Recuerdo haber leído con fruición los pormenores del Caso Fritzl. La cara de ese austríaco siniestro cuyo nombre de pila, Josef, no parecía apropiado para él, me atraía como un imán. Recuerdo menos la de su hija y principal víctima, Elisabeth, encerrada y violada durante 24 años en los que parió siete bebés. Antes, me había embrujado la historia de otra chica austriaca encerrada (esta vez por un captor ajeno a su familia) Natascha Kampusch, quien logró escapar tras ocho años de cautiverio. Difícilmente equiparables en horror, estos crímenes tuvieron como escenario un lugar que, viendo “En el sótano”, documental dirigido por Ulrich Seidi, que me vienen recomendando desde su estreno en 2014, se verifica como un predilecto de Austria. Con la premisa de mostrar la relación de algunos austríacos con sus sótanos, despliega universos muy distintos y, pese a los planos larguísimos, fijos y frontales, resulta atrapante. Da la impresión de querer condensar algo que podría ir por el lado de la identidad harto compleja de un país, a través de aquello que se mantiene en las sombras, aquello que avergüenza, pero ahí está.
Hay un grupo de nazis nostálgicos que se juntan a emborracharse y contar chistes verdes
Hay desde un grupo de nazis nostálgicos que se juntan a emborracharse y contar chistes verdes, hasta islamófobos que practican tiro subterráneo, y hay, por supuesto, sexo. Situaciones que incluyen, tanto un matrimonio conformado por una dominatrix y un marido que pide ser colgado de los genitales, como a la masoquista Sabine, quien se presenta a cámara ensogada al estilo shibari para contar cuánto goza de cachetazos, latigazos, lastimaduras e insultos. Con ella, Seidi saca real partido de la perpetuidad de sus planos: la muestra desnuda y atada, jactándose de haber mandado a la cárcel a un novio tras denunciarlo ¡por mal trato! Sobre el final de su alocución, Sabine también se enorgullece de trabajar para la católica Caritas, asesorando a mujeres víctimas de violencia doméstica...
En el sótano me llevó a preguntarme si existe en Argentina un escenario favorito para lo oprobioso, lo que no queremos mostrar, aunque, en cierta medida, nos constituya. No encontré respuesta. Quizás es porque, a falta de sótanos, hayamos optado por dejar nuestras vergüenzas expuestas, a la vista de todo el que quiera inmiscuirse con ellas.