Dos noticias buenas. Nuestro país producirá la vacuna y los primeros lotes estarán listos a comienzos del año que viene. Además, hubo acuerdo con los bonistas, se evitó el default y subieron las acciones argentinas en la bolsa de Nueva York. La buena noticia sobre los bonos quizá no alegre a los pobres, porque esa gente no piensa en el mediano ni en el largo plazo, aunque se haya especializado en padecer los resultados de maniobras ajenas. Sin embargo, como para desmentir la alegría desacostumbrada, casi todos los días de la pasada semana, lunes, martes y miércoles y también el viernes, las primeras planas se ocuparon de la reforma judicial. Estamos en cuasi crisis, pero se discute si un juez viaja de una jurisdicción a otra con el noble objetivo de asegurar la tranquilidad de CFK. Está bien, porque si se pone nerviosa, sus tuits son desagradables.
Se criticó la parsimonia del Gobierno, que se tomó el tiempo que fue necesario para convencer a los acreedores de que convenía rebajar algunos céntimos de los intereses. El lapso fue largo medido por la ansiedad de sus críticos, que, por momentos, daban la impresión de preferir un default a esperar con la tranquilidad de Fernández, que seguramente tenía noticias desde Nueva York pronosticando lo que sucedió. Por supuesto, se objetó que, en medio de tal suspenso, el ministro Guzmán fuera a visitar a Cristina. Esos objetores de conciencia política no recuerdan que Cristina le pasó a Fernández un tercio de los votos necesarios para ser presidente y que esa deuda también se paga. Cristina atesora bonos políticos y los hace valer: autoriza, palabra que pertenece a la familia de autoridad, autor y algunas más.
Al Gobierno se le reprochó la lentitud. La negociación, en etapas, de la deuda griega tomó cinco años, con sucesivos planes económicos presentados. Argentina no pertenece a la Unión Europea y, por lo tanto, no tiene protectores y tampoco ha hecho público un plan económico. A Grecia se le exigieron esos planes, pero Alberto Fernández es escéptico respecto de formularlos o de revelarlos, en caso de que los tenga. Prefiere hablar de objetivos. Quienes lo critican le recuerdan, con toda razón, que alcanzar un objetivo supone un camino que conduzca desde el punto de partida al de llegada.
La Argentina está en catástrofe. Solo así entenderemos los límites dentro de los que se mueve el Gobierno
Algunos opinan, como siempre, que el mejor plan comienza por bajar el gasto público. Lindísimo objetivo, que en las actuales condiciones parece inalcanzable, si se trata de recortar subsidios a la pobreza bajo sus diferentes nombres y disminuir el gasto en sueldos de empleados estatales, que han aumentado, porque se pierden miles de puestos de trabajo en el sector privado, que es renuente a dar becas o pagar salarios a la espera de que las cosas mejoren. Según datos del CIPPEC, el 80% de los empleados públicos trabaja en provincias y municipios. Son desempleados que el Estado recoge primero entre la clientela política y después en cualquier parte.
Tiempo de planes. Los pobres, que en cualquier momento llegan al cuarenta por ciento, siguen su camino. Ellos no corren el riesgo de perder sueldos ni jubilaciones de seis cifras, que garantizarían la independencia del Poder Judicial y su insobornable resistencia a la corrupción, como todo el mundo sabe.
El Indec informa que, a fin de 2019, casi el 26% de los hogares cruzaron hacia abajo la línea de pobreza, porcentaje que incluye al 36% de las personas. Herencia conjunta del kirchnerismo y de Macri. Otra agencia internacional, Unicef, calcula que, terminado 2020, serán 800 mil los nuevos pobres, con mayoría de niños y adolescentes.
Es posible que, hasta que no se alcance un acuerdo estable por la deuda, el Gobierno (cualquier gobierno) no estará en condiciones de definir un plan económico, que se haga cargo de este problema fundamental. Sobre todo, si se tiene en cuenta que, en el caso argentino, todo dependerá del Estado, por lo menos hasta que el capitalismo no decida confiar que existen ganancias posibles si pone su plata en inversiones locales. La Argentina, por buenas y malas razones, por motivos ideológicos, límites políticos e insuficiente previsión económica, ha defraudado los requisitos del capital. Hace algunas décadas se hablaba del “lugar que merecemos”. Los empresarios argentinos quizá tengan una respuesta sobre ese paraje hasta ahora misterioso si las predicciones con que se lo nombró eran optimistas.
Corrupción y desconfianza. Los ya famosos Cuadernos de Centeno mostraron de qué modo los inversionistas entran y salen de las transacciones más oscuras e irregulares. Como para bailar el tango, la corrupción siempre necesita de una pareja dispuesta a seguir los movimientos del otro. Las Cuadernos de Centeno y los juicios abiertos a Cristina parecen un mapa de ruta de la corrupción. Estos son nuestros antecedentes. ¿Alguien habría confiado en un plan si Fernández lo hubiera presentado el primer día, o incluso antes de ser electo? En campaña electoral, Macri dijo que tenía todas las soluciones y no tuvo ninguna. ¿A quién iba a convencer Fernández con un plan?
El capitalismo local quería revisarle hasta el orillo y no parecía verosímil que saliera a manifestarse a favor, antes de conseguir rebaja de impuestos, moratorias y otros reclamos conocidos. Fernández podría haber presentado un plan redactado por quienes forman su equipo económico, que habría sido recibido con tanto escepticismo como se recibió al equipo una vez que sus integrantes ocuparon sus lugares en el gabinete. Seamos sinceros, por favor, seamos sinceros alguna vez. Un plan para Argentina es posible si alguien cree en quien lo enuncia. ¿Podría habérselo pedido a Lavagna para darle un nombre prestigioso a esa carpeta de buenas intenciones? No lo imagino a Lavagna comprometiéndose de ese modo con Fernández y, si llega el caso, con nadie. Ahora sugiere que tiene un plan todavía desconocido, porque todo plan es una carta política de esas que Lavagna juega con su proverbial prudencia.
La otra gran crítica a Fernández fue su origen bastardo: no lo hizo presidente el justicialismo sino Cristina. Se lo han echado en cara de todas las maneras. Lo único que no se ha subrayado suficientemente es que, cualquiera que fuera el candidato justicialista, debía ser el hijo adulterino de Cristina, ya que la Dama, en los meses anteriores a las elecciones, no había perdido poder ni los narcóticos efectos de su carisma. Si hubiera sido Massa el candidato, también habría sido acusado de ser el pollo de Cristina. Y en ese punto, ambos pollos estaban dispuestos a ser portadores de esa acusación.
Catástrofe. Volvamos al presente, porque esto sucedió hace meses y las cosas no han mejorado. Hay más pobres y desocupados que nunca en los dos siglos de historia argentina. Macri no hizo sino aumentar el número y sostener los subsidios que antes criticaba. Ahora, de paseo por Europa, pidió que el país “se alejara de una cuarentena sin salida”. Políticos menores hay en todas partes, por lo tanto, Macri no debe ser considerado una excepción. Es preferible que pasee por la costa del Mediterráneo a que vuelva justo ahora, cuando los radicales están comenzando a ver sus errores y algunos dirigentes visitan los comités partidarios para criticar moderadamente la alianza de la UCR con el PRO.
La Argentina está en catástrofe. Si no terminamos de entender que esta es la palabra que debe usarse, no podremos tampoco juzgar los límites dentro de los que se mueve el gobierno. Los heredó de Cristina y de Macri. Y hoy muestran su severo rostro internacional. Las tiendas con el logo de las marcas más conocidas bajan la persiana en Nueva York. Y estos cierres se repiten en las veinte ciudades más grandes de Estados Unidos, donde los asesinatos subieron en junio un 37 por ciento respecto de mayo. Debe ser por eso que los que pueden compran apartamentos en Miami y no en Manhattan, mientras el mercado inmobiliario criollo está en suspenso recesivo.