A poco de que Macri llegara al poder, en aquel oficialismo se repetía una autocrítica que ahora, en tiempos de campaña, se vuelve a escuchar: “Fuimos una coalición exitosa para ganar una elección, pero no para gobernar”.
En este oficialismo se dice lo mismo.
Unos y otros juran que no van a cometer el mismo error: “Debemos hacer una alianza para gobernar, no sólo para conseguir el poder”.
Por eso, el dilema que cruza, cada vez más, a ambas coaliciones es qué acuerdos están dispuestos a hacer para llegar al Gobierno.
Sin que eso implique cambiar su esencia ni hipotecar la futura gobernabilidad.
Resulta conmovedor ver a oficialistas y opositores intentando seducir a quien los desprecia...
Insultador serial. Hoy, ese dilema tiene nombre propio: Javier Milei.
El anarco-capitalista fue la novedad de las últimas legislativas, cuando en CABA obtuvo el 17% de votos y, a nivel país, algo menos del 7%. Desde entonces se dedicó a recorrer provincias y, según las encuestas, obtendría entre el 15% y el 20% de intención de voto en los próximos comicios.
Milei es la expresión más extrema del fracaso de la política. La Emma Thompson de la excelente distopía británica Years & Years. Aquella mujer agresiva, carismática y rupturista que saltó de los escándalos mediáticos a la conducción de un país. Un personaje que metía miedo, pero que a su vez corporizaba la desesperación de sectores sociales a los que la política tradicional no les daba soluciones. En la serie todo termina muy mal.
Como aquel personaje, Milei es el mejor político de la antipolítica argentina. Para abonar a ese posicionamiento, desde que inició su vertiginosa carrera se dedicó a insultar y separarse de todos aquellos que representaran la “casta”.
Por el lado opositor, a Macri lo trató de “pelotudo” y a su gestión de “torre de estiércol”. A Larreta lo llamó “zurdo de mierda, gusano arrastrado y pelado asqueroso”. A Gerardo Morales, “parásito de mierda, chorro h.d.p.”. A Martín Tetaz, “mentiroso y difamador”. A Fernando Iglesias, “tontito, bobito, estúpido, idiota y pedazo de pelotudo”. Y a Carrió le dijo que no tenía escrúpulos.
...y demostrando que el límite que se autoimpusieron para dialogar sean ellos mismos
Días atrás, sentenció que Juntos por el Cambio, al que llama “Juntos por el Cargo”, “es un rejunte de miserables arrastrados por un cargo que están unidos para ver si pueden rapiñar algo.”
Por el lado oficialista, trata a Alberto Fernández de “mentiroso y perverso”; a Cristina de “jefa de la banda”, a Kicillof de “enano diabólico e inmoral”; a Wado de Pedro de “sorete”; a Aníbal Fernández de “h.de.p.”; a Leandro Santoro de “chorro y burro”. Y al Gobierno, al que llama “Frente de Chorros”, lo considera “asesino”.
Su virulencia gestual y discursiva con destinatarios con nombre y apellido (aquí fueron algunos ejemplos, pero son muchos más), parece que al menos dificultaría cualquier hipótesis de alianza entre ellos. ¿Cómo se dialoga con alguien así y cómo se construiría un acuerdo que, además de electoral, sea para gobernar?
Que en las últimas semanas se hayan sumado voces (tanto de JxC como del FdT) sosteniendo que eso es posible, indicaría que hay dirigentes dispuestos a hacer lo necesario para llegar o mantenerse en el poder.
A riesgo de confirmar la acusación mileinista de que los políticos sólo piensan en los cargos.
La exitosa serie que explica la grieta
¿Demócrata o “Hitler”? Tetaz, uno de los insultados por Milei, acaba de proponer ir a internas con él en la provincia de Buenos Aires como la única forma de vencer a Kicillof: unas PASO de las que salga un candidato fortalecido para competir en las generales. Si es Milei, lo apoyarían a él. De lo contrario, sería Milei quien daría su apoyo.
Tetaz reconoce que sus ideas no tienen nada que ver con las del libertario, pero entiende que lo importante es ganar la Provincia.
Sus aliados Gustavo Posse y Joaquín de la Torre fueron en la misma dirección. Macri (otro de los insultados) ya pidió investigar si era posible que Milei terminara llevando un candidato a gobernador de Juntos. Patricia Bullrich admitió que “puede pasar que haya candidatos separados o se le puede ofrecer a Milei una participación común”. Además de anticipar que si fuera Presidenta le sería más fácil coincidir con su forma de ver la democracia que con los gobernadores peronistas.
Está claro que la prioridad es llegar al poder.
El problema es que hay opositores que no piensan igual. Y no se trata de diferencias menores.
El gobernador Gerardo Morales acaba de relacionar al líder de La Libertad Avanza con Hitler, haciendo una comparación histórica entre los discursos de ambos.
Que es similar a lo que ya había dicho Carrió: “Cuando la sociedad entra en ira, se enferma. Y cuando se enferma, vota enfermos, vota psicópatas. Los judíos alemanes votaron a Hitler y terminaron en Auschwitz”. Según ella, si Milei llegara a conducir el país “puede ser Hitler o peor todavía, porque no tiene equilibrio emocional ni templanza”. Por estos dichos, Milei enjuició a quien es una de las líderes de la coalición opositora.
En el oficialismo también hay quienes sostienen que, si se quiere permanecer en el Gobierno, hay que negociar con él.
Lo dijo Scioli, embajador y siempre candidato presidencial. Elogió ideas de Milei y se postuló como intermediario para llevar adelante esa negociación. Se conocen desde hace casi una década, cuando el libertario era uno de los jóvenes economistas que trabajaba en la Fundación Acordar, un think tank liberal esponsoreado por Scioli cuando era gobernador.
El embajador jura que incluso le habló de él a Lula, quien “en lugar de calificar, quiso interpretar y contener”.
Acobardados. Milei no es Milei. Es un test. Un test para comprobar el nivel de destrucción de la conciencia democrática argentina y de su representación política. Es un emergente de la insatisfacción social ante la contradicción histórica entre un país supuestamente rico y habitantes que van de crisis en crisis. Es la alternativa desesperada frente a dirigentes que no pudieron resolver esa problemática. Es el elegido de aquellos que, tras años de vivir en la grieta, creen que la forma de salir de ella es cavando todavía más. Porque están convencidos de que es preferible que todo explote a seguir igual.
Los políticos que acrecentaron la grieta durante tanto tiempo también alimentaron la creencia de que el otro no importa, de que es un enemigo que merece desprecio e insultos. De allí les salió alguien que es más extremo que los extremos, capaz de promocionar la venta de órganos o de aliarse con defensores de la última dictadura.
El más agrietado de los agrietados es fiel a ese origen: cuanto más lo intenta seducir la “casta”, más los desprecia y mejor se posiciona. Por eso volvió a tratar de “delincuentes” a oficialistas y opositores y a prometer que los va “a sacar a patadas en el traste”.
Es un espejo perfecto que refleja bien la incapacidad de diálogo de la dirigencia argentina al exponerla de una forma casi pornográfica.
Resulta patético y conmovedor a la vez.
Acobardados, dirigentes experimentados de uno y otro sector se ven obligados a demostrar a cada paso que no hay nada que los una. A negar amistades históricas. A dar pruebas diarias de distanciamiento. A jurar que hace meses que ni se saludan.
Que el límite que se autoimpongan para dialogar sean ellos mismos y no quien los insulta, enjuicia y desprecia, es un síntoma claro de la enfermedad argentina.
Y justifica la existencia de Javier Milei.