La muerte por coronavirus de una mujer de la 1-11-14 y más casos positivos en otras villas porteñas prendieron la alarma y acrecientan el temor, nada desmedido, de una ola de contagios. La razón son condiciones ambientales deficitarias y estructurales, contra las que poco pueden hacer medidas de saneamiento superficial que se han intensificado en los últimos días.
Hacinamiento. La densidad constructiva, viviendas pequeñas y alto hacinamiento, más una trama de pasillos y pasajes estrechos, le ponen serios límites al aislamiento social; mientras la deficiencia del agua potable y los desagües, cuando existen, hacen lo propio con la salubridad requerida.
Ahora que la preocupación nos agobia, se entenderá por qué siempre planteamos que el mejoramiento no alcanza y que la solución de fondo para las villas es su completa y formal urbanización.
Además, está el vertiginoso avance de la pauperización a caballo del parate económico. Si hace estragos en sectores no tan postergados, ni qué hablar en estas barriadas, donde no hay ahorros que quemar.
La mayoría de las familias venían atadas a la ocupación informal y el cuentapropismo, que fueron cortados de cuajo por el confinamiento. Comedores “explotados” dan prueba de ello.
De ahí el reclamo de las organizaciones sociales, que se suma al de los curas villeros, para aumentar las provisiones y que arranquen obras que den trabajo y atiendan las insuficiencias sanitarias más graves.
Esperemos que el Presidente haya tomado nota y que parte de su “Plan Marshall”, para la Argentina pospandemia, vaya a la urbanización en serio de villas, asentamientos y barrios precarios.
*Docente de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA y subsecretario de Organizaciones de la Sociedad Civil de la Legislatura porteña.