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El renunciamiento de Mauricio Macri y las traiciones de los delfines

Quizás haya que esperar hasta mayo para que el expresidente formalice su dimisión anunciada. Se complica la situación de los herederos, de Rodríguez Larreta a Alberto Fernández.

Macriavelo
Macriavelo. | Pablo Temes

Quizás haya que esperar hasta mayo. Fecha eventual para el renunciamiento de Mauricio Macri a una candidatura presidencial. Lo que siempre se ha anticipado a pesar de su diaria inquietud por los acontecimientos políticos y económicos de la Argentina, aun en las ultimas horas de negocios y ocio que pasó entre Courchevel y un país árabe. Una dimisión anunciada a pesar de que el gato no es tan previsible en los movimientos como los perros y, en particular, a que “sería interesante competir si Cristina se presentara”. Como le comentó a uno de sus consumidores telefónicos. Diría un especialista: todavía no superó el duelo por haberse atragantado en la elección que perdió ante los Fernández.

Pero, más allá de los atoramientos pasados, hace varios meses que el ingeniero Macri decidió apartarse de la postulación, preocupándose en cambio por equilibrar las posibilidades de los mayores aspirantes del PRO: Patricia Bullrich versus Horacio Rodríguez Larreta. Debido a que asistió más a la débil Bullrich, en plata y relaciones, parece que operaba en detrimento del jefe de Gobierno.

Raro el fenómeno de los delfines, legatarios ortopédicos de los jefes políticos. Se le hace difícil a Larreta, que parecía un elegido; se le complicó en exceso a Alberto Fernández con Cristina; y, si uno se acuerda, José Manuel de la Sota no pudo heredar a Eduardo Duhalde para ser suplantado con el recién llegado Néstor Kirchner. Cada historia reconoce un conflicto, en general se alude a la preservación de los egos para explicarlos.

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Macri, por ejemplo, se empezó a desentender de Rodríguez Larreta cuando lo convocaron a un juicio en La Plata, en el que empeñó amigos y otros solidarios en la puerta del tribunal. El intendente porteño acompañó de palabra, al revés de la Bullrich, quien viajó a esa ciudad con la misma intensidad de Jorge Luis Borges a platicar en tertulias y ver a su novia, la misma que décadas después reencontró para casarse y convertirse en una suerte de guardaespaldas. De viejos no se repiten esos entusiasmos cuentos juveniles, tanto que el escritor con los años también reconoció que lo más hermoso de La Plata “no era ir, sino volver”.

Siempre agradeció Macri ese gesto de su exministra y anotó, en cambio, la invisible y telepática presencia de quien siempre lo secundaba. Al ingeniero se le admite una memoria femenina para ciertos casos: ya entonces comenzó a decir que no sabía si Horacio era un hombre determinado para ser presidente. Luego ocurrieron otros episodios, el más notable una presentación de Rodríguez Larreta —un lanzamiento para cargos superiores— en un escenario en el que ubicó al exmandatario boquense en la misma línea de jefes y funcionarios municipales que uno ni recuerda el nombre. Una falta de respeto, según masticaron en el hogar de quien nunca se sintió común (a propósito, comentario general despectivo es que en el nuevo hogar de Rodríguez Larreta, con enamorada parsimonia, también interviene con forzada opinión e influencia política su pareja reciente, Milagros).

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Por supuesto, hubo otras desavenencias ocultas, ha habido más señales del sordo distanciamiento. Con otro descaro, en cambio, se advierte el enfrentamiento de Alberto con Cristina, con manifiesta furia de ambos, hasta en el humor: ella lo mandó al hospital con una hernia y él, por lo menos, la echó de su domicilio en Recoleta por otro en San Telmo. Las amenazas son públicas y, por el momento, el Presidente logró una ventaja: no renunció a su reelección el pasado primero, cuando La Cámpora le exigió ese plazo como vencimiento. Parece afirmarse en su propósito revulsivo, alimenta al canario Scioli como Vice o sucesor, mientras este se le rebela a Cristina y la ofende con la frase más osada que se le conoce: “Estoy a la derecha de la derecha”. Justo su anterior elegido para Presidente.

Por si fuera poco, el ministro Aníbal Fernández se ocupa de la pereza de Máximo Kirchner, se burla de su formación y para señalar su falta de mundo puede decir que nunca fue a ninguna parte del exterior (salvo Disney, claro) y que se parece al radical Ricardo Balbín, quien viajó afuera por primera vez con más de 70 años (a Venezuela). Del lado de ella, abundan las amenazas y los insultos, juran que nunca la defendió en la Justicia y que van a crear otro partido para hacerle pasar vergüenza (Unidad Ciudadana) en los comicios. O que van a irse del Gobierno todos los cristinistas. Para dejar tierra arrasada, lo que vendría a ser como el éxodo jujeño de Belgrano o el soviético en la Segunda Guerra, si leyeran historia como cree Aníbal que no hacen.

Ninguna de esas jugadas estratégicas camporistas prosperan por ahora, habrá que esperar. Mientras, Alberto dice que él hará las listas sin interferencias como titular del PJ, amaga con más desplantes, ha puesto nerviosa a la dama y empezó a buscar intendentes para dar otra batalla bajo la superficie bonaerense. En poco tiempo iniciará escaramuzas con Sergio Massa, lo obliga la profesión.

Son dramas habituales en las herencias políticas de los últimos años, como la de Duhalde que quiso ungir a De la Sota, con experiencia y territorio, para terminar luego cambiando por un Kirchner atrevido y con fondos de la SIDE para la campaña. Sus familiares celosos lo convencieron de que el cordobés, si ganaba, lo iba a traicionar haciendo algún arreglo con Carlos Menem. Al revés de aquel personaje menor del sur que, en cambio, se iba a someter. Equivocaron el fallo, como Cristina con Alberto, no se sabe aún lo de Macri con Bullrich. Tal vez porque el poderoso privilegio lo personal, el orgullo y la enemistad. En cuanto a la traición, ese término no existe en política. Más bien es un elogio, como se titula un libro menor.