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Economia global

¿El hombre de Davos ha cambiado?

Este año la cita cumbre del capitalismo parece haber avanzado en la dirección correcta. Pero se necesitan pruebas, y de los más poderosos.

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Dialogo. Donald Trump con Klaus Martin Schwab, presidente del Foro. | ap

Este año marcó el 50º aniversario de la reunión insignia del Foro Económico Mundial de las elites empresariales y políticas del mundo en Davos, Suiza. Mucho ha cambiado desde mi primer Davos en 1995. En aquel entonces, había euforia por la globalización, esperanza por la transición de los países ex comunistas al mercado y confianza en que las nuevas tecnologías abrirían nuevas perspectivas de las cuales todos se beneficiarían. Las empresas, mancomunadas con el gobierno, liderarían el camino.

Hoy, cuando el mundo enfrenta una crisis climática, ambiental y de desigualdad, el estado de ánimo es muy diferente. Facebook, decidida a ofrecer una plataforma para la información errónea/desinformación y la manipulación política, sin importar las consecuencias para la democracia, ha revelado los peligros de una economía de la vigilancia monopólica controlada por el sector privado. Los líderes empresarios, y no solo en el sector financiero, han manifestado una vileza moral considerable.

Es más, el multilateralismo está bajo ataque. Su defensor histórico más contundente, Estados Unidos, hoy tiene una administración comprometida con el “Estados Unidos primero” y con minar la cooperación global, aun cuando la necesidad de cooperación en infinidad de áreas –entre ellas la paz, la salud y el medio ambiente– se vuelve cada vez más evidente.

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La reunión de este año resaltó el desencanto con el modelo norteamericano cada vez más dominante de empresas que priorizan a los accionistas y maximizan los beneficios. Hace más de cincuenta años, el fundador y director del Foro Económico Mundial, Klaus Schwab, defendía el capitalismo de las partes interesadas: las empresas deberían ser responsables por los intereses de sus clientes, trabajadores, comunidades y el medio ambiente, así como por sus accionistas. Hace unos 45 años, con Sandy Grossman, demostramos en un marco económico estándar que maximizar el valor de los accionistas no maximizaría el bienestar de la sociedad. En un discurso tras otro este año, líderes empresarios y académicos explicaron de qué manera la defensa exitosa de Milton Friedman del capitalismo de accionistas condujo directamente a las crisis que enfrentamos hoy –incluidas, en Estados Unidos, la adicción a los opioides, la diabetes infantil, la menor expectativa de vida en medio de las crecientes “muertes por desesperación”– y las divisiones políticas que han alimentado.  

Sin duda, el reconocimiento de que existe un problema es necesario si queremos cambiar el curso. Pero también tenemos que entender que las causas de los malestares sociales van más allá de maximizar el valor de los accionistas. En la raíz del problema está la fe excesiva del neoliberalismo en los mercados y el escepticismo del gobierno, que apuntala una agenda política centrada en la desregulación y los recortes impositivos. Después de un experimento de cuarenta años, podemos declarar que ha sido un fracaso. El crecimiento ha sido más lento, y la mayoría de las ganancias quedaron en manos de los de arriba. Si bien debería ser obvio, no existe ningún consenso entre nuestros líderes empresarios.

Aunque el aplauso para el presidente norteamericano, Donald Trump, que ofreció uno de los discursos de apertura, fue el más anémico que yo haya visto para un líder global, casi nadie lo criticó abiertamente. Quizá los miembros de la audiencia temían un tuit crítico o sentían gratitud por un recorte impositivo que benefició a los multimillonarios y a las grandes corporaciones a expensas de casi todos los demás (por cierto, las tasas impositivas en Estados Unidos aumentarán para alrededor del 70% de quienes están en el medio).

La disonancia –o deshonestidad– cognitiva fue evidente. Los asistentes podían destacar la importancia del cambio climático y promocionar la respuesta de sus corporaciones, y al mismo tiempo aplaudir la desregulación de Trump, que le permitirá a Estados Unidos, que ya es el líder en emisiones de gases de efecto invernadero per cápita, seguir contaminando.

Es más, a pesar de lo mucho que se habló sobre el capitalismo de las partes interesadas, no hubo ninguna discusión sobre reducir la remuneración de los CEO y los gerentes para mejorar las crecientes disparidades salariales, o del primer elemento de responsabilidad social empresaria: pagar la parte que les corresponde de los impuestos, reduciendo la evasión fiscal de las multinacionales y garantizando que los países en desarrollo reciban una porción justa de los ingresos fiscales. Esto llevó a Rob Cox, editor global de Reuters Breakingviews, a sugerir que el capitalismo de las partes interesadas podría ser una estrategia para liberar aún más a los CEO: si no cumplen con los objetivos de ganancias, podrían divagar y decir que estaban cumpliendo con objetivos ambientales, sociales y de gobernanza mucho más amplios.

Tampoco estuvieron en el centro de la discusión las reformas que podrían aumentar el poder de negociación de los trabajadores, a través del fortalecimiento de los sindicatos y la negociación colectiva, aunque en Europa esas reformas están entre las prioridades de la nueva agenda de la Comisión Europea. Hay que reconocer que unas pocas empresas estadounidenses, como PayPal, explicaron su compromiso de pagar salarios dignos, yendo mucho más allá del salario mínimo determinado por ley.

Algunos líderes empresarios en Davos este año, especialmente de Europa, parecieron haber entendido la urgencia de responder al cambio climático y la magnitud de lo que hace falta. Y algunos en verdad han dado pasos gigantes. Todavía podría haber cierto “lavado de imagen” –bancos que hablan sobre bombillas de bajo consumo mientras les prestan dinero a centrales eléctricas alimentadas a carbón–, pero el viento ha cambiado.

Unos pocos líderes empresarios también reconocieron que nuestros padecimientos económicos y sociales no se curarán solos –que aun si la mayoría de las empresas estuvieran motivadas socialmente, un foco decidido en los beneficios implica una carrera hacia el abismo–. Una compañía de refrescos que no quiere producir bebidas adictivas ricas en azúcar que pueden contribuir a la diabetes infantil corre el riesgo de perder terreno frente a una empresa menos escrupulosa.

En resumen, el capitalismo desenfrenado ha jugado un papel central en la creación de múltiples crisis que hoy enfrentan nuestras sociedades. Si el capitalismo ha de funcionar –si ha de abordar estas crisis y servir a la sociedad–, no puede hacerlo en su forma actual. Tiene que existir un nuevo tipo de capitalismo, que yo he dado en llamar capitalismo progresivo, que implique un mejor equilibrio de gobierno, mercados y sociedad civil.

La discusión en Davos este año puede ser parte de un movimiento en la dirección correcta, pero si los líderes verdaderamente hablan en serio, necesitamos ver alguna prueba: corporaciones que paguen impuestos y salarios dignos, para empezar, y que respeten –y hasta defiendan– las regulaciones gubernamentales para proteger nuestra salud, nuestra seguridad, nuestros trabajadores y el medio ambiente.

*Premio Nobel de Economía. Profesor de la Universidad de Columbia.

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