La familia Galarga no consta entre las más poderosas del país en lo que respecta a la economía. Y sin embargo, uno de sus integrantes, de nombre Elber, figuró entre los millonarios del mundo que plantearon en una declaración conjunta la conveniencia de que las grandes fortunas tributen mayores impuestos, para así contribuir a la reparación de las consecuencias sociales ocasionadas por la pandemia de corona virus.
El nombre invocado es visiblemente falso. No obstante, no faltó quien se ensartara difundiendo su adhesión. Y es que es falso pero se impuso a todos, porque sustancialmente es cierto.
Cierto es que hubo en la Argentina un proyecto para gravar, por única vez y ante las circunstancias excepcionales, a un pequeño puñado de fortunas inmensas; cierto es que esa intención se fue relegando, se fue diluyendo, se fue atenuando hasta recalar en el más confortable olvido.
Cierto es que los que más ganan nunca dejan de ganar; cierto es que los que siempre pierden van a perder una vez más.
El nombre es falso, en efecto; apenas una mentira jocosa, un clásico del divertimento jovial. Y aun así, ¡cuánta verdad se alojó en esa mentira! Sabemos que hay millonarios que optan por la discreción, por prudencia o por buen gusto; pero hay otros que en cambio gustan de la jactancia y de la ostentación, les gusta dar a ver lo que tienen, se ufanan de su tamaño. De ahí a la prepotencia del dinero, no hay más que un paso. Así nos dicen que no hay con qué darles. Así nos dicen que nos la van a dar.