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El gran secreto

La Sala es una novela comiquísima, que no solo proclama la grandeza de su autor, sino que le permite reflexionar sobre la naturaleza del cine.

No hay expresión más volátil que “la última novela de César Aira”. Hace unos días escribí aquí sobre El arqueólogo, su última novela y ahora lo hago sobre La Sala, su última novela. Quiero evitar aquí la palabra “prolífico” porque sé que a Aira le molesta. En realidad quería decir otra cosa y es que, en este caso, esta última novela no es posterior a la última novela de la que hablé primero. Esto es así desde el principio de los tiempos: la primera novela publicada por Aira fue Moreira, pero antes había escrito Ema la cautiva.

Lo mismo ocurre con muchos escritores, pero a Aira la cuestión de las fechas le interesa particularmente, como lo demuestra el ensayo Las tres fechas. Por otro lado, sus libros suelen terminar con una fecha que se se supone la del final de la escritura. En La Sala, esa fecha es el 3 de junio de 1996. Es decir que la novela es de hace casi treinta años. Parecería que Aira está dando a conocer un texto que, en su momento, no le pareció publicable. Algo así dice en el segundo capítulo: “Estuve releyendo el primer capítulo y lo encontré bastante bien escrito. Claro, comprensible, sin comentarios proliferantes, las transiciones en su lugar, cada oración se sigue de la anterior por un motivo, no solo por venir después. Tampoco hay opiniones que nadie me pidió. ¿Entonces, por qué no lo escribí cuando debí hacerlo? Creo que en esa negación hay una historia, que intentaré reponer a continuación.”

Claro que ese pasaje es un poco ambiguo, pero da a entender que hay tres fechas en juego, la del primer capítulo, la del resto (que se supone de 1966) y la de octubre de 2025, la del pie de imprenta. Una cuarta fecha, el tiempo en el que transcurre la acción, no se especifica, pero parece al primer capítulo. Me fui por las ramas. Lo que quería señalar, además de que el pasaje en cuestión tal vez diga algo sobre lo que Aira piensa de la escritura, es que La Sala, como toda su obra, tiene una simplicidad engañosa que no deja de ser transparente. La historia habla de un electricista francés, hijo de obreros de izquierda, que abandona su trabajo y termina teniendo cuatro, además de convertirse en amante de una chica joven. Uno de esos trabajos es el de notario de una mafia coreana que regentea un pequeño cine parisino en el que se proyectan cortos muy breves que consisten en planos fijos de tumbas. La necesidad de ocultar la naturaleza de las transacciones de sus patrones lleva al protagonista a disfrazarlas de relatos y eso lo convierte casi sin quererlo en escritor aunque esa haya sido siempre su vocación oculta.

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Pero no en cualquier escritor, sino en uno que hace lo suyo “mejor de lo que podría haberlo hecho cualquier otro”. La Sala es una novela comiquísima (ya sé que a Aira no le gusta que se rían con sus libros), que no solo proclama la grandeza de su autor, sino que le permite reflexionar sobre la naturaleza del cine. Pero sobre todo es una novela que, como todas las de Aira en sus últimos años, desafía el juicio de los críticos. Y ese es el punto: escribir mejor que los demás no es para Aira una cuestión de destreza sino de colocar su literatura por encima de lo que los críticos pueden decir de ella. Ese es el gran secreto de la obra tardía de Aira. Y soy el único que se dio cuenta, aunque las pistas están por todas partes.