Cuando el próximo 8 de noviembre terminen de conocerse los resultados electorales, Estados Unidos ya no será el mismo. Independientemente de quién triunfe en la contienda, la campaña se coinvirtió en un campo de batalla en el que afloraron no pocas miserias. Larga, agotadora, virulenta, la confrontación entre dos candidatos impopulares que enamoran poco y repelen mucho saturó a un electorado cercado y bombardeado por el mayor gasto proselitista de la historia. El “estrés de campaña” está afectando a la mitad de una población que confiesa estar harta.
La antipolítica marcó el pulso de una polarización extrema que evidenció dos “Américas” en los vínculos sociales, laborales, en los medios o redes. Nunca se discutió tan poco acerca de las ideas y tanto sobre las aptitudes personales de los candidatos. Hillary Clinton y Donald Trump aparecieron como personajes extremadamente arquetípicos, aparentemente en las antípodas y también funcionales y complementarios: establishment vs. outsider.
Si Estados Unidos ha sido para muchos una brújula en términos de continuidad y solidez democrática, hoy emergen otros rasgos, atenuados pero siempre latentes, en una América profunda del centro y el sur, xenófoba, racista, extremadamente nacionalista, antiinmigrantes. El republicano Donald Trump interpreta y potencia la “crisis de los hombres blancos”. De ese grupo racial y social que fue parte constitutiva de los valores de una nación que se identificaba a sí misma como WASP (white, anglo-saxon, protestant ), y que aún representa el 64%.
Trump, más allá de sus particularidades, es tan sólo el emergente de una crisis global que aún no encuentra salida. Sólo basta una mirada sobre el Reino Unido, eligiendo un Brexit que lo repliega sobre sus fronteras. O sobre la crisis de los refugiados y el crecimiento de la extrema derecha en Europa. Como ejemplo, tampoco son menores los mensajes racistas y antiextranjeros de políticos nativos que, hasta hace pocos meses, apostaban a la integración regional como futuro.
La verdadera grieta que hoy atraviesa el mundo y lo segmenta, poco tiene que ver con modales o diálogos retóricos. Es el resultado del aumento creciente de la desigualdad entre un 1% de ricos cada vez más ricos, una mayoría de pobres cada vez más pobres y una clase media que se ha achicado, pauperizado y sumergido en el pesimismo. Un 46% de los estadounidenses cree que su vida actual es peor que en los 60, mientras los salarios reales están estancados desde los 70.
Ni demócratas ni republicanos parecieran haberse preocupado por los efectos y tensiones que la globalización dejó como secuelas. El precandidato demócrata Bernie Sanders, quien enfrentó a Clinton en las primarias con propuestas tendientes a recuperar algo de la equidad perdida señalaba que 60 mil fábricas cerraron en EE.UU. gracias a la apertura económica, y que más de cinco millones de empleos fabriles bien remunerados desaparecieron.
El famoso sueño americano, que supo acariciar un país en el que la movilidad social fue una parte constitutiva de su política y su economía, parece desvanecerse definitivamente. La creencia de que naces pobre, trabajas duro y te haces rico ha dejado de ser una realidad, reemplazada por el desencanto. En este nuevo escenario, las calles se pueblan de homeless y los centros comerciales, de ricos despilfarrando dinero.
También la idea de futuro cambió drásticamente. Los jóvenes millenials, la generación mejor formada y educada de la historia, están convencidos de que vivirán peor que sus padres. La globalización capitalista no sólo representa la apertura y el triunfo de un modelo. Además implica, parafraseando al filosofo alemán Peter Sloterdijk, un mundo encerrado en sí mismo, que separa los que están adentro de los que están afuera.
Trump, un personaje mediático, grosero, provocador e inconsistente. Hillary, una mujer experimentada que conoce en profundidad los resortes de un sistema que da respuestas pero poca soluciones. La grieta se expande y divide un mundo de asimetrías crecientes.
*/**Expertos en medios, contenidos y comunicación. *Politóloga. **Sociólogo.