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El juego de las lágrimas

Cuando el objetivo de los principales actores no es claro, el sistema político se sacude. Qué quiere CFK es una pregunta abierta.

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Cristina. | Pablo Temes

En un largo artículo el sociólogo francés Pierre Bourdieu en 1993 explicó con detalles uno de los conceptos más importantes de su teoría: la estructura y funcionamiento de los campos.

No binario. Intentando romper con la tradicional dicotomía entre sujeto y objeto, Bourdieu planteó que las estructuras sociales se organizan en torno a campos en donde actúan los agentes. Los agentes acuden a su campo con sus capitales específicos, luchan y acuerdan con los otros agentes intentando ascender en su estructura para finalmente intentar dominarlo (que lo logran apenas un puñado), o al menos influir en las decisiones (ser reconocido). Estos conceptos teóricos son fundamentales para entender el campo político, esa suerte de teatro de operaciones donde los actores (nuevos, viejos, locales, nacionales, etc.) luchan para triunfar en el juego político.

Dentro del esquema que propone el mayor sociólogo del siglo XX, la personalidad de los agentes se relativiza (pero no se anula) porque lo central son las relaciones que se generan (Bourdieu modifica la famosa frase de Hegel “todo lo real es racional” por “todo lo real es relacional”). Esto es porque de los tres capitales básicos que conforman el habitus (económico, cultural y social) el principal es el social, porque implica los marcos de alianza que les permite a los políticos a ascender en su campo. Por eso las relaciones de parentesco también suelen ser vitales en la política argentina. Esto no quita que los demás capitales no sean relevantes, todo político sabe que necesita dinero para la campaña (tema tabú) y también que se precisan recursos para sostener a su equipo. También es central tener un capital cultural que le habilite capacidades como histrionismo, oratoria, información de diversa índole (todo político debe conocer el precio de un litro de leche o el costo de un pasaje de colectivo).

El capital social (o mejor dicho rosca política) permite el armado de alianzas públicas y privadas, mientras que el capital cultural deviene popularidad si el mensaje del político logra atravesar el ruido, para llegar a la cabeza de los votantes. El manejo de la comunicación política (tan amplificada en estos tiempos) no es más que un aspecto del capital cultural de los actores políticos para llamar la atención de los atribulados ciudadanos, sometidos a una sobrecarga de información, sin precedentes en la historia.

Razones prácticas. El campo político argentino está dominado por Cristina Kirchner, Alberto Fernández, Sergio Massa y Mauricio Macri. En un escalón levemente más abajo están algunos gobernadores como Horacio Rodríguez Larreta, Juan Schiaretti, Axel Kicillof y también algunos aspirantes como Patricia Bullrich y Facundo Manes. Si bien el campo político es jerárquico, en los procesos electorales y sobre todo frente a los cierres de listas parece horizontalizarse en extremo (¿todos valen cero?), para luego reconstruir la pirámide sobre nuevas bases. Como en todo campo, los nuevos aspirantes deben pagar un largo “derecho de piso”, pero cuando alguno interviene en forma meteórica (Javier Milei ahora, Néstor Kirchner en 2003) todo el campo es sacudido y se reorganiza para aliarse con el nuevo actor o para tratar de excluirlo (“ponerlo en su lugar”) del sistema político.

Perón, ¿siempre volviendo?

El campo de los medios de comunicación (con otra lógica y forma de organización) interviene y es intervenido en forma permanente por el campo político, al punto de parecerse a un agente más (que no lo es). Algo parecido pasa en el campo de la consultoría (encuestas, discurso, imagen, modales) que se pone en funcionamiento para decirle a cada uno cuál es su capital actual y cómo mejorarlo.

Es claro que los capitales que posee cada político están lejos de ser fijos, por el contrario tienden a decaer en forma permanente con una curva de aceleración más importante cuando ocupan posiciones gubernamentales (el conocimiento se puede transformar en repudio fácilmente). Esto intenta explicar la ruptura del marco de alianza que Cristina Kirchner construyó con Alberto Fernández.

Bourdieu plantea algo muy interesante: los movimientos dentro del campo se pueden considerar como un juego. Claro que hace la salvedad que a diferencia de los juegos deportivos, el juego político no tiene reglas fijas. En esta ausencia de reglas escritas, valores intangibles como la lealtad pasa a revestir de importancia. Cristina (ya frente a los libros de historia) es considerada como la mejor jugadora de la política actual, quien frente a la mengua de su capital político no duda de patear el tablero para intentar construir otro escenario en medio de un proceso económico delicado que por momentos parece al borde del colapso. El problema es que la crítica está acelerando el desgaste de la figura presidencial, cada discurso de Cristina en estos dos años reorganizó al campo político. Esa potencia inocultable se cargó a los tres ministros más importantes de Alberto Fernández: primero Marcela Losardo, luego Matías Kulfas y ayer (coincidiendo con la presentación de Cristina en Ensenada) nada menos que a Martín Guzmán. Si de estas esta crisis permanente no surge una síntesis, el gobierno corre el riesgo de avanzar hacia el abismo.

Adiós a Alberto. Cuando se observa a un agente actuar en el campo la pregunta es siempre la misma ¿cuál es su objetivo? En el campo político la respuesta es simple: o estar en la cúspide o ser el escritor de las reglas del campo. En su momento, Menem logró ambas cosas e impuso las raras reglas electorales de su Reforma Constitucional en 1994.

Cuando el objetivo de los principales actores no es claro el sistema político se sacude. ¿Qué quiere Cristina? En un principio parecía que su objetivo era ordenar al gobierno de Alberto Fernández para adaptarlo a sus concepciones (cambiando a los funcionarios que no funcionan). Ahora ha pasado a otra fase, mostrarse como alternativa al gobernante que nominó sin abandonar las posiciones en la administración del país. Cristina ha forzado las reglas del juego por otras desconocidas, pero que apuntan a regenerar sus capitales. De esta forma en este tiempo se ha reunido con la generala Laura Richardson, jefa del Comando Sur de los Estados Unidos, con el embajador de los Estados Unidos en Argentina Marc Stanley, con Carlos Melconian, y con Héctor Daer, simplemente para nombrar los encuentros que cobraron estado público. ¿Qué espera Cristina?

¿Ser la candidata del proyecto nacional y popular en 2023 o ser la jefa de la oposición, frente a una derrota electoral del nuevo macrismo del shock?

Preguntas abiertas para un tiempo azaroso.

*Sociólogo (@cfdeangelis)