COLUMNISTAS

El peor fracaso

El viaje de Héctor Timerman a Israel es, tal como sucedió con el acuerdo con el gobierno de Irán, la demostración de un nuevo fracaso protocolar.

Denuncias de persecución ideológica en el ministerio comandado por Héctor Timerman.
| DyN

Resulta difícil y hasta una tarea ímproba tratar de determinar si es un caso supremo de cinismo, si estamos frente a una obra maestra de hipocresía, o si la frescura con la que se han pintado la cara con cemento les permite ir y venir diciendo las cosas más diversas.

El ministro de relaciones exteriores de Cristina Kirchner está concluyendo una visita de 48 horas al Estado de Israel, donde fue recibido con elegancia, discretamente, pero de manera formal. Pudo saludar al primer ministro Biniamin Netanyahu, al presidente del Estado, Shimon Peres, un hombre de 91 años, y a su colega, el ministro de Relaciones Exteriores, Avigdor Lieberman, a quien Timerman consideró “mi amigo”.

Estamos en presencia de un episodio realmente trascendente. La Argentina, el gobierno argentino, ha fracasado estrepitosamente en un proyecto que implicaba lo que la propia presidente calificó, en un inolvidable mensaje por Twitter, de “acuerdo histórico”. El “acuerdo histórico” al que ella aludía era haber firmado un memorándum de entendimiento entre la República Argentina y la República Islámica de Irán, mediante el cual, al ser aprobado por ambos países, se facilitaría la investigación del todavía impune atentado de julio de 1994 contra la AMIA, el más grave ataque terrorista que ha padecido la Argentina en toda su historia y que dejó un saldo de 85 muertos.

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A partir de aquel anuncio, que había sido prologado en un año por una revelación que yo hice en el diario PERFIL, cuando publiqué en marzo de 2011 que la Argentina había llegado a un acuerdo clandestino con el gobierno de Irán, Cristina Kirchner apresuró a todo trapo las formalidades para que el Congreso Nacional argentino aprobara a mano alzada, y sin discutir nada ni aceptar ningún tipo de atenuante, ese memorándum, convirtiéndolo nada menos que en un tratado internacional vinculante para la Argentina.

Todo esto respecto de un gobierno al que la República Argentina había formalmente denunciado ante la Justicia y ante Interpol, a punto tal que una cantidad importante de jerarcas del régimen de Irán tienen pedido de captura de Interpol en caso de ser detectados en un aeropuerto extranjero que no fuera Irán. En aquel momento, el gobierno de Cristina Kirchner sostuvo que ése acuerdo con Irán era el único camino posible, porque ese pacto facilitaba el avance de una investigación que no había llegado a ninguna parte. El argumento –chabacano, cualquierista- del gobierno argentino era: “total, no tenemos nada que perder, hasta ahora hemos fracasado, han pasado veinte años y no solo no hay un solo condenado, no hay siquiera un solo procesado.

El acuerdo fracasó. No quiero negar a esta altura, escudándome en una supuesta humildad profesional, el orgullo por mi exclusiva de hace tres años. Cualquiera que entre en Google y vea mis artículos sobre el tema, podrá recordar que en multiplicidad de oportunidades sostuve que ese acuerdo estaba destinado a fracasar. No era un acuerdo, porque los iraníes no firman ningún pacto con nadie, y porque no iban de ninguna manera permitir –algo, por otro lado, imposible-  que la Justicia argentina interrogara en territorio iraní a unos imputados por hechos terroristas ocurridos en la Argentina.

Pasó lo que tenía que pasar. Nada de qué sorprenderse. Yo, al menos, no me sorprendo  y nadie se debería sorprender. Aun cuando hay que decir, con toda honestidad, que en sectores de la comunidad judía argentina hubo quienes se hicieron ilusiones o pensaron que “por ahí, en una de ésas…”, este acuerdo con Irán facilitaría el camino para iniciar un proceso que terminaría interrogando y eventualmente procesando y condenando a determinados personajes de aquel régimen.

Nada de esto pasó, sencillamente porque no podía pasar, no iba a pasar; en el mejor de los casos, la decisión argentina fue de una irresponsabilidad suprema, de un facilismo y de un oportunismo que ya forman parte de la peor historia de la diplomacia argentina. Al cabo de casi un año y medio, cuando la Argentina ha sido humillada internacionalmente, porque el régimen, inicialmente de Majmud Ajmadineyad y ahora el de Hassan Rouhaní, ni siquiera se dignó, con un elemental criterio de urbanidad diplomática, a responder la requisitoria argentina, puesto que el Congreso (manejado por el oficialismo) sí votó manu militari, a tambor batiente y a marcha redoblada, el acuerdo, mientras que la parte iraní, sencillamente, nunca más lo mencionó.

Ahora, al cabo de un año y medio, la Argentina acude a Israel a tratar de recomponer las relaciones que el propio Timerman había diluido, deteriorado y perjudicado con sus típicos desplantes.

Israel ha respondido con discreta altura, como si nos hubieran dicho “bueno, ustedes sabrán lo que firmaron, nosotros acá estamos y seguimos pensando como hace dos años que los iraníes siguen siendo un régimen peligroso o, en el mejor de los casos, sospechado de alentar proyectos negativos para la paz mundial.

La Argentina, en consecuencia, ha ido y ha venido con la misma frescura, naturalidad y pretensión de que nadie se acuerda nunca de nada, y que en el mundo nadie toma nota de estas cosas.

La Argentina calificó de “histórico” un acuerdo que solamente existía en la fantasía de los actuales gobernantes argentinos.El viaje de esta semana de Héctor Timerman a Israel, donde solo ha tenido conversaciones protocolares y ninguna otra cosa, es la demostración de un nuevo fracaso.

Se trata de un fracaso por el que, según el gobierno argentino, no hay que pagar precio alguno, porque presumen que los fracasos de ellos, sencillamente, permanecen en la impunidad.

Soy de los que piensan que, en cambio, este episodio no terminará en el olvido, sino que algún día habrá de formar parte de la peor historia de esta década argentina.

(*) Emitido en Radio Mitre, el martes 29 de abril de 2014.