La nueva derecha es un fenómeno muy global que derrama sus mieles sobre fenómenos más locales: unas desinteligencias signadas por el delirio. Tal vez es que tenemos la información tan globalizada que lo que antes permanecía oculto, o muy separado por millas, por océanos, ahora se junta más rápidamente.
Es bien sabido: matar es malo, ya que si uno comienza por cometer asesinato, luego faltará a la misa del domingo y terminará por levantarse de la mesa antes de que los demás comensales hayan terminado. Visto globalmente, algo así sucede cuando Espert presenta un proyecto de ley para que se expulse del Congreso a los diputados del Frente de Izquierda que apoyaron las manifestaciones populares contra el represor Gerardo Morales en Jujuy. Se considera violencia a la coherencia ideológica y no a las balas de goma contra la población. El paso siguiente: el desastre de infraestructura y sequía pone a Uruguay al borde del abismo ecológico al quedarse con agua potable para sólo una semana, pero el gobierno lo explica como una operación informativa de la oposición. Y por último en este derrotero imaginario, súbitamente el PP y Vox en España arrancan una carrera de censura de teatro por diversas localidades: la obra de Paco Bezerra sobre Santa Teresa por “dañina y esperpéntica”, una adaptación de Lope de Vega por “insinuaciones sexuales” (entran a escena representaciones de un falo y una vulva), otra de Orlando, de Virginia Woolf, por cosas así, un concierto de Pedro Pastor y qué sé yo: la lista sigue el camino iniciado con la censura de la película Buzz Lightyear donde se besaban dos mujeres animadas.
Parece un plan sistemático de autodestrucción.
Ojalá lo sea.