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El señalador de Magliabechi

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Breve historia del señalador es el título de un pequeño libro que acaba de aparecer en Italia, escrito por Massimo Gatta. El libro habla de los orígenes medievales del señalador y cómo fue cambiando a lo largo de la historia hasta llegar a ser lo que es. El texto viene acompañado de una serie de reproducciones de cuadros del siglo XVI donde pueden verse libros y señaladores realizados en el siglo XX por marcas de bebidas, cigarrillos y editoriales. Hay muchas anécdotas curiosas, pero entre ellas despunta la costumbre del bibliómano Antonio Magliabechi, quien solía meter fetas de salame entre las páginas del libro que estaba leyendo.

Antonio Magliabechi vivió entre 1633 y 1714 en Florencia, su ciudad natal, y llegó a ser bibliotecario de Cosme III de Médici. A su pesar, porque era una persona bastante asocial, Magliabechi se convirtió en un personaje importante de la vida literaria florentina de entonces, alguien como Giacomo Casanova, que por razones distintas quería ser conocido por todos y con quien todos querían entablar conversación y mantener, en lo posible, una relación epistolar –de hecho, el legado literario de Magliabechi es su correspondencia.

Como bibliotecario gozaba de varias perfecciones que lo hacían único e inolvidable, entre ellas ser capaz de recordar todo lo que leía. Se vanagloriaba de haber leído todos y cada uno de los libros que habían caído en sus manos. Su biblioteca personal tenía 28 mil libros, con textos en griego, latín y hebreo. Vivía, como muchos de nosotros en la actualidad, en una casa repleta de libros. Había libros en las escaleras, y en pilas que parecían crecer como hongos en el suelo.

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Al igual que muchos de nosotros en la actualidad, Magliabechi era muy despistado. Dicen que se olvidó de reclamar su salario a Cosme III durante un año entero. No prestaba la más mínima atención a su aspecto, al punto que no se cambiaba de ropa y dormía con ella. Odiaba a los jesuitas con toda la fuerza de su corazón. Siempre es retratado como lo que era: un hombre de aspecto salvaje, sucio y descuidado. Normalmente cenaba tres huevos duros y un poco de agua.

Su comportamiento y su fanático interés por cualquier tipo de escrito –además del hecho de poseer una biblioteca personal demasiado grande para alguien sin intenciones maléficas– levantaron las sospechas de la Inquisición, pero esas sospechas no llevaron a ninguna parte ya que, efectivamente, los intereses de Magliabechi nunca superaban la puerta de entrada de su biblioteca –o la de Cosme III, que cuidaba como si fuera la suya.

Justamente, como carecía de otros intereses que no fueran librescos, se hizo rico, y al morir dejó un testamento en el que destinaba su dinero para “promover el estudio, las virtudes, las ciencias, y con ellas la piedad y el bien universal, en beneficio de la ciudad y especialmente de los pobres y los sacerdotes, que no tienen modo de comprar libros y estudiar”.

 Con sus libros se abrió una biblioteca pública en 1747, dotada de numerosos textos científicos griegos y latinos y de tratados de medicina. Esa biblioteca fue el germen de lo que hoy se conoce como la Biblioteca Nacional Central de Florencia, antiguamente llamada, justamente, “la Magliabechiana”.

Magliabechi tenía más hábitos que hoy consideraríamos cuando menos turbios, y que ya entonces lo caracterizaban como alguien maleducado y grosero: leía, y cuando lo hacía no toleraba la más mínima interrupción, al punto que era capaz de lanzar lo que tuviera a mano (un florero, un candelabro) al sujeto que osara alzar la voz o interrumpirlo, por nimiedades o urgencias, mientras estaba leyendo. Y en eso también se parece a muchos de nosotros en la actualidad.