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El ocaso del kirchneromacrismo

El éxtasis de la grieta. Ambos ex presidentes en 2014 comparten escenario pleno de gestualidad.
El éxtasis de la grieta. Ambos ex presidentes en 2014 comparten escenario pleno de gestualidad. | Pablo Cuarterolo

En 1784, la revista Berlinische Monatsschrift (Berlín Mensual) solicitó a intelectuales del Siglo de las Luces que respondieran la pregunta “¿Qué es la Ilustración?”. Immanuel Kant comenzó su ensayo diciendo: “La ilustración es la salida del hombre de su minoría de edad. La minoría de edad estriba en la incapacidad de servirse del propio entendimiento, sin la dirección de otro. Uno mismo es culpable de esta minoría de edad cuando la causa de ella no yace en un defecto del entendimiento, sino en la falta de decisión y ánimo para servirse con independencia de él, sin la conducción de otro. ¡Ten valor de servirte de tu propio entendimiento! He aquí la divisa de la ilustración. La mayoría de los hombres, a pesar de que la naturaleza los ha librado desde tiempo atrás de conducción ajena, permanecen con gusto bajo ella a lo largo de la vida, debido a la pereza y la cobardía. Por eso les es muy fácil a los otros erigirse en tutores. ¡Es tan cómodo ser menor de edad!”

La PJ y la UCR fueron cooptados por el kirchnerismo y el macrismo tras el crash del 2002

Cuando Kant lo escribió habían pasado solo cinco años de la Revolución Francesa, faltaba atravesar retrocesos para recoger los frutos de la democracia moderna, pero las bases estaban echadas.

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En 2023, cuando sea electo nuevamente un presidente argentino, habrán pasado desde la crisis de 2002 veintiún años, metafóricamente la mayoría de edad, después de aquel big-bang de la política. Una implosión social propicia para la germinación de dos subfenómenos: el kirchnerismo y el macrismo, cada uno cooptando y parasitando a uno de los dos grandes partidos políticos del siglo XX debilitados y maltrechos: el kirchnerismo al peronismo y el macrismo al radicalismo.

En la primera década de este siglo Néstor Kirchner tuvo la visión de elegir, para su propio usufructo, al entonces insignificante Mauricio Macri como adversario. Lo hizo crecer al antagonizar con él. Obra que continuó su viuda y el propio Macri, ambos beneficiarios de una polarización que los coloca por arriba de todos.

Lleva mucho tiempo la Argentina encerrada en la contienda de una señora sádica con ideas pasadas de moda con un señor sin ideas propias. A las nuevas generaciones no les tocó vivir la ilusión, luego frustrada, del progreso económico de los años noventa, ni les tocó el derrumbe de todo el sistema económico en 2002 y ya no vota por La Cámpora ni reactivamente, por los globos amarillos. Uno de los síntomas de este fin de ciclo reside en la faja etaria y socioeconómica de donde provienen los votos que recibió Javier Milei. En menor medida, también, el crecimiento, aunque mínimo, de la izquierda.

Los milennials y los centennials no se sienten representados por los cuarentones de La Cámpora y sus ideas de Patria grande: la tecnología eliminó las distancias y convirtió en ciudadanos del mundo a todos los que tengan acceso a ella. Las nuevas generaciones, además, perdieron un eslabón de contacto con las historias de la Guerra Fría y las ideas de revolución setentista. 

El debilitamiento de un polo conlleva directamente al del otro (la fuente del opuesto es el opuesto): la pérdida de aura del kirchnerismo lleva a la pérdida del aura del macrismo. Esa descatectización (desfascistación social en términos de Deleuze-Guattari) genera el desprendimiento de la energía simbólica y de la carga de investidura mágica que recubre al líder como significante de ese universo.

Cristina Kirchner y Mauricio Macri están revestidos de conceptos. En la medida que se van convirtiendo en obsoletos sus ropajes se irán extinguiendo hasta dejarlos desnudos a la intemperie de lo que son. Puede resultar un abuso dialéctico colocar a Macri al nivel de Cristina Kirchner, el kirchnerismo fue más agente de la época y tuvo más espesura, pero ambos son el resultado del debilitamiento de los partidos tradicionales.

El radicalismo padeció su jibarización antes. La repetición del final anticipado de De la Rúa en 2001 tras la hiperinflación de Alfonsín en 1989 irradió descrédito sobre todos sus integrantes que precisaron entregarse al PRO –que ya lo había canibalizado en la mayoría de los territorios que le habían sido propios–, y en la “sede central” de la Ciudad de Buenos Aires. Comparable a lo que hizo el kirchnerismo cuando cruzando la Avenida General Paz le arrebató al peronismo su propia “sede central” en el conurbano bonaerense.

Así como el fracaso del gobierno de Mauricio Macri empoderó dentro de Juntos por el Cambio al radicalismo y hoy la coalición opositora dejó de ser el partido de un dueño como lo fue en la época de Macri, el peronismo se empodera frente al fracaso electoral de La Cámpora en el Conurbano, y la provincia de Buenos Aires haciendo que  gobernadores, sindicalistas e intendentes recuperen su autoestima.

En 2023 se cumplirán veintiún años del big-bang de 2002: mayoría de edad para recuperar la autonomía

Tanto el radicalismo como el peronismo se encaminan a recuperar el control de su propio destino dando por concluida la etapa macrista y kirchnerista para “caminar con sus propios pies” como decía Mao. Quizás el kirchnerismo y el macrismo fueron las muletas que los dos grandes partidos del siglo XX precisaron para levantarse y andar tras el golpe mortal de la crisis del 2002. Quizás los veintiún años de aquella implosión que se cumplirán en 2023 sean la metáfora de la mayoría de edad kantiana sobre la Ilustración aplicada a la próxima elección presidencial.