Si la aceleración geométrica se mantiene, el actual proceso de desgaste político –al margen de otras consecuencias– podría determinar que, acercándose a la fecha de 2011, por ejemplo los radicales ya no piensen en el exitismo actual de Julio Cobos como puerta de emergencia para recuperar el poder. Tal vez emerja como candidato otra figura de su viejo tronco, por ejemplo un Ricardo Alfonsín (siempre y cuando el hijo del prócer supere ciertas inhibiciones personales), hoy en el banco de suplentes. El interrogante es obvio: ¿hasta cuándo podrá permanecer en el invernadero el actual vicepresidente, nutriendo merecimientos por el silencio y la campaña anti Cobos que desarrolla el Gobierno que integra? Y cuando salga obligadamente de su cálida madriguera –aunque el partido ofrece el antecedente mudo del mudo Yrigoyen–, ¿quién garantiza que aumentará las adhesiones en lugar de perderlas radicalmente, como corresponde a un hombre de esa fracción? Son dos años los que faltan, no hay cuerpo que aguante, ni siquiera la coraza hipopotámica de los políticos.
Todo se renueva
El caso no es Cobos solamente: el fenómeno de renovación y crítica se extiende a otras franjas partidarias, cierto hastío político alcanza a los dirigentes conocidos que, mientras se ocultan, ganan. Pero ese juego de escondidas resulta efímero y les costará evadirse de las raspaduras y alijamiento que padece el Gobierno, el cual se obstina –y persistirá en esa estrategia– en contaminar a los otros. Empezando por el justicialismo, agrupación capaz de acercar más bisoños aspirantes que la propia UCR en la tarea de rejuvenecerse ante el público: si Alfonsín podría ser una eventualidad en el tablero de arena, los ascendentes cuarentones peronistas son más y hasta se han convertido reservadamente en posibles números dos de cualquier fórmula interna.
En la foto, con esa pretensión, del elenco primario aparecen el gobernador salteño Juan Manuel Urtubey, también el intendente de Tigre, Sergio Massa y el gobernador chaqueño Jorge Capitanich, aunque este par de menciones escandalice a más de uno. Vertiginoso este avance juvenil en el mercado ante gerontes sin mercadería a la vista, impasibles o poco activos. La oportunidad de venta de los nuevos cuadros responde no tanto a las calidades de la oferta o al ejercicio que los jóvenes despliegan para alcanzar fama y poder, sino por el deterioro causado –hay que insistir–, en el lento y cuidadoso esmeril que una sociedad irritada les reserva a los dirigentes de la primera fila. Y dos años en esa licuadora sinfín es un plazo que abruma a cualquier veterano y más que suficiente para intentar una revolución generacional. Esas palabras, que aluden a la transformación, habitualmente despiertan un cándido entusiasmo en gente con escasa fe y particular encono hacia lo establecido por su infelicidad. Resumiendo, el que se vayan todos de 200l hoy más tenue, pero latente.
Como hay cierta recurrencia a los 70, no vendría mal un planeo por esos años desgraciados, tiempos en que los argentinos buscaban y endiosaban a un padre o abuelo de familia como Perón (no se necesita recordar que el apego hasta podía alcanzar a otro pariente, el fiel Tío de San Andres de Giles), justo cuando deslumbraba la teoría de un pediatra cordobés, Arnaldo Rascovsky, quien le encontró diversos gambitos de actualidad cotidiana al concepto histórico de filicidio, milenario en diversas religiones, pero difundido por personajes y literatura, de Herodes a Tántalo, de Agamenón a Medea. Entonces, hasta en la tele atrapaba ese Rascovsky psicoanalista con sus explicaciones sobre matar a los hijos, lectura que podía explicar ciertos acontecimientos de entonces.
El parricidio
Mientras, sin embargo, también en esos dos lustros calamitosos, se redescubría otra onda opuesta, el parricidio, imperante en el cerrado culto literario al humorista Saki Munro, un birmano británico que admiraba Jorge Luis Borges y que flotaba espeso en las calles con las organizaciones armadas. Aunque fingieran adorar a viejos como Perón, Vicente Solano Lima o al propio Cámpora, en rigor guardaban como hecho y metáfora matar a los padres (cuestión que hacia finales de la década expuso el novelista Adolfo Bioy Casares en La guerra del cerdo), mirado el autor hoy por la óptica kirchnerista como un reaccionario, seguramente. Opiniones aparte, esa rebelión mortal contra los mayores tan común en el ambiente artístico y cultural, tambien disponía de antiguos antecedentes, de Séneca al más teatral Sófocles, de la novelística de Dostoyevski (Los hermanos Karamazov), del Edipo constante y freudiano con el que se agobiaba a los pacientes y, sobre todo, por la falta de entendimiento contumaz de los padres para enfrentar la decadencia y las visiones únicas, sectarias.
Se pagó cara aquella contradicción entre el filicidio y el parricidio. Apelar al recuerdo, también a una tamaña infusión de datos históricos –junto a la comparación de declives en el país– parecen exagerados si uno pretende enfrentar la incipiente rebelión juvenil en la política (“entre nosotros y con los adversarios, aún con diferencias, hablamos un lenguaje pacífico, sin rencores”, admite uno de los peronistas protagonistas) con lo ocurrido en los 70. Pero hoy se esboza ese movimiento, se reúnen –como la semana pasada en el Castelar, Urtubey, Santiago Montoya y otra lista común bajo el imaginario juvenil de Alberto Fernández por recrear el grupo Calafate que promovió al estrellato a Nestor Kirchner–, discrepan y coinciden en el acecho a una generación. No está en ellos asaltar trincheras, ninguno se perfila siquiera como el chilenito Marco Enrique Ominani, apenas si se entrenan para ocupar espacios y aprovechar situaciones. Si ahora son partenaires obligados, en dos años pueden ocupar cartel francés. Lo determinará el mercado.
La batalla contra Clarín
Y éste, claro, obedece a las contingencias que abruman: la inflación (2% para este mes, le guste o no al INDEC), los dos dígitos de desocupación en algunas provincias y el significativo deterioro que envuelve al Gobierno, complicado en multitud de batallas de tiempo completo. Sea con los Estados Unidos (el enviado de Obama sólo dijo lo que repiten los argentinos hace meses y, simplemente, ofició de traductor), los “grupos sociales” que reclaman subsidios fuera del aparato oficial, el marginamiento de fuerzas políticas con la nueva reforma o sea con el grupo Clarín –batalla a intensificarse en los tres meses venideros– con el tema de los ADN y el más importante en términos económicos, la no fusión del sistema de cable. Los Kirchner descubrieron esa caja concentradora, decidieron dinamitarla, mientras, hablan contra el monopolio: gracioso argumento que no esgrimieron en su momento, cuando le obsequiaron la fusión al grupo y hasta hicieron renunciar a quien se oponía a esa decisión, José Sabatella, titular de la Defensa de la Competencia. Ni siquiera lo reivindican, como tambián se olvidaron de quienes por años impugnaron el proceso dominante de Clarín, no sólo bien vista –también usufructuada– por el kirchnerismo en sus primeros cinco años de gestión.
Futuros dinosaurios
Por su personal anclaje en ese pretérito bien definido de los 70, tampoco los Kirchner podrán integrarse a ese golpe generacional subterráneo, casi parricida, si se produce hacia el 20ll. Por lo que demuelen –aún en sus actos elogiables– por el desprecio parvulario que manifiestan y por el vacio que generan, tanto que si su proyecto fuera sustantivo, una juventud le cubriría las espaldas; pero, hasta ahora, solo recogen jóvenes que expresan la reivindicación de un pasado perdido, monotemáticos con aquellos “años de plomo” y, casi lo peor, con los slogans políticos de entonces. No han motivado la creación de pensamientos alternativos, ni siquiera la iniciación en otros rubros del progreso. Desde allí, sin duda, no saldrá el cambio generacional para el 20ll, y eso que la vasta mayoría de los imberbes que los acompañan se alimenta con la leyenda de la liquidación de los mayores. Paradojas de la vida.
Si la pareja apunta a convertirse en dinosaurios irrepetibles en el 20ll, otros de esa especie –casi al borde los 70 años– se aferran a una última oportunidad consagratoria, al tiro del final según un tango modernoso. Léase Eduardo Duhalde, Carlos Reutemann, Pino Solanas (el más inquieto Peter Pan con sus poleras y estilo para no representar lo que cuenta en la cédula), personajes para los cuales los próximos dos años constituyen un plazo asfixiante, tanto como para los Kirchner. Unidos todos en una misma e incierta angustia sobre el final del destino y la salud que acompañará en la llegada. Quien dude del traspaso generacional debe saber, sin embargo, que ese proceso está implícito en las cúpulas, aún cuando se le reste importancia. A dos años del comicio, Duhalde ya decidió que sea Urtubey quien lo acompañe en el binomio presidencial si, finalmente, su apuesta adquiere galladura en el Partido (o en otro núcleo si el kirchnerismo lo impide). Otra sangre para sus arterias, al margen de los intereses territoriales. Igual que Reutemann, quien hacia el marzo venidero podría admitir que competirá por la presidencia, pensando –por el imperio de la necesidad de llevar a un bonaerense en la fórmula– en el intendente Massa, un descuidista de la política que ofrece parcelas de la provincia que suponen escrituradas a su favor tanto Duhalde como Kirchner. La vía Massa, para Reutemann, significaría evitar la avenida Duhalde en ese territorio. Sinónimos de Alfonsín en el radicalismo, quizás. O de un Mauricio Macri hoy devaluado, imaginando más cambios en su gabinete para tomar oxígeno o convocando a una interna con Francisco de Narváez, como si éste se fuera alejar del justicialismo.
Nuevo fenómeno con un horizonte de dos años que, en la Argentina de las formas, pasa más por la cantidad de años que por el pensamiento, sin importar las valoraciones. Aunque la realidad es que los modales tambien importan.