en educación, pensiones, gasto de Anses, quita de subsidios varios, entre otras cuestiones. Renuncia 15 días después, en un país incendiado que señalaba el camino hacia el abismo a Fernando de la Rúa.
Las dos cuestiones –las percepciones y los deseos de los votantes, y las experiencias de la historia– moldean esta etapa política más allá de las preferencias de sus protagonistas. Se debe recordar que Macri y López Murphy realizan una efímera alianza en 2005 como Propuesta República, para participar en las legislativas de ese año. Sin embargo, en 2007 se rompe la alianza, tras fuertes discrepancias con la intransigencia del “bulldog” que quería enfrentar a Cristina (saca el 1,43%). En cambio, Macri opta por una estrategia “minimalista” y va por la Ciudad
de Buenos Aires, donde le gana a Daniel Filmus en segunda vuelta.
Lo que quiere la gente. Contrariamente a lo que pregonan los mediáticos economistas ultraliberales, buena parte de la sociedad argentina demanda una intervención del Estado en dos planos principales: la regulación y el control. Creen que el Congreso no sólo debe generar buenas leyes que organicen el mercado, sino que deben generarse instancias de control gubernamentales efectivas de esas regulaciones. Al contrario, pocos piensan que bajar impuestos a las grandes fortunas pueda aumentar las inversiones productivas, como tampoco les escapa a los sectores más informados que el modelo económico se sostiene mayormente en el ingreso de los capitales prestos a financiar el déficit con altas tasas de interés, lo cual también es una intervención estatal, aunque no parezca. Por eso el plan de reformas que busca liberalizar algunos factores de la economía, en particular las relaciones laborales, más los polémicos cambios previsionales, generan incógnitas sobre la reacción de una sociedad que muestra más dudas que entusiasmo.
*Sociólogo (@cfdeangelis).