COLUMNISTAS
Adicción y tecnología

En búsqueda de la infelicidad

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Elon Musk. Emprendedor, considerado una de las personas más influyentes y rico del planeta. | cedoc

Elon Musk es una de las personas más influyentes de nuestra era. Además de ser nombrado en distintas oportunidades como el ser humano más rico del planeta, es cofundador de PayPal, SpaceX, Hyperloop, SolarCity, The Boring Company, Neuralink y OpenAI, y director general de Tesla Motors. Como si todo esto fuera poco, el emprendedor nacido en Sudáfrica también se ha convertido en un influencer –en el verdadero sentido de la palabra– del mundo de las inversiones y las finanzas. De hecho, su influencia es tan grande que, como quedó demostrado durante 2021, basta un comentario suyo en Twitter para que el mercado dé un giro inesperado. 

Pero, a diferencia de lo que podría esperarse de este gurú de la era digital, Musk no tiene ni Facebook ni Instagram. Al ser consultado, en 2018, por qué no estaba en estas populares redes, contestó: “(En las redes) La gente parece tener una vida mejor que la que realmente tienen. Suben fotos de cuando están muy felices y las modifican para parecer más guapos (...) Cuando en realidad muchos están deprimidos. Están muy tristes”.

Elon nos deja pensando. Otra vez. ¿La tecnología nos hace más felices o más infelices? Toda la felicidad acumulada que tenemos cuando compramos el nuevo iPhone se nos puede ir en un segundo si la foto que subimos no tiene los likes que esperábamos. 

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Como suele pasar en estos debates, la tribuna está dividida. En 2010, un estudio pionero de la Universidad de Leeds demostró que las personas adictas a internet tenían cinco veces más posibilidades de sufrir depresión. Pero ese estudio ni siquiera tenía en cuenta los efectos de los smartphones: De hecho, en 2011, solo 394 millones de personas en el mundo tenían un teléfono inteligente. Hoy, ese número ascendió aproximadamente a 3.800 millones. Es decir, se multiplicó unas diez veces. 

Esa especie de adicción que generamos con el teléfono que por momentos puede llegar a abstraernos de lo que está pasando a nuestro alrededor, no es casual. La mayoría de las aplicaciones que consumimos a diario están expresamente diseñadas para volvernos adictos: sistemas de recompensa, notificaciones cuando no las usamos. (“¡Ey!, ¿Estás ahí? Hace mucho que no usas nuestra app”. “Acá tenés un código de descuento…”), y otras estrategias por el estilo. 

El propio CEO de Netflix Reed Hastings definió al “sueño” como el principal competidor de su compañía. “Si lo piensas bien, cuando ves Netflix y te enganchas con una serie, te quedas despierto hasta tarde viendo capítulos. De verdad, nuestro verdadero competidor para que la gente siga viéndonos es el sueño”, dijo sin sonrojarse. 

Pero éste no es el único problema: un estudio de los investigadores de la Universidad de Chicago Adrian Ward y Kristen Duke, reveló que el uso desmedido del teléfono móvil puede reducir nuestra capacidad cognitiva, nuestra habilidad para tomar decisiones, interfiere con nuestro sueño, autoestima y relaciones interpersonales. Ahora bien, la pregunta detrás de esto es: si todos conocemos estos efectos negativos, ¿por qué entonces no podemos usarlo responsablemente? 

En 2006, Gilles Lipovetsky publicó un ensayo titulado “La felicidad paradójica” (Le Bonheur Paradoxal). En él, desarrolla la idea de que el ser humano de nuestra época, a diferencia de lo que sucedía con generaciones anteriores, no solo busca bienestar material, sino también “confort psíquico, armonía interior y plenitud subjetiva”. No por nada tanto el Mindfulness como el Arte de Vivir han tenido un auge en las últimas décadas. Todos queremos ser felices. ¿Cómo culpar a alguien por desear eso? Pero, además, en ese afán, destilamos felicidad impostada. Y las redes sociales son una herramienta más que apta para hacerlo. Muchas veces en las redes nos mostramos más felices de lo que realmente somos, y al mismo tiempo tenemos la sensación de que todos son extremadamente felices y perfectos. Mucho más que nosotros. 

Parecería que las redes sociales nos bombardean con contenido perfecto que queremos replicar. Los requerimientos para alcanzar la felicidad –muchas veces inalcanzable– son cada vez mayores, y consecuentemente nos demandan más esfuerzos, lo cual puede llevar a frustraciones. De hecho, de acuerdo al ranking Global Happiness 2020, el 43% de los argentinos declaraba “ser feliz”, mientras que el 57% se identificaba como “no muy feliz” o “infeliz”. La pregunta es: ¿dónde está ése 57% en las redes sociales?

Claro que tampoco se trata de que vayamos mostrándole al mundo nuestra infelicidad, nuestras inseguridades y nuestras preocupaciones. Pero la falsa felicidad que consumimos puede llevarnos directamente a la –también falsa– idea de que todos son felices excepto nosotros.

La paradoja es que, buscando constantemente la felicidad, entendida como bienestar psíquico y emocional, ¿haremos cosas que pueden alejarnos de lo que verdaderamente nos da ese bienestar? 

Algunas preguntas que nos surgen, entonces, son: ¿cómo seremos entonces emocionalmente los seres humanos de la era tecnológica en el futuro cercano? ¿Qué rol ocupan las redes sociales hoy? ¿Avanzamos hacia un aislacionismo individualista? ¿O hacia nuevos tipos de relacionamiento social donde la tecnología es un aliado fundamental?

*Autor y divulgador. Especialista en tecnologías emergentes.