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El fin de la teoría del todo

28_11_2021_logo_ideas_Perfil_Cordoba
. | Cedoc Perfil

Cuando terminé de leer El fin del homo sovieticus de la Premio Nobel de Literatura rusa Svetlana Aleksiévich, entendí que los testimonios que hilvanaba su magnética narración describían un biotipo que se siente lejos del fin oponiendo a eso una fuerte resistencia a cambiar y con un enorme dolor. Me pregunté si el peronismo será capaz de dejar ir lo que es parte del pasado para permitir su supervivencia.

Como la mayoría de los países latinoamericanos, la Argentina fue parida por ideas liberales. La Constitución liberal se planteaba como una herramienta ineludible y más para una reciente colonia que deseaba alejarse de la arbitrariedad monárquica. En este marco, la agricultura, el ferrocarril, la educación, la inmigración se combinaron en una alquimia que, aunque nos cueste imaginarlo, ubicó el país entre los primeros del mundo a principio del siglo XX.

Pero algo germinó entre los líderes de aquel proceso que les impidió desarrollar la habilidad de competir por el poder. Cierta discapacidad que inicia un proceso de remisión democrática que en pocos años dejó reducidos sus microorganismos a un estado de hibernación. A partir de allí, la clase dirigente argentina, desde sus diferentes perspectivas, no supo, no pudo, no quiso, encontrar un sistema de alternancia ni una lógica común para definir una organización política, con reglas iguales para todos los jugadores. Los liberales, la centroderecha, la derecha, prefirieron transformarse en otra cosa y participar a los volantazos, fraguando elecciones o por la fuerza.

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Es precisamente con ese clima que nace la figura de Juan Domingo Perón que, si bien inaugura una nueva etapa, claramente inclusiva desde el punto de vista social, lejos de neutralizar el proceso iniciado, introduce a la política ciertos rasgos militares, naturalizando la dinámica amigo-enemigo que profundizó cada día un poco más el concepto de exclusión, de negación del otro.

El peronismo, hijo de la Década Infame, nunca se enfrentó, hasta 1983, con iguales reglas de juego, con otro partido, sino que siempre lo hizo contra otro sistema, quedando sobre sí mismo la representación de la democracia en su conjunto. El todo. Esto lo condicionó a definir una paleta de valores mayorista orientada a atender las más diversas preferencias electorales. La izquierda, el centro y la derecha en su seno. El peronismo se había acostumbrado a ser toda la política, enfrentando a la corporación militar. Por eso conserva un discurso que excluye lo que no sea él mismo. No sabe alternar porque eso, históricamente, significó su destrucción y la destrucción del sistema representativo.

Si bien desde principios de los 80 se define una organización con reglas claras de juego, el peronismo no tuvo con quién jugar la mayor parte del tiempo. El radicalismo empieza a reducirse en 1989 y se pulveriza como fuerza opositora en 2001. De nuevo el todo. Solo la redefinición K del peronismo como izquierda deja espacio y posibilita la aceleración de la construcción de un nuevo espacio opositor y hacer efectiva e inaugurar la cancha de 1983.

Ya el peronismo no está solo ni representa de manera única un sistema. No obstante, continúa desarrollando un discurso excluyente, porque eso está en su ADN. Esa genética les impide ver, a muchos de sus integrantes, la nueva realidad y ponerse a la vanguardia, ya no de una lucha contra aquellos que venían a romper con la democracia, sino del cambio. Se parece a un hijo que ha sido único por diez años y le aparece un hermanito. La pregunta es si podrá adaptarse a un nuevo vínculo, admitiendo las características del que tiene enfrente, o continuará preservando un estilo excluyente cuyos impactos poco a poco lo van reduciendo en términos electorales, simbólicos, y de generación de liderazgos más adecuados a los nuevos tiempos.

Esa discapacidad que germinó con el liberalismo y la derecha en 1930, convirtiendo la alternancia en destrucción y la arbitrariedad en norma, ya pasó, ya no está, y el peronismo tiene el deber de dejar ir al pasado para empezar a ser de otra manera. Ya no es el todo, es una parte, y de la cual depende también la supervivencia del sistema que claramente todos queremos. Duele, pero llegó el fin del todo.

 *Politóloga.