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El regreso de la historia

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El triunfo de Mamdani sobre Trump anuncia una nueva era para las derechas. | Pablo Temes

Existe una pulsión recurrente en el mundo de la política –tanto entre los que la practican como entre los que la analizan–, que pretende decretar anticipadamente el final de la historia. El epílogo anunciado refleja, claro está, el momento exacto en el que las condiciones objetivas favorecen a quienes dictaminan la sentencia. Se intenta dar cuenta entonces de un escenario estático, monolítico, que estaría destinado a gestar un nuevo y definitivo statu quo. Según esta curiosa premisa, cuando se arriba a semejante devenir histórico se alcanza, inevitablemente, un desenlace que se presenta irreversible. Es un nacimiento victorioso que se erige sobre la claudicación del adversario.

El punto de quiebre, anticipan los triunfadores, es inobjetable. Y de esa forma se proclama la conclusión de la contienda. Desde ese preciso instante solo existen vencedores y vencidos, invirtiendo el famoso veredicto con el que Urquiza inmortalizó a la Argentina que nació en Caseros. Pero la aparente singularidad que ostentan los que se apuran en vaticinar el final, esconde también la paradoja de la repetición. Porque la historia, aunque les pese, nunca termina.

El punto más paradigmático de esta certeza de defunción se produjo en 1992, cuando el politólogo estadounidense Francis Fukuyama publicó su ya célebre y clásico El fin de la historia y el último hombre, donde anunció que la dialéctica marxista, entendida como la manifestación de la lucha de clases, había terminado tras la Caída del Muro de Berlín y la desintegración de la URSS, dando inicio a un mundo nuevo, que emergía sobre los pilares de la democracia liberal y de la economía de libre mercado. La Guerra Fría había terminado con la victoria del capitalismo sobre el colapso del comunismo. Y Fukuyama había parido a un best seller mundial. Fin de la historia. ¿Fin?

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Lo cierto es que nada acabó. Y hasta el propio Fukuyama lo reconoció más tarde. En las últimas tres décadas, el docente de la Universidad John Hopkins fue mutando su pensamiento al verificar que la historia no se moldea. Y mucho menos se decanta. Así, pasó de ser un activo fundador y militante del movimiento neoconservador en los noventa, a convertirse en un ferviente crítico del capitalismo descontrolado, tan solo treinta años después. Su último libro, publicado en 2022, da cuenta de este profundo viraje.

En El liberalismo y sus desencantos Fukuyama sostiene que asistimos a una “recesión democrática”, en la que los indicadores sobre derechos y libertades se están resintiendo, a medida que accede al poder un grupo de outsiders y antisistema que violenta las reglas del liberalismo, tanto constitucional como económico. Se refiere a los líderes de extrema derecha que irrumpieron en escena hace algunos años, como Donald Trump en Estados Unidos, Jair Bolsonaro en Brasil y Viktor Orbán en Hungría. Podríamos sumar a Javier Milei, que no se menciona en el libro, porque cuando fue publicado, el libertario era entonces tan solo un mediático panelista de televisión.

Son políticos de la antipolítica, destaca Fukuyama, porque son populistas y antidemocráticos, que atentan contra la esencia misma del sistema republicano, al polarizar a la opinión pública, vulnerar la división de poderes y amenazar a la independencia judicial y a la libertad de expresión. Son líderes peligrosos y nocivos, agrega el autor, porque implementan programas económicas que pretenden ser liberales pero terminan siendo dañinos para el liberalismo porque favorecen a los más poderosos en perjuicio de los más débiles, hasta desvirtuar la raíz de un mercado virtuoso: los ricos cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres. Cuando la ideología parecía sepultada, la coyuntura política del nuevo milenio la trae de vuelta. Porque, como ya se ha dicho, la historia nunca concluye.

El triunfo de Mamdani es la derrota a un discurso antiprogresista y antiwoke.

¿Por qué reparar en el violento viaje de ida y vuelta que protagonizó Fukuyama en estos últimos años? Porque las elecciones producidas esta semana en los Estados Unidos permiten anunciar un posible cambio de época: estamos en presencia del regreso de la historia. Un nuevo “aletear de la mariposa” que podría generar consecuencias enormes e impredecibles en un futuro no tan lejano, hasta reconfigurar el ecosistema político, social y cultural, tal y como lo conocemos en la actualidad.

La victoria de un joven inmigrante musulmán, que propone aumentar los impuestos a los hipermillonarios para que los trabajadores puedan acceder a un mejor sistema de salud, educación y transporte, se convierte en un inesperado golpe de efecto para las derechas radicales, para sus derecha fest, para sus batallas culturales y para sus convenciones conservadoras. Porque la derrota que experimentó Trump es mucho más que eso: es la derrota a un discurso antiprogresista y antiwoke, o antisocialista y anticomunista, como el propio presidente estadounidense prefiere calificarlo.

Los demócratas recuperaron en estos comicios gobernaciones clave, consolidaron su poder en las cortes estatales y conquistaron Nueva York con la histórica elección de Zohran Kwame Mamdani. El nuevo líder de la ciudad más poderosa de Occidente debe su nombre a Kwame Nkrumah, legendario panafricanista de la independencia y primer gobernante de la Ghana independizada de Reino Unido en los sesenta. Mamdani tiene 34 años, nació en Uganda y además de antepasados en África, también tiene sangre india por parte de su madre.

Los ultraconservadores se escandalizaron, además, porque un musulmán gobernará, por primera vez, la ciudad que sufrió el ataque del 11-S en 2001. Pero el atentado que derribó las Torres Gemelas no fue orquestado por musulmanes: los terroristas que secuestraron los aviones que impactaron contra el World Trade Center también habían secuestrado al Islam, como bien lo sintetizó la pakistaní Benazhir Bhutto en Reconciliación: el Islam, la democracia y el mundo occidental. Bhutto se encargó, con su propia vida, de desacreditar los mitos en los que se funda la islamofobia: fue una mujer musulmán, que llegó al poder de Pakistán y que fue asesinada por intentar la pacificación con el mundo occidental.

Cuando se produjo el atentado en Nueva York, por si falta aclararlo, Mamdani tenía sólo 9 años y ninguna responsabilidad en esa barbarie. De lo que sí será responsable es de su plan de gobierno: mejorar el sistema sanitario público, autobuses gratuitos, freno a los aumentos de alquileres y cuidado infantil estatal en las guarderías. ¿Cómo lo financiará? Suba de impuestos a los más ricos de la ciudad más rica del país más rico. ¿El triunfo de un candidato que pateó el tablero en Nueva York provocará en el votante conservador de los Estados Unidos la misma reacción de temor y espanto, que generó en la Argentina reaccionaria la victoria del kirchnerismo en la provincia de Buenos Aires? ¿Trump podrá reconfigurar su estrategia para aspirar a ser reelecto, aunque la Constitución no lo contempla, en un par de años? ¿O las elecciones de esta semana anuncian el punto de quiebre para las derechas radicales?

“Se disfrazan de corderos y son de los peores lobos. El socialismo del siglo veintiuno entró a Estados Unidos por la costa este”, dijo Milei el viernes en la Conferencia de Acción Política Conservadora (CPAC), un espacio que reúne a las derechas extremas de todo el mundo. Milei volvió a mostrar en Estados Unidos el profundo rencor que guarda para sus enemigos de la tríada socialismo-comunismo-wokismo. Lo hizo en los mismos términos en los que sonrió hace un par de semanas en Argentina, cuando festejó una importante victoria y bailó tras el escrutinio para celebrar el fin de la historia. ¿Fin?