El jeque Abdul-Aziz Ibn Baaz, suprema autoridad religiosa de Arabia Saudita, emitió en 1993 una fatwa, declarando que el mundo era plano. Dijo que quien no lo creyera, no creía en Dios y pagaría por su apostasía. El jeque es culto, lo asesora Dios y tiene ventaja con otros mortales que frecuentamos el sitio de la NASA para saber cómo es el universo. No se puede discutir quién tiene la razón. Son cuestiones de fe.
En nuestros países las encuestas, como otras técnicas, están presentes en todas las actividades, sólo son cuestionadas entre los analistas poéticos arcaicos. No se ve bien a un enfermo que se resiste a los exámenes médicos porque cree sólo en el diagnóstico de un pai umbanda, tampoco a quien pone un negocio y dice que no hace estudios de factibilidad porque no cree en las encuestas. Si un candidato dice lo mismo, es posible que algunos lo aplaudan.
En las universidades más importantes del mundo se forman encuestadores sofisticados. Gracias a María Braun y Manuel Mora y Araujo se reunió este fin de semana, en Buenos Aires, la Wapor, (The World Association for Public Opinion Research) que reúne a cientos de profesionales que se perfeccionan con el debate. Sería ridículo pensar que tanta gente entrega su vida al estudio, para ganarse unos pesos falsificando números para un pillastre.
Hay quienes aparecen en los medios y confunden cifras de imagen, gestión, intención de voto. No han estudiado la aplicación de los métodos cuantitativos a la política o la teoría de los juegos ni hacer un análisis serio, integrando distintas cifras con investigaciones cualitativas. Para eso se necesita formación académica y experiencia. Hay medios que dan el mismo espacio a profesionales serios y a propagandistas que leen números dibujados para engañar a los votantes.
Algunas encuestadoras ocultan su inexactitud usando el “margen de error”, concepto estadístico que solamente expresa la incertidumbre de exactitud de la muestra. Los errores de las encuestas no dependen tanto de esto, sino de otras fuentes como el trabajo de campo, la redacción de las preguntas, el diseño del cuestionario, y sobre todo de la interpretación profesional de los resultados.
Hay políticos que toman decisiones, encerrándose a estudiar números de varias encuestas, sin tener la capacidad profesional de interpretarlas. Es algo tan disparatado como lo sería la actitud de un abogado que al sentirse enfermo, vaya por varias clínicas de su ciudad haciéndose el mismo examen para autodiagnosticarse. Lo racional es ir a un médico que pida los exámenes que crea necesarios, y esperar el diagnóstico del profesional. Esto vale también para quienes suponen se creen geniales.
Se lee en la prensa que los argentinos no decidirán su voto mientras no exista una alianza de oposición con un programa coherente. En la calle circulan miles de personas oyendo su iPod, paseando al perro o comentando el fútbol, pero ninguno tararea la marcha radical o la de los muchachos peronistas. El 50% de ellos no tiene ningún interés en la política y votará porque el voto es obligatorio. Durante treinta años lo hemos estudiado aquí y en otros países latinos. Cerca de 15% llegará indeciso a la urna, sin mucha información sobre lo que pasa, no por falta de información política, sino porque no les interesa el tema. Por eso los programas políticos tienen menos rating en la TV que los de entretenimiento.
Cuando aparecieron las encuestas, los medios de comunicación enviaban cupones, la gente los respondía y los resultados eran buenos. La primera fue del Harrisburg Pennsylvanian en 1824, seguida por otros medios desde 1880, como la revista The Literary Digest que acertó hasta 1936. En ese año la gente había cambiado por la difusión de la radio, y se necesitaban técnicas estadísticas más sofisticadas. Actualmente las encuestas, tienen problemas para predecir los resultados en casi todo el mundo. Fracasaron hace pocos días en Inglaterra, en Brasil y México en sus últimas elecciones presidenciales, en Ecuador con una sola excepción.
Existen problemas metodológicos complejos que no tienen que ver con el “margen de error”. Uno de los más importantes se relaciona con el trabajo de campo: las encuestas presenciales tienen una precisión, otra las telefónicas operadas por seres humanos y las aplicadas por computadoras, otras. Cuando un periódico publica una encuesta, es más importante que informe sobre esto, que del margen de incertidumbre estadístico. Muchos electores están hartos de que les llamen por teléfono para encuestarlos y no responden adecuadamente. En fin, hay problemas complejos desconocidos por la mayoría, que deberían explicarse de manera sencilla, para que la discusión acerca de la política sea más racional.
*Profesor de la GWU, miembro del Club Político Argentino.