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Mundial: ¿éxito simbólico o económico?

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Millones sin grieta. Una enseñanza para aprovechar. | cedoc

Parece que no habría ningún beneficio material directo para una sociedad que celebra ser campeona del mundo, ya que ni uno de los US$ 52 millones que recibirá la AFA irá para aquellos que pasaron horas y horas sufriendo durante los partidos. A diferencia de los jugadores, que obtendrán un premio de unos US$ 500 mil; de las empresas de electrodomésticos, que vendieron más televisores, o de Aerolíneas Argentinas, que completó cada nuevo vuelo a Qatar, los 5 millones de personas que esperaron bajo el sol a una Selección que no pudieron ver no tendrán un bono adicional porque su equipo de fútbol conquistó la tercera copa mundial de la historia.

Sin embargo, me pregunto si ese éxito deportivo y el capital humano movilizado detrás de una marca llamada Argentina pueden transformar ese valor simbólico en un valor material concreto capaz de derramar sobre la sociedad.

“Animal spirits”. En su Teoría general, Keynes aplicó a la economía el concepto de “espíritu animal”, ese impulso vital del ser humano más allá de cualquier recompensa material: “Gran parte de nuestras actividades positivas dependen más del optimismo espontáneo que de una expectativa matemática, ya sea moral, hedonista o económica. Quizá la mayor parte de nuestras decisiones de hacer algo positivo (…) solo pueden considerarse como el resultado de los espíritus animales y no como consecuencia de un promedio ponderado de los beneficios cuantitativos multiplicados por las probabilidades cuantitativas”.

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Parece haber un correlato entre salir campeón del mundo y la monetización de la marca país...

Keynes, en realidad, le puso título (“animal spirits”, aunque en la primera versión en español de la obra el traductor Eduardo Hornedo lo tradujo como “fogosidad”) a lo que filósofos, científicos y economistas venían reconociendo desde hacía siglos sobre las consecuencias positivas o negativas de esos movimientos impulsivos y colectivos.

Entonces, si el “optimismo espontáneo” del que hablaba Keynes es capaz de generar inversión y consumo e influir sobre los distintos agentes económicos, ¿cuál podría ser el beneficio económico de lo que pasó en el país en los últimos días a partir de ese fenómeno de masas que no estuvo guiado por una “expectativa matemática” premeditada?

Una primera respuesta la daría la comprobación de que, desde el Mundial de 1990, los países que ganaron la Copa tuvieron un aumento promedio del PBI del 1,6% por encima de lo previsto. En La economía de lo insólito, el libro del economista Sebastián Campanario, se muestra que desde 1966 el índice bursátil de las naciones ganadoras superó en un 9% al promedio general.

De los cinco países campeones antes de la Argentina, en cuatro de ellos (Brasil, Italia, España y Alemania) el PBI del año en que se jugó el Mundial (siempre fue a mitad de año) terminó siendo superior al del período anterior. Solo cuando Francia ganó, en 2018, su PBI fue menor al del año siguiente.

Antes del comienzo del Mundial, un estudio de la Escuela de Economía de la Universidad de Surrey señaló que, desde 1961, ganar la Copa aumentaba el crecimiento del PBI en al menos 0,25% durante los dos trimestres posteriores a ese resultado.

... pero la mayor inspiración que puede arrojar la Copa es que la unión paga más que la grieta

PBI. La lógica de estimar algún tipo de repercusión económica positiva por el hecho de ganar un Mundial radica en la magnitud global que alcanza ese éxito deportivo y en el interés que puede despertar la nación que fue capaz de promover a la selección más eficiente del torneo.

Los sectores a los que inmediatamente se relaciona como los más beneficiados son los vinculados al turismo, pero la suposición es que lo que gana es la marca país y todo lo que se asocie a ella.

Son hipótesis que algunos economistas refutan. Por ejemplo, en el caso de la Argentina, mientras que el año posterior a la obtención del campeonato del 78 hubo un crecimiento del PBI, el posterior al del Mundial 86 tuvo una caída. Igual, es difícil comparar con esos años, ya que no había mediciones precisas del crecimiento trimestral.

Hoy, mientras que las estimaciones de cierre del Producto Bruto 2022 rondan el 5,5%, las del año que viene anticipan la mitad. Es correcto que hace un año las proyecciones de crecimiento indicaban la mitad de lo que terminará siendo, pero por ahora nadie sueña con que el año que viene el crecimiento sea superior al actual.

Marca país. Coincido con los que piensan que el éxito en el evento deportivo más importante del mundo podría aportar a la construcción de una marca país. Como lo que ya aporta la capacidad innovadora del sector agrícola, el potencial energético, ser cuna de unicornios tecnológicos y la calidad de las carnes y vinos. O un Papa que viene “del fin del mundo”.

La Argentina, como mercado ante el resto de los países, se construye día a día con lo mejor y peor de nosotros.

Pero creo que los verdaderos beneficios de lo que pasó en Qatar podrían ser mucho mayores de los que eventualmente deriven del reposicionamiento de la marca país.

Es la segunda vez en tres años que estamos ante una oportunidad histórica que sirva de inspiración para cerrar una grieta que hace más de una década traba cualquier entendimiento político de largo plazo, con las consecuencias económicas que eso ocasiona.

La primera oportunidad ocurrió en el segundo trimestre de 2020, durante la pandemia, cuando la mayoría de la dirigencia política se mostró unida para enfrentar el covid y obtuvo por eso una aprobación superior al 60%.

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La segunda es ahora.

Una nueva oportunidad inspiradora que, esta vez, viene del fútbol. El mensaje interpela por lo obvio: si la sociedad puede alinearse detrás de un objetivo en común, sin siquiera la búsqueda de una ventaja económica inmediata, ¿qué impide que una amplia mayoría se una detrás de un consenso que, además, sería capaz de alcanzar mejoras económicas y sociales?

Así como una mayoría percibió en el segundo trimestre de 2020 que su dirigencia se unía para escuchar a los especialistas y hacer lo mejor posible frente a un suceso inédito, durante el mundial de fútbol la sociedad confió en que los jugadores y el equipo técnico conformaban un grupo que trabajaba unido en pos de volver a conquistar un campeonato después de 36 años.

Incluso si la Selección no hubiera conseguido el trofeo, entiendo que ese trabajo conjunto igual habría sido reconocido como meritorio.

Claro que el hecho de que todos los argentinos compartieran el sueño mundialista no significa que, automáticamente, también se vayan a encolumnar detrás de un proyecto político y económico consensuado.

Inspiración. Salvo que, de verdad, haya llegado el momento en que una nueva y amplia mayoría social se haya convencido de que es necesario un cambio de época. Y que haya dirigentes que logren sintonizar con ese sentimiento colectivo.

Quizás había que esperar a que un éxito futbolístico provocara un punto de inflexión. Una inspiración que, por empezar, permita reconocernos no como enemigos sino, en todo caso, como personas con intereses en pugna capaces de sentarse a buscar puntos de coincidencia.

Puede que eso ocurra –ojalá– o puede que sea otra oportunidad perdida. Pero es una nueva señal de que la sociedad está pidiendo una dirigencia que encabece el cambio de ciclo.

Porque si resulta al revés y es la sociedad la que finalmente lo decide encabezar, los riesgos siempre serán mayores.