El optimismo y posibilidad de cumplir la palabra empeñada por el oficialismo caducó: es el período en el cual los dirigentes que crean tener chances de poder real, más allá de aspiraciones románticas, podrán instalar un camino posible a la Casa Rosada en octubre próximo basándose en Buenos Aires, Cordoba y Santa Fe si así lo desean. El Gobierno logra lo que nadie le pide, no ataja penales para evitar más latigazos en la violentada clase media, también corre a la tribuna a buscar los penales de los rivales para meterlos en el arco y seguir restando. Síntomas de un raquitismo político que no termina. La capa de medios y medios altos ingresos, es decir quienes tributan y pagan la fiesta inconclusa del peronismo populista, se volcarían sin vacilar si algún dirigente no “anti” se proclamara candidato intentando cumplir algo de lo mucho que Cambiemos propuso con total honestidad, pero sin timing, forma o idoneidad.
El Gobierno pasó del mejor equipo de los últimos cincuenta años a los cincuenta cambios de ministerios en treinta meses.
Así las cosas, el peronismo atraviesa una crisis interna estructural de muchas elecciones, y la desembocadura en el triunfo podrá ser producto de la suerte como en 2003, pero también producto de su esfuerzo y capacidad de autocrítica y reconversión. La sociedad le seguirá dando la espalda a mafiosos, deshonestos y pornográficamente corruptos como lo hizo en 2015/17, pero una cara visible y renovada del partido de Juan Perón podría hacer mella en un electorado desesperanzado hasta el cielo que pretende poder ir a trabajar con piquetes que les permitan el paso sin agresiones, tributar algunos de los 104 impuestos que tiene el país para sostener a unos 21 millones de personas que viven directa o indirectamente del Estado, pasar ocho, nueve, diez horas en algún empleo porque tienen el beneficio de tenerlo y llegar a su casa.
Las dos argentinas se encontrarán entonces votando en pocos meses después del verano. La que tributa y mantiene, y la que no tributa y vive de la otra mitad.
Cambiemos no se va a renovar, y los ejes de campaña es sabido, serán evitar que el pasado vuelva al poder, es decir, no habrá posibilidad alguna de exhibir éxitos propios. Será Macri a pesar de Macri. La presión tributaria -sólo superada por el comunismo cubano- que raya la locura seguirá enloqueciendo, Ganancias no desaparecerá, la nafta no bajará a pesar de la caída sostenida del barril, el monotributo volverá a aumentar a pesar de que fue un parche creado en 1998 para quienes ganaban poco dinero, los argentinos no se van a unir, el segundo semestre no llegará al menos hasta el año que viene, las inversiones seguirán siendo a cuenta gotas y en sectores puntualmente energéticos a pesar del aumento justo de las facturas, la inflación no será del 10 ni del 12 ni del 15, 18 o 22, rondará el 30, es decir, la misma que cuando llegó Cambiemos al poder, la pobreza sólo subirá, el anhelo honesto de Mari será sólo una expresión de deseo, no habita la realidad allí. Para peores, los discursos de Elisa Carrio, la peor enemiga de Macri, seguirán apuntando a zonas sensibles, generando caras largas y murmullos siempre. Podría empezar a mirar la Ciudad, Diego Santilli ya no tiene más nada para aportar al espacio político y sus formas políticas no son las que Larreta y Macri pretenden en Cambiemos. Recibirá otro premio castigo. Así entonces el teorema de Baglini obliga a la oposición a replantearse algunos ejes en cuestión antes de empezar a conjeturar sobre la Tierra de Nunca Jamás que podrían configurar en meses de gobierno.
Los amores borgeanos han pasado de moda, la sociedad los desprecia, ricos y pobres por igual. Stolbizer y Massa, Cristina y el peronismo perdonable, Ricardo Alfonsín y un Moyano, esas fórmulas basadas en el espanto para ir “en contra de” han demostrado ser sólo el epitafio de un sin fin de carreras políticas. Los desafíos estarán entonces en quien logre comunicar un mensaje certero, conciso, por parte de una dirigencia que se presente honesta en sociedad y con una plataforma electoral optimista hacia el futuro. Nadie lo ha hecho.
El oficialismo reelegirá en los territorios sensibles, ese es su mayor capital. Horacio Rodríguez Larreta tiene qué exhibir, el grifo de la obra pública no se cerró y la seguridad porteña no es un talón de Aquiles más allá de la vergüenza del Boca River y la incapacidad de reprimir cincuenta personas para que doscientas mil vuelvan de trabajar. Desafíos para el futuro de la Ciudad más allá de la elección. La misma suerte correrá María Eugenia Vidal, quien se mantiene líder en el espacio y la notable tarea parlamentaria le dará financiamiento y obra pública, ejes de su gestión.
El progresismo huérfano de fórmula deambula sin rumbo, en busca de alguien que le quepa el sayo y sin un dirigente nacional más allá de Margarita Stolbizer, tan honesta y trabajadora como hermética y endogámica políticamente. Las reuniones de trabajo del peronismo se incrementan, pero las caras no son fáciles de presentar, ni por nuevas ni por aceptables en algunos casos. Quizás sea tiempo de que Sergio Massa comience realmente una trabajo de reconciliación con la sociedad que lo acompañó con las manos rojas de aplaudir en 2013 logrando una victoria histórica de casi 45% de los bonaerenses y posicionándolo a nivel país. Diego Bossio, Juan Manzur, Miguel Pichetto y otros dirigentes serán arquitectos de ese rearmado.
El peligro del peronismo es la atomización del espacio y la equidistancia de Cristina Kirchner, quien arrastrará al barro a quien no se aleje a tiempo. Intendentes y gobernadores por igual deberán despedirse en la puerta del cementerio para que la ex presidenta no los convenza de que esta vez no es lo mismo. Juan Urtubey encarna ese estilo y seduce a no peronistas, situación no sencilla en la binaria argentina que se niega a morir. Su silenciosa relación con buena parte del peronismo nacional podría empezar a revelarse en el verano para mostrar un armado federal, aunque todavía no pisa fuerte en Buenos Aires, situación sin equa non para ser presidente. Tal es el caso de Rosana Bertone, irá por la reelección, desdoblará y tiene qué exhibir cuando le pide números Rogelio Frigerio.
Mermadas las esperanzas, será la sociedad la que decida si vuelve a apostar por Cambiemos y estos cuatro años fueron de reordenamiento interno, o es tiempo de buscar una nueva opción que logre suturar la herida populista para empezar el camino de desarrollo y armonía que el país dañado merece. Por ahora, Macri será, a pesar de Cambiemos, el que se imponga en un balotaje.
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