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El problema es la Constitución española

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Con la muerte del general Franco nace la democracia española, y bajo el fantasma del dictador y el miedo a un posible golpe de Estado se pacta la Constitución española, que ha regido durante los últimos 35 años.

Después de casi cuarenta años de un gobierno dictatorial no había mucho para discutir y no se sabía mucho qué discutir, porque el Estado que nacería con esa Constitución era un simple embrión; y creo que tenía más sentido que alumbrara una nueva España y no quedarse a discutir por puntos y comas. En la historia de las naciones, como en la de las personas, hay veces en que es necesario cargar todos los melones en la carreta y comenzar a andar; luego veremos cómo se acomodan. Era necesario poseer una nueva Constitución y mirar para adelante. Pero se comenzaba la nueva etapa tapando una historia de horror que no se quería ver y que aún no se quiere ver. Ese tirar pa’delante sirve para un momento histórico, pero en el camino, hay que observar cómo se ubicaron los melones en la carreta, porque seguro que más de uno se habrá roto. Y así pasó. Después de 35 años de vida de la Constitución, el pueblo catalán vuelve a reclamar lo que considera históricamente propio: decidir sobre su destino.

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Me asombra que señores ministros del partido del gobierno nieguen la posibilidad de votar de los catalanes refugiándose en la Constitución, como si esta fuera palabra santa o una piedra inamovible; y me asombra también, por eso mismo, que no registren que las constituciones son herramientas que nos ayudan a convivir; y cuando la convivencia se dificulta o se hace imposible hay que comenzar de nuevo.

La convivencia siempre fue dificultosa con Catalunya. En el ‘36, el presidente Maciá proclamó la República Catalana. Hubo dos grandes revueltas en los siglos anteriores en el marco de las cuales se intentó proclamar la independencia. Catalunya es anexada, con su actual estatus, en 1714, ya que antes mantenía una cierta independencia de sus instituciones. Por ello, la reflexión que conduce a la convicción de que 35 años –o 300– hacen la historia de un pueblo, es pensar que con el nacimiento de uno mismo nació el mundo; es decir, que haya nacido el mundo para éste o aquél, no significa que, en ese instante, haya nacido el mundo.

Sería bueno que los gobernantes españoles entiendan un poco más de lo que significa democracia, ya que es el sustento de la Constitución que ellos consideran pétrea e inamovible; o que escuchen las palabras del primer ministro británico, David Cameron, y dejar que Catalunya se exprese en las urnas. Que siete millones de personas y más de mil años de historia confieren un aval suficiente para acceder a la categoría de sujeto político con vida propia en el concierto de las naciones; y mayoría de edad para reclamar, responsablemente, la independencia nacional de nuestra patria

*Presidente del Casal de Catalunya de Buenos Aires.