Se toman de las manos, respiran con profundidad. Inhala, exhala. Ceremonia de reflexión y limpieza espiritual, diez minutos por lo menos de meditación, sea budista o japonesa. No se conoce al profesional que conduce estas reuniones, tampoco si escuchan música ad-hoc, distendida. Estos ejercicios empiezan a ser una costumbre relajante en el gabinete de Horacio Rodríguez Larreta cada vez que se reúne y antes de analizar los temas administrativos, una forma de sanar las heridas del alma, de transformar las emociones y liberarse de malos pensamientos. Imprescindible —dicen— para sentirse mejor, buscar armonía, felicidad, tan necesarios en tiempos turbulentos. Y, tal vez, gobernar con mejor criterio. Parece una de las últimas decisiones del jefe de gobierno, inspirado tal vez en hábitos pasados de Mauricio Macri con el Feng shui, cuando recomendaba tendencias a la reflexión y creía que Bután albergaba a la población más feliz del mundo. No se sabe que alguna vez haya visitado ese país asiático.
Entonces, una alternativa de paz interior para enfrentar tensiones propias o del gabinete porteño, en especial luego de la tropezada reunión que el mismo Larreta tuvo hace pocas horas con Patricia Bullrich en un café de la Plaza Houssay. Allí, la competidora en el orden nacional por la Presidencia se esmeró en su condición femenina por exigir reclamos y algunas condiciones específicas para impedir discordias: bajar los impuestos en el distrito y no permitir que los manifestantes habituales se apropien de la Avenida de Mayo. También mantener el acuerdo para la postulación del casamentero Jorge Macri como sucesor en la Alcaidía porteña. Tal vez si se cumplan esas demandas, se agregue la descreída Patricia a esas convocatorias de manos tomadas y respiraciones profundas.
Macri piensa en 2023 desde afuera y se apresta a repetir el peligroso rol de Cristina
Un ignaro ocurrente debe considerar esos encuentros previos de gabinete como citas espiritistas de otras épocas, con médiums buscando psicogénicas del más allá o conexiones con seres perdidos. Por ejemplo, cuando residía Isabelita en Olivos, y su ministro José López Rega —según una descriptiva crónica de Tomas Eloy Martínez— intentaba transmutar desde la cripta presidencial las cualidades de Evita a la entonces Presidente. No debe creer el pacífico Rodríguez Larreta en estas migraciones, obvio, aunque persigue el misterio de Patricia, su rival en ascenso. Pregunta: habla ella cuando habla o es la enérgica expresión transmisora de Mauricio Macri. Difícil resolver esa incógnita, sería saber si cuando se pronuncia Máximo Kirchner lo hace porque es la Cerruti de su madre o dispone de una voz propia para interpretar tangos malevos.
Suena atinado, sin embargo, esta llamada a la modernidad espiritual de Rodríguez Larreta para sanar las 5 heridas del alma: le cuesta sortear el pesado clima político de su propia organización, cuando la capitalina guerra interna se acelera y se vuelve determinante para la definición posterior en el orden nacional, su prioridad. Si hasta los radicales se atreven a confundirlo: unos juegan a favor de HRL (caso Tetaz, Morales o Lousteau que no acompañaron a Macri en la presentación del libro) mientras otros correligionarios lo asisten, como Negri. Todos pugnan por integrarse a cualquiera de las listas, finalmente la oposición no se dividirá si quiere ganar y nadie va a perder oportunidades. Tampoco Ritondo o Grindetti, dos larretistas, que esta semana se sacan fotos con la Bullrich.
Tamaña ebullición en Juntos por el Cambio es comparable a la del oficialismo, sector que arde desde el destete de Alberto Fernández de Cristina, más tardío que precoz, que desató las peores inquinas. El punto terminal de la ruptura presidencial fue habilitar sospechas sobre la corrupción en el gobierno de la viuda y, al mismo tiempo, desligarse de cualquier gestión por sus causas judiciales. Un diluvio que ella espera nerviosa y preocupada desde el próximo mes. No había hecho demasiado Fernández en ese sentido en estos años, menos Wado de Pedro, quien en el último conflicto con los jueces demostró lo que pesa en la balanza: peso pluma, por ser generoso. Nadie entiende que Máximo todavía lo aprecie como aspirante presidencial.
Indignada por la separación, ella aborreció al Presidente más de lo que aborrece a Macri. El post-destete para Cristina, como para cualquier madre de apartamiento brusco, le generó congestiones, depresión nerviosa: es típico del proceso cuando se deja de amamantar. Hasta dejó de hablar, sea en público o por mensajería, hasta hace pocas horas en que declaró lo habitual sobre el aumento de las tarifas en los servicios privados de salud: inquietud por los altos precios que afectan a la sociedad, se asume para defender enfermos, cuidar a los pobres, construir viviendas, dar alimentos baratos sin explicar de dónde saldrán las coberturas. Igual que otros partidos de izquierda en otras partes del mundo echándole la culpa a los poderes dominantes. “Francamente inaceptable”, escribió, en su propensión a los adverbios, como en el “Sinceramente” de su libro que destaca su necesidad por afirmar que dice la verdad, que es honesta. Cada uno con su problema.
Las batallas entre los Fernández se venían sucediendo, hasta Kicillof salió a publicar la desavenencia que mantiene con Máximo, quien lo quería mandar al tambucho de la candidatura presidencial para tomarle la gobernación. La sangre llegó al río entre el Uno y la Dos. De pronto aparecieron señales de humo: Pablo Moyano pidiendo que Cristina y Alberto se reúnan, otros opinando en el mismo sendero e intermediarios con la misma misión: Eduardo Valdez, apegado a la Vice y desalojado por Alberto (“te pido que no vengas más, no me sirven esos consejos”), volvió con bandera blanca y el mandatario lo repuso.
Tampoco para él parece buen negocio romper toda la estantería. Solo pretendía mantener la realización de las PASO para preservar su mandato hasta el 2023 y quizás hasta reelegirse en contra de la voluntad de Cristina: ella ahora lo entiende, no tanto su hijo, pero suspender la pelea quizás les permita olvidar afrentas. Temporales. Este domingo próximo, si gana Lula, ambos podrían compartir un vuelo que tienen pendiente para saludar al nuevo jefe de Estado brasileño, como lo habían planeado antes de que el Alberto encabezara la rebelión de los enanos contra Cristina. Seguro que, si viajan, lo harán sosteniendo la mirada, enfrentados. Fingiendo que somos amigos.