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Era tan diferente cuando estabas tu

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Acto CFK. En La Cámpora no hay pibes ni son revolucionarios. | twitter

Se puede pensar en la idea de una representación, como aquel que hace de cuenta que es alguien, o que se muestra haciendo algo, solo como una exhibición. Quienes protagonizan las operaciones en el sistema político en todo Occidente comprenden que deben cuidar sus gestos, poniendo caras de consternación ante catástrofes, risas con el encuentro de los éxitos e indignación manifiesta cuando se cometen errores en el espacio rival. Inmediatamente después esto debe ser revisado con sus asesores, en función de asegurar si eso mismo ha salido bien o mal para el público posible.

De cualquier manera, estos ejemplos tratan movimientos expresivos en situaciones específicas, sin lograr por ello cubrir completamente otros roles que se cree existen todavía como posibilidad estructural de relación en la sociedad moderna entre la política y grupos de personas, como pueden ser las clases sociales o sectores de interés. La política debe sobre esto también ensayar simulaciones que ofrezcan la fantasía de condiciones estables en una relación con algo supuestamente real entre sus protagonistas y grupos de personas. El inconveniente es que esto también es simulado, porque el partido de los trabajadores no es el de los trabajadores, el partido liberal no se compone de gente que trabaje, los pibes de La Cámpora no son ni pibes ni revolucionarios, y las ofertas electorales religiosas deben quedar inmersas en otros partidos de mayor volumen que justamente no son religiosos.

En todo esto hay cierta novedad exagerada por aquello que el presente ya no puede ofrecer. Cuando Lenin o Trotsky intentaban dirigir los destinos del proletariado, sea éste real o ficticio como sujeto objetivo en la Rusia zarista o en el universo nuevo soviético, no lo hacían con disfraz de minero o de obrero metalúrgico, ni Perón dejaba de usar el traje militar para asumir en su tercera presidencia frente a la imaginación ya casi frustrada de un líder revolucionario ligado a un pueblo en búsqueda de una liberación. En la era en que se creía que los partidos representaban clases sociales, es decir grupos definidos con intereses, la utilería y el vestuario no eran compañía de esas luchas. Incluso los ropajes del maoísmo o de la revolución cubana, por dar ejemplos sencillos, ofrecían un nuevo estilo homogéneo de vestimenta, sobre la base de sus ejércitos revolucionarios en un contexto de negación de una sociedad antigua que se quería desterrar.

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Máximo y Macri son dos caras de la exageración en la necesidad de simular tanto

La simulación hoy parece exagerar una relación que antes no parecía ser tan necesaria. Desde los gestos en situaciones particulares ya mencionadas, se avanza también hacia simulaciones de tipo esenciales en los que se cree encontrar un todo básico de referencia. Si la batalla política central se despliega como supuesto, en relación a una conceptualización del ser y de intereses generales, quienes en ella participan deben completarla con un vestuario acorde y con escenarios que le den sentido a toda esa condición imaginada. En realidad, como en la base real no hay nada, es la actuación la que debe reemplazar su no existencia.

La bandera de La Cámpora en el acto de Cristina estaba impresa y con una tipografía específica. Prolija, blanca, con letras ordenadas y diseñadas en una computadora (bien de utilería), simulaba ser un “trapo” de cancha que con sencilla facilidad, y con la sola ayuda de un buscador de internet, puede ser detectada en una nula similitud con cualquier bandera expuesta en un partido de fútbol de nuestro país. Máximo Kirchner hacía un equilibrio incómodo en el para avalancha con Mayra Mendoza, lidiando ambos de manera dificultosa con una bandera finita e incómoda, y jugando ambos a constituirse en un hacer de cuenta de hinchada real en lo que habrán visto tantas veces por televisión. Mientras los barras reales duran todo el partido, Máximo debió descender por la obvia incomodidad y la exigencia de la realidad, que de alguna u otra manera, se hace presente. Pocas veces la sociedad moderna exagera tanto su necesidad de simulación.

Mauricio Macri juega también a hacerse el experto en economía y crecimiento de los mercados. Es invitado a foros internacionales en los que expresa con total seguridad, igual que su anterior pronóstico de que la inflación se iba a solucionar de manera sencilla, de que bajando los impuestos y haciendo una reforma laboral todo pasará a estar más y mejor acomodado. Quienes lo repiten de su partido en los medios masivos de comunicación intentan ser similares a lo que los empresarios esperan, y Macri mismo juega como Máximo en el para avalancha, a estar de acuerdo en cómo se hace para tener un régimen de medidas económicas compartida con quienes deben hacer sobrevivir a sus empresas en el mundo real. En Cambiemos simulan ser pares de los empresarios, en hacer de cuenta un “ser ellos”, pero con el riesgo sostenido de que la gestión real sea tan incómoda como ese fierro grueso en el pie del líder de la agrupación cristinista que lo obliga a bajar. Eso mismo recibió hace unos años un eslógan de justificación: “pasaron cosas”.

La Cristina del espectáculo

Para la política moderna su especialización ha generado un total desanclaje con condiciones estructurales y una migración creciente en relación a una dependencia marcada sobre sus propias operaciones. Para entender la política, hay que mirar a la política y no a una relación, no siempre del todo clara, entre intereses y decisiones sistemáticas. Macri en el gobierno puso un impuesto a las exportaciones y ahora Cristina admite decisiones de Massa que podrían ser consideradas ortodoxas o contrarias a las ilusiones de sus militantes. Las decisiones no encuentran siempre su relación con una representación social, sino con cada momento que ofrece con claridad lo que es posible de ser decidido.

Los partidos que se creaban a finales del siglo XIX y principios del siglo XX jugaban a ser la voz de oferta electoral de grupos sociales definidos. El partido conservador, incluso el partido de los ruralistas o el partido socialista, y todos sus pares en el mundo, se ilusionaban con una relación punto a punto con un electorado relativamente estructural y con posibles decisiones de gobierno afines a sus ideas, pero cuyos recorridos en el tiempo fueron ofreciendo lugar a su desencanto o a la sobrevivencia de un simple eslogan. Más allá de lo que puedan o no simular o decir, la realidad es que la política se ha hecho furiosamente dependiente de sus momentos presentes.

Las decepciones que caracterizan a este tiempo con ese universo político son la evidencia de una semántica que no logra describir realmente lo que allí ocurre. La Cámpora coloca la frase de que “era diferente cuando estabas tu”, pero se trata de una expresión que puede ser ampliada hacia una añoranza de lo que la política ya evidencia como imposible. La revolución puede ser  simulada, pero no se pueden encontrar a los revolucionarios, se pueden bajar los impuestos como promesa para luego subirlos porque no hay dinero, y se puede construir el personaje del obrero o del emprendedor, pero solo para transitar el rato intentando buscar que alguien lo vote para luego ser sobrepasado por la realidad de la gestión que siempre traerá problemas lamentablemente nuevos.

*Sociólogo.