Cuando se puso en marcha el proceso de selección del nuevo secretario general de las Naciones Unidas, los miembros del Consejo de Seguridad parecían estar buscando una mujer, de ser posible originaria de Europa Oriental. Como a menudo fue señalado en público y en privado, eran estos los perfiles ideales y hacia allí se orientaba el consenso de los países miembro. Sin embargo, el nombre propuesto a la Asamblea General para suceder a Ban Ki-moon fue al final el de un hombre que nació en Europa Occidental, el del portugués António Guterres.
La diferencia entre el punto de partida y el punto de llegada refleja una vez más la complejidad política que rodea la elección de ese cargo. Ante la disparidad de intereses de muy difícil conciliación, el noruego Trygve Lie –primer secretario general de la ONU (1946)– había definido al cargo como “el trabajo más imposible del mundo”.
No existe arena más importante en las relaciones internacionales que el recinto donde se reúne el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Lejos de toda legitimidad democrática, la realidad cruda del poder se impone allí desde 1945 y decide sobre la seguridad planetaria con la participación exclusiva de los cinco países que disponen de asiento permanente y derecho de veto.
Con esas reglas de juego, Estados Unidos, Rusia, Reino Unido, Francia y China volvieron a tener la última palabra en la elección del próximo secretario general.
Una elección que se llevó a cabo en un marco internacional poco propicio al consenso al interior de este quinteto de naciones. La anexión de Crimea y el conflicto sirio reactivaron el clima de guerra fría entre Estados Unidos y Rusia. En el Viejo Continente, el Reino Unido busca renovar lazos diplomáticos para compensar su salida de la Unión Europea, mientras que Francia trata de conquistar apoyos internacionales en la lucha contra el terrorismo. Y después tenemos a China, cuyo proceso de afirmación como potencia global a menudo choca con las ambiciones de sus principales competidores, en particular Tokio y Washington.
En este auténtico ovillo diplomático ha residido la primera de las dos claves del éxito de la candidatura de António Guterres. Es que, además de ser Portugal prácticamente una nación sin anticuerpos entre los cinco principales miembros del Consejo de Seguridad, en el pasado reciente algunos de los mejores momentos de la relación portuguesa con estos países ocurrieron, justamente, cuando Guterres era primer ministro. En la diplomacia no tener nada en contra es muchas veces contabilizado como un voto a favor.
El gobierno de Guterres estuvo, por ejemplo, en la primera línea de la presión internacional ejercida a finales del siglo pasado sobre Indonesia a favor de la independencia de Timor Oriental. La plena soberanía de esta antigua colonia portuguesa fue oficializada en 2002 –durante una ceremonia en Dili que contó con la presencia del ex presidente estadounidense Bill Clinton– y es aún hoy considerada una de las más exitosas intervenciones de Naciones Unidas.
También fue el primer ministro Guterres quien selló la histórica transferencia de Macao de Portugal a China, poniendo fin a casi 500 años de administración portuguesa de ese territorio.
A estos episodios se debe agregar el hecho de que la alianza diplomática luso-británica es una de las más antiguas del mundo. Señalemos también la estrecha relación entre Lisboa y París, ciudad que acoge la principal comunidad portuguesa de emigrantes.
En este contexto, las miradas se dirigieron a Rusia, única posible resistencia a la selección de Guterres, no por su figura, sino por el hecho de representar a un país miembro de la OTAN. No fue así.
El último movimiento antes de la consagración de Guterres fue dado, precisamente, por el Kremlin al quitar respaldo a la candidatura de la búlgara Kristalina Georgieva, presentada a último momento con el firme apoyo de la canciller alemana y del presidente de la Comisión Europea. Ambos salieron mal en la fotografía. Merkel porque –dicen los medios europeos– intentó utilizar las Naciones Unidas para alejar a la actual vicepresidente de la Comisión Europea responsable por el presupuesto comunitario. Jean-Claude Juncker (porque quien lidera una organización que representa a 28 estados) no puede tomar partido enarbolando una de las banderas nacionales.
La segunda clave del éxito de Guterres fue sin duda el cargo que ocupó durante la última década: el de Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados. Sus mandatos no están exentos de algunas críticas, pero aquella posición contribuyó de modo decisivo para consolidar su prestigio internacional. Lo dotó además de un profundo conocimiento sobre la maquinaria de las Naciones Unidas y sobre una de las principales preocupaciones de la comunidad internacional: la crisis de refugiados. Para quien aspiraba a ser secretario general fue, de hecho, el lugar adecuado en el momento justo.
Traté a Antonio Guterres, mientras me desempeñaba como embajador ante Portugal. Ingeniero egresado en una de una de las más reputadas universidades portuguesas, Guterres pronto abandonó la carrera académica para dedicarse a la política.
Fue diputado nacional poco después de la Revolución de los Claveles (1974) que puso fin a la dictadura más larga que ha conocido Europa y en 1995 se convirtió en el primer socialista en liderar el gobierno portugués después de Mário Soares. Se presentaba entonces con un bigote cuidado que dejó crecer en homenaje a Salvador Allende. La educación fue la gran prioridad de su gobierno.
Los que le son cercanos lo describen como un observador agudo y hábil tiempista. En su momento, declinó la postulación para liderar la misión Europea.
En 2015, mientras todavía me encontraba en Portugal, la prensa lusitana anticipaba la candidatura presidencial de Guterres ya que la unanimidad de las encuestas lo daban favorito para las elecciones que tuvieron lugar a comienzos de este año. No fue ésa la decisión de Guterres. Optó por arriesgar todo en el tablero de las Naciones Unidas.
Ganó. Reunía las condiciones y logró el consenso.
Ahora todos necesitamos que sea exitoso en el trabajo más imposible del mundo.
*Presidente Fundación Embajada Abierta. Ex Embajador ante la ONU, EE.UU. y Portugal.