Ante el horror de una impensada guerra en suelo europeo, es útil notar que algunas diferencias de visión entre los gobiernos de la Unión Europea (UE) y EE.UU. pueden no haber ayudado a evitar esta catástrofe. Esto se notó en lo geopolítico, en política exterior, y en lo militar, sin permitirles actuar en forma firme y monolítica, antes de la invasión rusa. Así, esta guerra ha llevado a revisar posturas europeas y afirmado conductas de EE.UU., ante un conflicto sin un inminente final.
En lo geopolítico, la visión norteamericana ha sido diferente de la de Alemania y Francia. Como afirma el profesor norteamericano John Mearsheimer, el conflicto ucraniano es un vestigio del “momento unipolar” norteamericano, donde ante una debilitada Rusia, se extendieron la UE y la OTAN (Organización del Atlántico Norte) hasta las fronteras con Ucrania, Belarus y Rusia. Si esto era justificable por dar protección frente a Moscú, y expandir la democracia, para Rusia esto representaba una doble amenaza –militar e ideológica–. Por ello esta expansión no sería soportable para Moscú si incluyera a Ucrania. Así lo afirmaron el ex secretario de Estado norteamericano Henry Kissinger, y el gran diplomático George Kennan, autor de la estrategia de “containment” (contención) de la Unión Soviética. Kennan afirmó que la extensión de la OTAN sería un trágico error, y que podia llevar a una Tercera Guerra Mundial. Si bien las primeras fases de expansión de la OTAN hacia el Este no la provocaron, incluir a Ucrania sí la podría causar.
Sin embargo, la visión norteamericana de construir un puente democrático y de seguridad –Francia, Alemania, Polonia, Ucrania–, que actuara también como un puente geopolítico hacia el corazón de Eurasia, se ha mantenido firme. Para el ex asesor de Seguridad norteamericano Zbigniew Brzezinski, Europa sirve como el trampolín de la democracia en Eurasia, y dado que la primacía norteamericana se fortalece con la expansión de la democracia, este trampolín también sirve para avanzar los intereses de EE.UU. y potencialmente debilitar a Rusia.
Pero Europa no compartía la visión norteamericana de considerar a Rusia como un enemigo permanente, por razones históricas, económicas, y ante el creciente poder de China. No comprende porqué es mejor que China y Rusia se unan entre sí, en vez de estar distanciados. Y que un bloque sino-ruso ocupe Eurasia. Así, el presidente Emmanuel Macron notó que la relación con Rusia estaba peor que durante los últimos treinta años con la Unión Soviética, y que eso no podía beneficiar a los intereses franceses. Dentro del espíritu Gaulliano de una Europa “del Atlántico al Ural”, había que re-arrimar Rusia a Europa. En la misma línea, Alemania venía implementando su Ostpolitik (política hacia el Este), desde la época del Kanzler Willy Brandt (1969-1974), que consistía en el acercamiento a Rusia, mediante mecanismos políticos, económicos, tecnológicos y culturales.
En términos de política exterior, EE.UU. parece tratar a Europa como a un aliado junior en este conflicto. Esto se evidenció en la visita de la ministra de RR.EE. alemana, Annalena Baerbock, a Washington, donde le solicitó al secretario de Estado Antony Blinken, que Europa quería estar presente cuando se trataran los intereses europeos. Pocos días después, Blinken afirmaría en Kiev que Ucrania estará presente cuando se traten los intereses de Ucrania. Este trato es consecuencia de que si EE.UU. y Europa comparten los mismos principios democráticos, los norteamericanos no dudan en utilizar la presión militar para imponerlos, mientras que Europa opta, en general, por una evangelización pacífica. Se nota desde 1945 la reticencia de los europeos en pensarse como potencias, con la posible excepción de Francia. Así, Alemania se ha sentido cómoda con estar defendida por EE.UU. y no herir susceptibilidades en su vecindad. Por su parte, los Estados de Europa del Este tienden a ser pro-americanos y pro-OTAN. Esto le permite a EE.UU. tener una influencia política directa en el continente, y sobre la UE.
En lo militar, la expansión de la OTAN a Ucrania, ha sido el principal motivo de discordia entre EE.UU. y la UE –en especial Alemania y Francia–. La lealtad de Alemania hacia EE.UU. ha sido condición esencial para su supervivencia, mientras que Francia ha buscado desarrollar grados de independencia militar europea, incluyendo lo nuclear. En la reunión de la OTAN en Bucarest en 2008, ambas naciones se opusieron a la iniciativa de EE.UU, de incorporar a Ucrania, con Angela Merkel diciendo que esto era una locura. Pero no lograron evitar que la declaración final señalara que Ucrania sería miembro en el futuro. En esta línea, Antony Blinken confirmó poco antes del actual conflicto, que el proyecto de incorporar a Ucrania a la OTAN continuaba: “no hay cambios, no habrán cambios”. Los desacuerdos ya se habían hecho evidentes en la fallida implementación del acuerdo Minsk 2 –firmado en 2015–, donde los europeos presionaron para que Ucrania diera más autonomía a Donetsk y Lugansk, mientras que EE.UU. no lo hizo, convirtiéndose en un tácito aliado de la extrema derecha ucraniana, que obstaculiza a Zelenski a llegar a una solución pacífica. Con Putin convertirtiéndose en un involuntario unificador de Occidente, estas diferencias previas se harían menos evidentes.
La guerra ha terminado con la ilusión europea de vivir, según el ex ministro francés Hubert Védrine, en un mundo postrágico. A su vez, ha desatado una desconfianza profunda hacia Rusia y generado un tremendo shock, particularmente en Alemania, ante el derrumbe de su Ostpolitik. Según el ex ministro de RR.EE. alemán, Joschka Fischer, hay que aprovechar este Zeitenbruch (tiempo de ruptura), para fortalecer el sentido de misión común en Europa, haciéndola más fuerte, resiliente y autosuficiente. Esto es crítico para avanzar sus intereses geopolíticos en un mundo de rivalidad entre grandes potencias, y para que Europa sea tratada como un socio senior por EE.UU., y no como un aliado junior. A su vez, se ha aprendido de la heroica resistencia ucraniana que “nadie peleará por ti, por tu familia, y por tu país, tan determinadamente como tu lo harás”. Esto debe llevar a desarrollar el más alto nivel de protección militar en el flanco este de la UE, y tanto la UE como la OTAN deben financiarlo. Si esto se cumple, la UE se convertirá en un real actor geopolítico.
Hoy no es sencillo vislumbrar un fin inmediato al conflicto. A la UE, más allá de lo económico, no le conviene una guerra cercana, y que puede escalar con consecuencias inimaginables. Así, se ve ante un escenario indeseado y similar al de una “respuesta flexible” de EE.UU. a la Unión Soviética. En este escenario, una segunda etapa del enfrentamiento convencional entre Occidente y Rusia, tendría lugar en suelo de la UE, y podría sumar componentes nucleares. Por su lado Washington, a la distancia, parece querer darle una lección a Rusia y, según dice Mearsheimer irónicamente, está dispuesto a luchar hasta “el último soldado ucraniano” para lograrlo. Para ello aprobó préstamos de armas a Ucrania similares a los que se otorgaron a Churchill, para enfrentar a la Alemania Nazi.
Para Rusia, tanto el avance de la OTAN en lo militar como el de la UE en lo ideológico hacia Ucrania, son amenazas existenciales. A su vez, su interés de controlar un corredor terrestre entre Crimea y el Donbas sigue siendo un objetivo geopolítico clave para asegurar el acceso al mar Negro y al de Azov. Con ello aseguraría también el control de los recursos de la zona: gas, carbón, e importantes industrias –civiles y militares–.
Dados estos factores, EE.UU. y Rusia procuran la victoria, sin querer dar un paso atrás, lo que puede prolongar durante años el conflicto. Si bien el presidente Zelenski ha dicho que Ucrania no podría pertenecer a la OTAN, sería complejo mantener la integridad territorial de Ucrania. Rusia no parece querer absorber territorios ucranianos, pero sí controlar algunos mediante la creación de repúblicas independientes, como lo ha hecho en el caso de Lugansk y Donetsk. Así, existe el proyecto de una república de Kherson –al noroeste de Crimea–, que podría ser replicado para formar un corredor terrestre entre Crimea y el Donbas. Pero un desmembramiento de Ucrania sería difícil de aceptar tanto para la derecha ucraniana como para EE.UU. Por su parte, Zelenski ha manifestado que cualquier solución debe ser aprobada por el pueblo ucraniano, aunque no parezca haber todavía una propuesta obvia o aceptable para todas las partes.
*Especialista en Relaciones Inernacionales. Autor del libro Buscando Consensos al Fin del Mundo. Hacia una política exterior argentina con consensos (2015-2027).