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El precio al cual no hay

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En el comienzo de la semana el dólar libre sigue alza y sobrepasa $540. | cedoc

Cualquiera que haya asistido a un curso del profesor Juan Carlos de Pablo, decano de los economistas “mediáticos”, escuchó hasta el cansancio la definición de precio: “Es el numerito al cual hay”. Un concepto que carece de toda lógica para todos los bienes y servicios, desde entradas para una final mundialista, tickets para un recital de la gira de un rockstar, lugares para comer en el restaurante de última moda, la camiseta del Inter de Miami de Messi, agua mineral…, pero pareciera que algunos bienes quieren ser abstraídos de este listado infinito: el dólar.

La paradoja de los gobiernos del último medio siglo, cuando la moneda norteamericana fue sustituyendo al peso (en cualquiera de sus variantes) para muchas de las funciones, es que desprecian al mercado libre, calificándolo de marginal (por su baja escala), ilegal (por vulnerar leyes cambiarias) o hasta algún funcionario entusiasta llegó a equiparar con lo negociado en el mercado de la cocaína. Demasiada atención para una plaza que no es relevante, según declaran hasta la insistencia militantes tecnocráticos mientras no pierden de vista los movimientos en el mercado. Es lo que pasó esta semana, una vez más, con el temor instalado en el quinto piso del Palacio de Hacienda porque el dólar parece desatender la consigna oficial de no hacer olas mientras la negociación con el FMI se estira más de la cuenta.

Convendría preguntarse por qué no se busca estabilizar la economía, sino sus manifestaciones

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Hace dos meses, el doble discurso con el mercado “blue” se extendió al otro mercado “libre”: el “MEP”, surgido de la compraventa de bonos públicos. Legal, transparente y con una dimensión más considerable que el marginal. Cuando el termómetro marcaba ascenso de la temperatura, también el Gobierno decidió intervenir en dicho mercado, utilizando las poquísimas reservas que todavía se podían contabilizar. ¿Llegará el turno para intervenir también en el de contado con liquidación (CCL), al cual acuden empresas para hacerse de los dólares que liberan otros particulares y sin utilizar las reservas oficiales? El incentivo para hacerlo es muy claro: la brecha cambiaria que mide justamente entre la cotización del tipo de cambio “oficial” y el financiero es un indicador de la distorsión que hay entre el dólar controlado y el más libre. Pero, además, es un predictor de una devaluación, al ser muy caro sostenerla en el tiempo. A mayor brecha, menor es la capacidad para acumular reservas, y la economía argentina demostró en la última década, al menos, su impotencia por alcanzar un equilibrio sostenible en el sector externo. En realidad, esto simplemente refleja la dificultad por lograr una estabilidad macroeconómica general, una opción que fue dejada de lado para abrazar políticas cortoplacistas con impacto electoral. Intentar operar sobre uno de los mercados cambiarios sin los recursos necesarios para hacerlo con eficacia implica una derrota segura en ese frente o, peor aún, el descuido de otro conexo. Pero más allá de esta contingencia, buscar que dicho mercado mantenga un equilibrio, cuando no lo está el resto de la economía, es de un voluntarismo con poca probabilidad de conseguir resultados.

En lugar de un tipo de cambio, hay tantos como mercados particulares (con sus intereses en puja) existen

En un año electoral convendría preguntarse por qué la estabilización de la economía no es una meta buscada explícitamente y se prefiere aludir a sus manifestaciones (eliminar la inflación, contener el dólar, aumentar los ingresos, atacar la evasión fiscal, etcétera). En ese sentido, una convención habitualmente utilizada es el de resumir todos estos objetivos parciales en uno general: volver a crecer. Algo así como que el desarrollo permitiría poder obtener todo lo buscado sin renuncias; un intento por burlar el principio básico de la economía, la escasez.

No hay magia en esto y tampoco en las intervenciones prodigiosas que ni son quirúrgicas ni temporales. Mientras tanto, la dinámica inflacionaria permite confundir alzas nominales con evoluciones reales en las que nada baja, sino todo sube a distinta velocidad. Y para terminar de disimularlo, en lugar de haber “un” tipo de cambio, hay tantos como mercados particulares (cada uno con sus intereses en puja) existen. También facilita maquillar una devaluación, que solo compensaría lo que se revaluó el tipo de cambio oficial en el último año y medio, detrás de los estímulos para exportadores junto con impuestos adicionales a las importaciones. El paraíso de los “expertos en mercados regulados” con que hace ya 15 años denominó al capitalismo de amigos el CEO de Repsol. Nada cambia, solo los nombres de algunos protagonistas.