Ocurrió aquello que tiempo atrás parecía impensado. La cúpula de La Cámpora ya acepta a Daniel Scioli como un posible candidato a presidente para 2015. La eventualidad atravesó charlas privadas que entrelazaron a diputados camporistas como Eduardo Wado de Pedro o Andrés Larroque y al vicegobernador Gabriel Mariotto. Las coincidencias sorprendieron a los diputados nacionales y provinciales que, por separado, sirvieron de interlocutores de los camporistas. El repentino enamoramiento del gobernador en ámbitos donde tiempo atrás era condenado al noveno círculo de los traidores es fruto de la resignación. El kirchnerismo percibe con desazón el aroma inconfundible que exhala la disputa por el futuro liderazgo del peronismo, la búsqueda de un nuevo jefe, los movimientos para adivinar el nombre del sucesor de Cristina Kirchner.
La transición ya comenzó. Y la preocupación es que el futuro los deje de lado.
El núcleo de los reacomodamientos aparece en la provincia de Buenos Aires. Un triunfo contundente de Sergio Massa podría transformarlo en un polo de atracción del peronismo. ¿Acaso alguien imagina que dirigentes de reflejos acomodadizos, como la mayor parte de los gobernadores, se conformarán con una resistencia desde la destemplanza cuando Cristina Kirchner deje la presidencia? Nadie en la política observa las elecciones de octubre como una simple renovación parlamentaria, sino como la antesala de las presidenciales.
Con la idea de una nueva reelección guardado en el cajón de los sueños imposibles, el kirchnerismo comenzó a pergeñar proyectos que le permitan, de una forma u otra, reservarse un lugar en el futuro. Y ahí es donde Daniel Scioli, otrora vilipendiado por su romance con el Grupo Clarín, regresó al apego kirchnerista. Pero quienes ahora aceptan al gobernador deben todavía convencer a Cristina Kirchner. No será fácil.
Augusto Timoteo Vandor ideó en 1964 una frase emblemática: “Hay que estar contra Perón para salvar a Perón”. Eran tiempos en que el fundador del Justicialismo enviaba a Isabel como emisaria y encendía la furia de aquellos que se creían con más capacidad para trazar estrategias hacia el futuro. Vandor estaba convencido de que podía cambiar el rumbo marcado por el líder. Fue entonces cuando pergeñó la idea de ir contra Perón para salvarlo. “Hay que ir contra Cristina para salvar a Cristina”, resignifican ahora en el kirchnerismo un grupo de dirigentes históricos que fueron dejados de lado en los últimos años. Se esperanzan con una derrota que convenza a la Presidenta a pegar un golpe de timón: devolver y unificar la política económica en manos de un ministro, aplicar un cambio brusco de gabinete con funcionarios capaces de enfrentar a los medios de comunicación y abrir el juego de alianzas para ampliar una base de sustentación cada vez más exigua. Un juego de elucubraciones donde aquellos que rescatan a Scioli también imaginan fórmulas presidenciales que incluyan una cuota kirchnerista. Por ejemplo, Daniel Scioli-Sergio Urribarri. Nada es inocente. Ubicar al fiel gobernador de Entre Ríos como vicepresidente es una forma de dejar el poder sin caer en el desierto. Permite poner un pie en el Senado y en la línea de sucesión. Es garantizar un mínimo de protección para las amenazas que acechan en la inclemencia. La de los tribunales, por ejemplo.
Si 2015 aparece siempre presente en los comentarios políticos, el calendario se empecina en advertir que todavía falta atravesar la campaña y la elección de octubre. Martín Insaurralde todavía sufre las desinteligencias en un comando de campaña que a último momento le cambia 400 kilómetros el destino de un acto. Pero a diferencia de otros embrollos, la directiva del comando kirchnerista de vincular a Sergio Massa con Mauricio Macri se propagó con claridad.
Decenas de miles de afiches comenzaron a ser distribuidos por la Capital Federal y el Gran Buenos Aires, y las agrupaciones que suelen pintar para el peronismo desempolvaron sus brochas para cubrir los paredones bonaerenses con la frase “Massa está con Macri”. Con encuestas desfavorables en la mano, los estrategas de la Casa Rosada intentan quitarle a Massa la porción de votantes que lo apoyan por creerlo un aliado de Cristina Kirchner. Y suponen que la forma es asociarlo con el jefe de Gobierno porteño. La estrategia huele añeja, vetusta, pero alcanzó para incomodar a un puñado de massistas del segundo y tercer cordón del Conurbano. Nada determinante, por ahora. Sólo esfuerzos para revertir aquello que en la misma Casa Rosada comienzan a vislumbrar
como inevitable.