COLUMNISTAS

El suicidio de un gobierno

La Casa Rosada practica el silencio porque cree que lo que pasa se olvidará. Es una tosca manera de pensar porque, al ignorar el cerco de escándalos y contradicciones, camina hacia su autodestrucción.

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Se hacen públicas las sospechas sobre el pasado y presente de Milani, y la respuesta es el silencio.

El general a cargo del Ejército hace declaraciones que lo ubican como parte de una facción, con lo que revive una de las principales causas de la inestabilidad política de Argentina y, naturalmente, la respuesta es el silencio.
Se llega a pensar y decir que la herencia de los Kirchner será haber puesto en jaque a la democracia argentina y nadie, en el Gobierno, se sentirá aludido, intentará responder o mostrará indignación.

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Es cada día más evidente, al ver el comportamiento de ciertas personalidades y organizaciones de derechos humanos, que el Gobierno usó para sus intereses una de las cuestiones más dramáticas de nuestro siglo XX, pero la sospecha no tiene respuesta porque el Gobierno no explica ni da su visión de lo que pasa.

El señor Jaime es fugitivo de la Justicia; silencio.
La Presidenta no se reúne con su par de Brasil, un indicador del estado de las relaciones con quien debería ser nuestro principal aliado político y económico, y nadie menciona el tema ni lo explica.

Las promesas del señor Timerman sobre Irán, el juicio, la Comisión de la Verdad, las indagatorias a los sospechosos, están en el mismo punto que cuando se votó de urgencia el tratado, y nadie rinde cuentas ni explica. Sólo el silencio.
Se produce un cambio completo en la política energética, que es una de las políticas en que se juega la estabilidad económica, y… silencio.

Sin embargo, Cristina Kirchner habla todos los días, de otras cosas, de sus impulsos, y haciéndolo busca afanosamente que sus palabras susciten algún pensamiento. Pero no lo logra. Aun hablando, logra el silencio de las ideas.

Hablaron Adolfo Pérez Esquivel, Gerardo Morales, de la UCR, y algunos pocos más. En cambio, el resto de la oposición comenzó a expresarse a mediados de semana, cuando lo de Milani se había convertido en un grave tema público hacía más de diez días. Sería difícil afirmar que la oposición tiene reflejos rápidos, que salta sobre cada oportunidad con reflejos felinos.

El silencio del Gobierno es para tapar el debate, una apuesta al olvido, una manera culpable de huida, pero no resulta nada clara la lógica que sostiene la reacción tardía de la oposición.
De manera, lector, que si no hubiera periodismo, lo más probable es que de estas cuestiones nadie habría sabido nada. Es cierto, muchas veces los medios son un instrumento de poder y expresan intereses particulares. Sin duda es así –en Argentina y en todo el mundo–, pero imagínese en dónde estaríamos hoy sin ellos. Sí, en efecto, en el silencio o peor aún, en la ignorancia.

Lo invito a que imagine a Cristina Kirchner sin el control que ejerce la prensa. Sería especialmente grave en este tiempo en que los controles republicanos no sirven para gran cosa en nuestra república deshilachada e inoperante.

Recuerdo cuando trabajé en Haití durante dos años; el general Cedras, dictador de turno, creía que con el silencio se borraba la realidad, que sólo hacía falta imaginar que los problemas no existían para que quedaran resueltos; que si no se hablaba de un escándalo, tarde o temprano nadie hablaría. Y si nadie hablaba, la amenaza se evaporaría.

A pesar de este cuadro, en buena medida agobiante, trataría de no desesperar porque extrañamente no es la oposición la que derrotará al Gobierno. Será el mismo Gobierno quien hará la obra.

El silencio cubre los problemas, no los resuelve. Y se pagan los costos de las mentiras, inmoralidades e ineptitudes, porque la sociedad acumula de alguna forma que nunca entendí la memoria de los sucesos y el comportamiento de los actores. No reacciona instantáneamente, pero no olvida.
Creo que el Gobierno se autodestruirá porque apuesta al silencio, al olvido, a la distracción colectiva para salvar los peligros que se asoman cada día, y baja la guardia en el peor momento.

La señora Kirchner no va a resolver ninguno de los escándalos que la acosan, va a gritar mucho, hará daño, quizás intente algunas aventuras peligrosas con sus nuevos amigos, pero más temprano que tarde se autodestruirá. Mientras existan espacios de libertad, mientras haya quien hable, denuncie, muestre y explique, la sociedad (compleja y a veces contradictoria) iniciará el camino del cambio.

Créame, lector, esto no es apelar o aferrarse a una esperanza quimérica. Es así porque ha pasado cien veces en el mundo. En algún momento, esa memoria que algunos creían inexistente retorna a la actualidad, para iniciar la demanda de trasformación. Cuando los dirigentes no sirven, la sociedad inicia el cambio de sí misma por sí misma. Hay mucha historia, como le decía unas líneas atrás, que relata estas trasformaciones.

El silencio del Gobierno traerá la respuesta de la sociedad y quizá comencemos el camino que abandonamos hace ochenta años. No será sencillo. Como toda obra seria, tendrá dificultades, marchas y contramarchas, pero llegará a término. Habrá un nuevo inicio.