A quién se le ocurre que la contención salarial (para conseguir o mantener competitividad) y la reducción de programas públicos pueden contribuir a una mejora de los niveles de vida? Los ciudadanos sienten que se les vendió humo. Tienen derecho a sentirse estafados.” Sostuvo Joseph Stiglitz en su último escrito, para agregar contundente: “Las élites aseguraron que sus promesas se basaban en modelos económicos científicos y en la ‘investigación basada en la evidencia’. Pues bien, cuarenta años después, las cifras están a la vista: el crecimiento se de-saceleró, y sus frutos fueron a parar en su gran mayoría, a unos pocos en la cima de la pirámide. Con salarios estancados y Bolsas en alza, los ingresos y la riqueza fluyeron hacia arriba, en vez de derramarse hacia abajo.”
Es este mecanismo de pauperización abajo y concentración del ingreso arriba que, pareciendo abstracto, explica la extensión del triunfo de la fórmula Fernández–Fernández el pasado 27 de octubre, elección donde no había promesas en discusión, sino evaluación de dos modelos de gestión archiconocidos y recientes: el oficialista neoliberal o el popular-democrático opositor.
Las comparaciones eran nítidas y todas favorables a la oposición. Solo cuatro datos relevantes: si la pobreza en 2015 llegaba al 26,9% –según investigadores del Conicet– a fines de este año alcanzará el 40%. La línea de indigencia o hambre que en diciembre de 2015 alcanzaba al 4,2% de la población, es ya del 8% y trepará hacia fines de año. El desempleo en el año 2015 era del 5,9%, es hoy del 10,1% y seguirá en alza, mientras el salario mínimo pasó de US$ 580 en el año 2015 a US$ 280 en el año 2019 y caerá más aún.
Triunfo contundente de la oposición que con el 48,26% obtuvo el tercer registro más alto de la serie de victorias peronistas desde la recuperación democrática –solo por debajo de Menem en 1995 y Cristina en 2011–, con el agregado de que esta vez la oposición tuvo un solo liderazgo unificador, Mauricio Macri, a pesar de lo cual el autodenominado “Gato” se transformó en el único presidente democrático que intentando ser reelecto, no pudo serlo.
Un verdadero fiasco, un fracaso que desde luego, las usinas oficialistas, la cadena oficial de medios privado, intentaron hacer pasar como gran victoria, opacando la tunda que le propiciara el ya presidente electo y ex jefe de Gabinete de Néstor Carlos Kirchner al ahora perdidoso y antes vicepresidente de Sevel.
La apología del gobierno neoliberal y su supuesta eficacia electoral no es nueva. Ya lo habían hecho en las elecciones parlamentarias del año 2017 cuando transformaron una elección nacional mediocre de 41 puntos, en una colosal odisea. Dijimos desde estas mismas columnas que 41% nacionales en pleno ciclo ascendente de una fuerza sostenida hasta por la OTAN era una elección menos que mediocre.
Mucho peor que las primeras elecciones parlamentarias de Alfonsín, Menem o Néstor Kirchner solo mejor a las ocurridas en la crisis de la Resolución 125 en el año 2009 y las elecciones de octubre del año 2001 donde ganaron las fetas de salame a los candidatos de la Alianza Progresista Frepaso-UCR, una joyita republicana ideada en la hoy en refacciones Confitería Del Molino.
O sea nada nuevo bajo el sol, “cápita diminutio” para los opositores y apología forzada al oficialismo hasta el último suspiro de este gobierno nefasto, el peor, el más dañino para con los intereses nacionales y populares desde la recuperación democrática. Gobierno que violentó el Estado de Derecho a punto de poner presos a dirigentes opositores y cuyos representantes políticos, parlamentarios, territoriales bajo la conducción del Presidente en ejercicio de su salida, se preparan para una guerra contra el nuevo gobierno popular democrático, hijo del empecinamiento de un amplio sector de la ciudadanía para sostener a Cristina Kirchner, encarnación femenina de un liderazgo único y sostenerlo hay que recordarlo, aún en las peores circunstancias. Cristina ha vuelto.
*Director de Consultora Equis.