El problema de Cristina Kirchner no es que no se pueda presentar en las próximas presidenciales. El problema sería si se pudiera presentar.
Después de un Gobierno que ella integra y que al mismo tiempo critica duramente y con un nivel de imagen negativa propia que no baja, presentarse la expondría a una muy probable derrota. Casi tan lacerante como la que sufrió en 2017, cuando perdió ante el entonces desconocido Esteban Bullrich.
La novedad es que cerca suyo hay quienes creen que el problema tampoco es que no gane, sino que de no presentarse quien es la mayor traccionadora de votos del oficialismo, el cristinismo perdería un importante número de escaños en ambas Cámaras.
Quienes en la reunión del PJ del jueves más insistieron en la necesidad de que cambie de opinión, son los que le piden el sacrificio de arriesgarse a volver a perder para sumar la mayor cantidad de cristinistas al nuevo Parlamento.
En privado, ella insiste en que no lo hará.
Así como al macrismo le serviría que Cristina se presente, el cristinismo...
Cartelería. Es cierto que en todas las encuestas que la incluyen como alternativa electoral, ella sigue siendo la opción más elegida en el oficialismo (sin ella, los que aparecen en mejor condición son el Presidente, su ministro de Economía y Axel Kicillof). De allí que, en la reunión de peronistas, kirchneristas y cristinistas, estos últimos plantearan organizar una comisión para convencerla.
La misión supone varios riesgos. Uno es argumentativo. Porque el objetivo de “convencerla” implica que depende de ella la decisión de presentarse y no de una proscripción judicial o política. Lo que obligaría a explicar que el concepto de proscripción no es literal sino metafórico. (“Es como que a una atleta que va a competir le quiebren una pierna y le digan, bueno, dale, ahora competí igual”, traduce un funcionario muy cercano a ella, que no es camporista). Pero ya se perdería el golpe de efecto que en el peronismo tiene la palabra proscribir, un castigo que ese partido sufrió en términos reales durante largos años.
Por eso, además de los problemas de hacer campaña cargando en sus espaldas con una gestión que ella afirma que es mala y con su alta imagen negativa, se vería obligada a explicar permanentemente que es inocente pese a que la Justicia la encontró culpable en primera instancia.
...celebraría una campaña Macri 2023 con el eslógan “¡Lo mismo + rápido!”
De ahí que a la oposición la conviene que la vicepresidenta se presente.
Hasta podría suscribir y mandar a imprimir más carteles con la leyenda “¡Proscripción un carajo, Cristina 2023!”. En principio, porque ningún opositor piensa que ella tiene prohibido competir (“¡proscripción un carajo!”, podrían decir) y porque sostienen que, en cualquier escenario con Cristina 2023, los sondeos que manejan la dan perdedora.
Plan B. El intento cristinista de volver a posicionar a su líder como candidata presidencial no sólo esconde la necesidad de que, aun perdiendo, el sector sume la mayor cantidad posible de legisladores. También implica reconocer que el paso al costado de Cristina fue prematuro y le hizo perder centralidad.
Desde el momento en que anticipó su determinación de no presentarse, quienes se posicionaron como los que mayores posibilidades tenían en una interna fueron el Presidente y su ministro de Economía. El único cristinista que se muestra como alternativa es Wado de Pedro, poco conocido para la mayoría de los votantes.
Hasta hoy, el único cristinista con chances de ganar unas PASO presidencial en el Frente de Todos es, a su vez, el único con chances de ganar en territorio bonaerense: Kicillof. El gobernador ya anticipó que quiere ir por la reelección, aunque obligadamente acota que hará lo mejor para su espacio.
Pero sólo lo convencerían de dar ese salto si él llegara a la conclusión de que no le alcanzan los votos para ganar en la Provincia. En ese caso, entre perder en la Provincia y correr el riesgo de perder en la Nación, elegiría esto último.
En medio de tantas hipótesis, quienes desde el cristinismo se muestran más pragmáticos que dogmáticos, en las últimas horas empezaron a esbozar un plan B. No es el ideal, aclaran, pero sería el “menos malo”.
Entienden que, si el Gobierno llevara la inflación a un 3% o 4% antes de junio, Massa sería un candidato al que Cristina ya aceptó y De Pedro lo acompañaría en la fórmula. El gobernador Kicillof iría por la reelección y Cristina, en ese escenario, se dejaría convencer para ser candidata a senadora con Daniel Scioli encabezando la lista de diputados bonaerenses.
Póker de dos. En el macrismo también hay una corriente que intenta convencer a su líder de que vuelva a competir. La situación no es igual, pero es parecida.
El expresidente también podría ganar en una interna, pero su elevada imagen negativa y su paso tan reciente por una gestión económicamente desafortunada, tampoco lo harían competitivo a nivel general.
Salvo que quien compita por el oficialismo finalmente sea Cristina. Que es la misma posibilidad que algunos ven en el cristinismo para convencerla: una competencia mano a mano con Macri.
Y así como la oposición podría avalar los carteles de Cristina 2023, el cristinismo podría contribuir a una posible campaña macrista que postule “¡Lo mismo + rápido! Macri 2023”. Unos y otros compartirían, aunque en sentido opuesto, el motivo del mensaje: lo que hizo.
Que los dos expresidentes se convencieran de competir sólo si el otro lo hace, marcaría las chances y los límites de ambas candidaturas.
Es una partida de póker entre líderes que comparten una alta adhesión en sus respectivas coaliciones, y un alto rechazo en el universo general de votantes. Si ellos imaginan que la única chance de vencer es enfrentando a alguien con más imagen negativa, entonces también ellos deberían bregar para que el otro no deje de competir.
Tres acusaciones de Cristina contra Alberto
De presentarse Macri, Cristina podría revisar su postura. De presentarse Cristina, Macri terminaría de decidir ir a un “segundo tiempo”. “El problema es quién de los dos juega la primera carta para decidir al otro de jugar la suya”, es la misma reflexión que se escucha en ambos entornos.
Más allá de las similitudes, los dos atraviesan instancias distintas de sus carreras políticas.
Él este mes cumplió 64 años. Ella hoy cumple 70. Él tuvo un solo mandato de gestión y no terminó bien (-4% del PBI). El último mandato de ella arrojó un magro +1,5% de crecimiento en cuatro años, pero venía de otros dos períodos en el poder. El primero, detrás de Néstor Kirchner. Doce años en total.
Macri está convencido de que puede reivindicarse en un segundo mandato y sólo dejaría de competir si llegara a la conclusión de que perdería de nuevo.
Cristina cree que la única reivindicación que necesita es judicial y “hasta ahí”, porque a ella la juzgará la historia.
En todo caso, ellos siguen siendo el centro del sistema solar dentro de sus respectivos universos. Sus discípulos temen alejarse demasiado y sentir el frío del despoder. Los consultan por cada paso que dan, evitan criticarlos y asumen mansamente sus críticas. A cambio, reciben sus bendiciones y alguna que otra selfie.
Eso habla de los méritos de Cristina y de Macri.
Pero también habla de sus limitaciones y las de aquellos que, si quisieran honrarlos, deberían dejar de ser discípulos para emanciparse definitivamente.