Más allá de las justificaciones por la necesidad de cohesionar a los propios, anular cualquier posibilidad a los libertarios de que puedan canibalizar adherentes propios, conseguir visibilidad en los medios atrayendo a sus audiencias con un discurso vibrante, herir al Frente de Todos y mejorar las posibilidades electorales este noviembre, en los halcones de Juntos por el Cambio hay una narrativa patriótica que trasciende a las conveniencias partidarias.
La actitud beligerante de la oposición con el oficialismo tiene una lógica racional que parte de un diagnóstico común sobre los peligros graves que enfrenta el país y permite, lo que está permitido en cualquier guerra, que la verdad tenga licencias en pos de un bien superior y más urgente.
Gente inteligente y honesta precisa creer que la razón está de su lado para poder actuar con convicción, y así la dialéctica se convierte en combate y la grieta en trinchera. Esto vale para todos los campos de la confrontación discursiva, desde el periodismo de guerra hasta los discursos políticos.
Ese sustrato argumentativo que cementa todo el edificio epistémico y constituye la piedra fundacional sobre la que se apoya la sucesión de explicaciones que dan forma al catecismo laico con el que se abona la fe partidaria (esto vale, en igual o hasta mayor medida, para el kirchnerismo) no precisa ser verdadero, ni siquiera plausible. Salvando las enormísimas diferencias, la mejor prueba de que una creencia no requiere sustento fue el argumento de los nazis acusando a los judíos de apropiarse de una captura de renta que afectaba a la economía de Alemania cuando la cantidad total de judíos en 1933 en ese país era de 505 mil sobre una población de 67 millones: 0,7% del total de los habitantes.
La construcción de un fantasma no pocas veces puede ser indispensable para la creación del lazo afectivo constituyente de un nosotros y de la legitimación que otorga estar actuando en nombre del bien. Salvo los cínicos, que afortunadamente están muy lejos de ser mayoría, los seres humanos normales precisamos creer en causas justas, y los halcones del PRO, como también los más extremos del kirchnerismo, tienen su propio fantasma. En su caso, la venezuelización de la Argentina, que por carácter transitivo significa la cubanización soft del país.
Desde esa perspectiva de la realidad, La Cámpora es una orga, Máximo Kirchner no habla con la prensa siguiendo las normas de los grandes jefes guerrilleros de los 70 que mandaban a hablar a los lugartenientes. Cuando el ministro del Interior, Wado De Pedro, le concede un reportaje a Nicolás Wiñazky en TN, tácitamente le está diciendo: “En esta etapa de nuestra lucha nos resulta oportuno exhibir caballerosidad con el enemigo pero en otro ciclo de nuestra confrontación no tendremos ningún inconveniente en asesinarte”.
Cristina Kirchner se propone terminar con la independencia de la Justicia y la prensa (“va por todo”). El pensamiento económico del kirchnerismo representado por Axel Kicillof, a diferencia del peronismo, no cree en el capital privado como generador de riqueza social y piensa estatizar todas las empresas de servicios púbicos (incluyendo las de telecomunicaciones y conexión de internet) y aquellas que tengan algún grado de relevancia esencial en el entramado económico. Y, obviamente, no se quiso ninguna de las vacunas norteamericanas para aprovechar el poder reformateador de almas bajo los sentimientos en estado de emocionalidad extrema que genera la pandemia para crear una corriente de afecto perdurable en la mayoría de la población hacia Rusia y China, y que solo se toleró la vacuna inglesa porque se fabrica parcialmente en la Argentina, beneficiando a un simpatizante como Hugo Sigman.
Coinciden con el ex presidente de Colombia Álvaro Uribe en pensar que desde Venezuela el régimen cubano quiere exportar al resto de Latinoamérica un “socialismo soft”, primera etapa en el camino al socialismo pleno, estadio en el que se encuentra Venezuela, donde allí el neologismo equivalente a venezuelización de la Argentina es cubanización.
Lo explica claramente Juan Guaidó, el discutido presidente interino de Venezuela, en uno de los reportajes largos de hoy en PERFIL, de la misma forma en que el embajador en Brasil, Daniel Scioli, explica el proceso de “mandelización” de Lula en nuestro vecino. También en el Brasil de los años 90 los medios locales publicaban denuncias sobre apoyos económicos de Fidel Castro a las campañas del Partido de los Trabajadores agitando los mismos temores de una penetración comunista en Brasil.
En el reportaje con Guaidó surge claramente que la Venezuela actual está lejos de ser la hermana pródiga, generosa en petrodólares de la época de Chávez, habiendo pasado a ser el país más pobre de Sudamérica y careciendo de cualquier posibilidad de ser un modelo a exportar por la profundidad de su fracaso. De la misma manera que en el reportaje a Scioli queda también claro cómo Lula comprende que la demanda actual del electorado de Brasil está mucho más al centro que a comienzos de siglo, que solo con el Partido de los Trabajadores perdería casi cualquier elección y que su evolución ideológica se orienta más hacia Fernando Henrique Cardoso, incluso sumando a su alianza electoral partidos de centroderecha. A diferencia del kirchnerismo en la Argentina, Lula les dice a “los medios del lawfare” que hay que dar vuelta la página y trabajar todos unidos por la recuperación de Brasil.
El fantasma de una cubanización soft de la Argentina generada por un kirchnerismo que logra transformarse en hegemónico y persigue desarmar el sistema republicano de gobierno es un gran aglutinador: el miedo no pocas veces resulta un motivador más potente que la ambición o el deseo. Además, el miedo reduce aún más los umbrales de incredulidad frente a las propias emociones que permite un pensamiento crítico.
Discurso que además es útil no solo frente al oponente externo, sino también interno, ya que cada vez resultan más probables unas PASO en Juntos por el Cambio entre María Eugenia Vidal y Patricia Bullrich como telón de fondo entre Rodríguez Larreta y Macri.
Una argenzuela o argencuba no luce como el escenario más probable ni tampoco una brasizuela o brasicuba, como también agita Bolsonaro en sus campañas contra Lula, a quien llama directamente “ladrón”. Las sutilezas ya no abundan.