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sacrificios

El imperio extractivista

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Suelo | Unsplash | Photoholgic

Se sabe que el Imperio Romano fue muy grande y se sabe también que su extensión determinó su defunción. La gente era muy distinta en Alicante o Bagdad, en Skopje o en Alejandría, y encima esos lugares no existían aún como tales. Así que los emperadores romanos fueron muy prolijos y  sistemáticos con una consigna de dominación: la orgía de credos. La religión romana, secuestrada a la griega politeísta y traducida al latín vulgar para hacerla cotidiana al romano de a pie, era oficial y obligatoria, pero a su vez inducía a los pueblos conquistados a mezclar sus dioses con los del Imperio (y sus mercancías).

No hubo problema en que los egipcios adoraran a sus dioses de perfil (que eran protogriegos) siempre que admitieran la convivencia de los suyos con los oficiales, en un Olimpo expandido donde todo credo era bienvenido, ya que este politeísmo permitía, como en el fútbol, creer que tu cuadro es el que te está predestinado y dedicarle la vida en la adversidad y en el capricho. Que el otro creyera en lo suyo no era un problema siempre que se le hicieran sacrificios a cualquier dios en nombre del gobierno del emperador.

El escenario vacío

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Sabemos lo mal que terminó este lío. Una de esas religiones aparecidas fue una secta terca y demencial que manifestó una novedad: dios es uno solo y, además, ya mandó a su emisario a tierra. El cristianismo no era compatible con esta tolerancia y laissez faire económico porque se manejaba como una creencia que refutaba las otras. Poco importa que todas tuvieran poco asidero en lo real.

En el año 303, la tetrarquía imperial de Diocleciano, Maximiano, Galerio y Constancio lanzó el más feroz ataque contra los cristianos. Como el gobierno imponía sacrificios para los multidioses y los cristianos se negaban, cuando había una sequía, inundación o pandemia, la culpa era de los que no habían sacrificado nada. Así que los mandaron matar, con distinto grado de saña en cada provincia del extenso imperio.

La nueva derecha

Se me antoja (con fundamento) que ese mismo imperio se llama hoy extractivismo. Jujuy es la provincia en el confín, como otrora la Galia, donde el tablero se asemeja peligrosamente a esta historia. Los dioses son múltiples y la ideología siempre permite creer en opuestos (de eso, eso es lo que hace). Así, se puede creer que el extractivismo es progresista y popular, o que es destrucción y saqueo, depende de quién lo esgrima. Al igual que los romanos, a los pueblos originarios (y a la izquierda) se les permite en principio mantener sus credos (la Constitución así lo dice) pero el Diocleciano de turno puede hartarse y mandar a reprimir, perseguir, invadir universidades y negar todo, como si las fuerzas policiales, acostumbradas por su propia naturaleza, fueran ya autónomas y defendieran automáticamente al politeísmo. En ese politeísmo no hay grieta alguna: extractivismo y populismo pueden convivir siempre que queden medio lejos de la capital.

Supongo que no hace falta volver a señalar que Montevideo, otra capital de otro imperito, se quedó sin agua potable. Y están muy cerca, demasiado cerca en nuestros corazones y en Buquebús.