El mandato que la sociedad le dio a Macri al momento de elegirlo presidente en 2015 fue el de impedir que el kirchnerismo continuara gobernando al presumir que Scioli con Zannini de vicepresidente significaría Cristina Kirchner al poder.
Por eso la crítica más dura que se le realiza a Macri desde sus propios votantes es haber traído de vuelta al kichnerismo, ahora con Cristina Kirchner oficialmente en el lugar de Zannini, y su hijo Máximo –hasta su renuncia– al frente de la mayor bancada de diputados.
El mandato que la sociedad le dio a Alberto Fernández al momento de elegirlo presidente en 2019 en parte fue impedir que Macri siguiera gobernando, pero también que no lo hiciera Cristina Kirchner, expresado tácitamente en todos aquellos que votaron al Frente de Todos pero no lo hubieran hecho por una fórmula puramente kirchnerista.
El mandato a Alberto Fernández entonces era dual: que no gobiernen (ni lo vuelvan a hacer) ni Macri ni Cristina. Y quizás por acción u omisión Alberto Fernández esté cumpliendo la tarea que la sociedad le encomendó a Macri y no hizo: pasar a retiro del Poder Ejecutivo, del mayor poder del Estado, a Cristina Kirchner.
El circo romano con que se atrapa la atención de la audiencia requiere sostener a Cristina Kirchner y a Mauricio Macri como grandes protagonistas de una especie de reality político. Y esa necesidad de la sociedad del espectáculo, donde lo único prohibido es el aburrimiento, impide ver el envejecimiento no solo biológico de los protagonistas centrales, y especialmente de la primus inter paris y estrella paradigmática de la escena nacional de las últimas dos décadas. En algún momento la trama requerirá la sustitución de Cristina Kirchner del centro del sistema en el que orbitan la política y la economía argentinas, y probablemente síntomas más evidentes de que ese proceso ya comenzó hicieron coincidir la llegada del otoño con indicios del otoño de Cristina Kirchner.
La marcha del 24 de marzo, impulsada con más energía por La Cámpora, como las declaraciones de Máximo Kirchner en el acto, y antes su renuncia a presidir el bloque de diputados del Frente de Todos rechazando el acuerdo con el FMI, nuevamente interpretadas bajo la lógica circular del circo romano como muestras de fuerza, pueden ser todo lo contrario: demostraciones de vetustez, melancolía y huida hacia el pasado ante la carencia de futuro.
La repetida explicación de que el kirchnerismo se aleja de Alberto Fernández para no quedar asociado a la derrota electoral que descuentan para octubre de 2023, preservando así su capital político, no parece tener mucha lógica, porque divididos el resultado electoral será peor y, siendo una oposición más débil, peor aún.
Resulta más plausible imaginar que, reducidos en su poder y dado que en 2023 no podrán imponer el candidato a presidente de la coalición que integran, comenzaron el proceso de duelo frente a la pérdida que en sus primeras dos etapas atraviesa la negación y el enojo.
Demostraciones de esa irritación se perciben al decir que para un gobierno como el actual les da lo mismo que en la presidencia esté Horacio Rodríguez Larreta que Alberto Fernández. Fastidio que les impide ver cuán diferente sería el jefe de Gobierno de la Ciudad al frente del país: Larreta no será Macri, pero tampoco es Alberto Fernández. Con comparable exasperación los halcones del PRO sostienen que de nada vale llegar a la presidencia y no hacer las reformas estructurales que desean, que para un gobierno del statu quo (“hacer la plancha bajo el agua”) les da lo mismo que siga Alberto Fernández: nuevamente el disgusto obtura la posibilidad de ver que Alberto Fernández no será Cristina Kirchner pero tampoco es Rodríguez Larreta.
Perder la escala de grises viendo solo blanco y negro es un síntoma de su estado de frustración. Una buena lección sobre los innumerables tonos de grises resulta la lectura del reportaje de hoy en PERFIL al Premio Nobel Joseph Stiglitz, quien no cae en los reduccionismos a favor o en contra de la economía de mercado, a favor o contra el FMI, pagar o no pagar, emitir o no emitir, inflación o crecimiento. La única salida de la Argentina será lo que hasta ahora nunca probó: la moderación. Contexto donde Cristina Kirchner quedaría fuera de época.
Para 2023 será el peronismo y no el kirchnerismo el que tendrá mayor poder de imposición de la candidatura presidencial del Frente de Todos. Si no fuera Alberto Fernández, porque el diagnóstico sobre que con esta economía el oficialismo se encamina a una segura derrota electoral fuera correcto, será un gobernador u otro peronista, pero difícilmente el candidato surgiría de La Cámpora o del cristinismo. En el mejor de casos podrían aspirar a alguna forma de apaciguamiento con un candidato que no sea abiertamente hostil al kirchnerismo.
El camino al ocaso de Cristina Kirchner –que en determinadas circunstancias podrá lentificarse– ya comenzó. Son los ciclos vitales.