Hace más de diez años que el país está cruzado por dos liderazgos fuertes que expresan bien a dos minorías intensas: el cristinismo y el macrismo puro. Son dos sectores de convivencia imposible, que promueven una gobernanza de imposición basada en el empoderamiento de una minoría sobre otra.
Ahora, si finalmente ni Cristina Kirchner ni Mauricio Macri presentaran su candidatura presidencial, que hoy parece lo más probable, sería la primera vez desde 2015 en la que ninguno de sus nombres aparezca en una boleta electoral.
La pregunta es qué significa eso. Si se trata de un paso al costado táctico, para seguir manteniendo su influencia en la conformación y gestión del próximo gobierno. O si es el reconocimiento, voluntario o involuntario, a la aparición de otros liderazgos dentro de sus respectivos espacios que reflejan mejor que ellos a una nueva mayoría social que reclama una gobernanza de consenso.
En cualquier caso, la dificultad que ambos observan para ser candidatos, está enmarcada por sus anteriores derrotas, una alta imagen negativa y el crecimiento que en la última década, tuvieron los espacios y candidatos vinculados con modelos y modales más moderados.
El declive electoral de Cristina comenzó en las legislativas de 2013, cuando obtuvo poco más del 30% de los votos en el país y en la provincia de Buenos Aires su oficialismo fue derrotado por Sergio Massa. La suma de candidatos que representaban a espacios moderados en esos comicios (Frente Renovador, Frente Progresista Cívico y Social e incluso el PRO cuando Macri hacía campaña antigrieta), consiguió más del 50% de los votos.
En 2015 hubo más indicios del agotamiento de la grieta. Los principales competidores para la Presidencia fueron moderados. Cristina postuló al político más moderado del peronismo, Daniel Scioli, quien perdió por menos de tres puntos frente a un Macri que, por entonces, todavía apostaba por el fin de la grieta. En esa elección hubo otros candidatos que hicieron campaña en contra de la polarización: Massa, quien en primera vuelta obtuvo 21,4% de los votos; y Stolbizer, con 2,5%.
Gobernanza de imposición o gobernanza de consenso. Eso es lo que se votará
En las legislativas de 2017, CFK compitió con el sello Unidad Ciudadana. Consiguió menos del 20% de votos. Y volvió a perder en territorio bonaerense, pero esta vez yendo ella misma como candidata a senadora: le ganó un desconocido Esteban Bullrich.
Tras esa derrota, su alta imagen negativa la obligó en 2019 a cederle el primer lugar de la fórmula a alguien con un perfil dialoguista como Alberto Fernández. Tercero en esa elección resultó otro exponente de la moderación, Roberto Lavagna (su partido se llamaba Consenso Federal). El cristinismo sí triunfó en la provincia de Buenos Aires de la mano de Axel Kicillof.
En 2021, sin embargo, el Frente de Todos volvió a perder a nivel país y en territorio bonaerense fue derrotado por Diego Santilli.
Macri venía de ganar elecciones como jefe porteño y también lo hizo cuando se presentó a la Presidencia en 2015. En todos los casos, y bajo los consejos de su estratega electoral Jaime Duran Barba, apostaba a un discurso conciliador, evitando confrontar con el cristinismo y concentrándose en prometer una gestión exitosa.
En 2015 no sólo ganó él, sino que en la provincia de Buenos Aires triunfó su candidata María Eugenia Vidal. También ganaron otros dirigentes moderados como Horacio Rodríguez Larreta (CABA), el socialista Miguel Lifschitz (Santa Fe), el radical Gerardo Morales (Jujuy) y los peronistas Juan Schiaretti (Córdoba), Sergio Uñac (San Juan), Mario Das Neves (Chubut), Gustavo Bordet (Entre Ríos) y Juan Manuel Urtubey (Salta).
El giro de Macri de la moderación a la grieta llegó tras las elecciones de 2017. Ese fue el único año de crecimiento del PBI de su gestión. Pero la crisis económica que volvió a hacerse sentir en 2018 y 2019, con caída del PBI y aumento de la inflación, lo fue convenciendo que debía crear un relato inspirado en la misma fórmula del cristinismo. Entonces endureció su política económica y decidió satanizar al cristinismo al que, a partir de allí, le echó la culpa de todo, incluso de los propios resultados de su gestión.
Con esos resultados y con un discurso agrietado perdería las presidenciales frente a Alberto Fernández. Sin embargo, Macri siguió profundizando ese relato. Lo mismo que hizo Cristina.
Si finalmente se concretara la ausencia de ambos en la carrera presidencial, lo que viene es un tiempo de definiciones sobre cuál será el perfil de dirigente que logre imponerse en las internas oficialistas y opositoras. Si será un polarizado o un moderado.
Los encuestadores se quejan de lo difícil que es proyectar resultados cuando los más inclinados a contestar son los miembros de las minorías intensas. Esta semana se conocieron dos nuevos sondeos. Uno de Hugo Haime, que ve un empate en la interna oficialista entre el Presidente y su ministro de Economía (12,2% a 12,1%) y un escenario similar en la opositora: Larreta con 13,1% y Bullrich con 12,3%. El otro es de Opinaia y muestra un virtual empate entre Alberto Fernández (7%), Kicillof (7%) y Massa (6%); y cifras algo más dispares en Juntos por el Cambio: Bullrich 9% y Larreta 6%. También aparecen María Eugenia Vidal (5%), Manes (3%) y Morales (1%).
Las PASO pueden resultar una instancia sanadora para la política argentina.
Sin Cristina y sin Macri, lo que queda por saber es si quienes se impongan en ambas internas serán delfines suyos, como Kicillof y Bullrich. O si serán dirigentes que, aun sin renegar de ambos expresidentes, consideren que la única manera de lograr un crecimiento sustentable es cambiar la forma de gobernanza. Pasar de un gobierno que refleje bien a un 40% del electorado, a otro que promueva una coalición poselectoral que represente a una mayoría ampliada del país.
En las dos internas habrá políticos que expresen la grieta y la antigrieta; incluso estará Milei, que propone profundizar todavía más la división. En cualquiera de los casos, la gran duda es qué porcentaje de los distintos sectores sociales se inclina por soluciones más extremas. Porque si esos sectores son mayoría, no habrá líder moderado que pueda triunfar. O si llegara a triunfar, no podrá aplicar políticas acordadas de largo plazo.
En cambio, si se consolidó una mayoría agotada por años de confrontación es probable que, ya sin Cristina y Macri participando de los comicios, surja un dirigente que, esta vez sí, pueda conducir una gobernanza de consenso. Un gobierno que, por su naturaleza, no podrá basarse en políticas extremas.
Para que eso sea posible, lo mejor que les puede pasar a esos dirigentes moderados, es competir en las PASO contra los representantes del macristinismo.
Sólo venciendo podrán convencer de que son lo nuevo.
Esa será su fortaleza.